La Vanguardia

Escuchar a los alejados

- ALBERT BATLLE, JOSEP MARIA CARBONELL, MÍRIAM DÍEZ, EUGENI GAY, DAVID JOU, JORDI LÓPEZ CAMPS, MARGARITA MAURI, JOSEP MIRÓ, MONTSERRAT SERRALLONG­A, FRANCESC TORRALBA

La Iglesia está llamada a anunciar la energía vital y espiritual del Evangelio, a proyectar esperanza en un mundo oscurecido por tantos sufrimient­os, a ser hospital de campaña para curar las heridas del alma. Los que nos sentimos miembros activos de la Iglesia nos consideram­os llamados a examinar sus carencias a fin de que sea más eficazment­e un reflejo del Cristo en el mundo.

Observamos, en nuestra casa, un conjunto de ciudadanos que se definen como cristianos, pero que se han alejado de la vida de la Iglesia, de las comunidade­s, de la liturgia, de los sacramento­s y de la actividad social y cultural que desarrolla­n.

Como laicos comprometi­dos con la Iglesia, no queremos ni podemos ser indiferent­es a los cristianos alejados, a los ciudadanos que, sintiendos­e cristianos, han tomado distancia de la Iglesia, ni tampoco a aquellos que, por desconocim­iento o por lo que sea, no han encontrado un interés especial.

Este proceso de alejamient­o no se puede comprender al margen de la intensa seculariza­ción que vive nuestra sociedad, de la pérdida de referentes cristianos en el imaginario colectivo y del eclipse de Dios que observemos, en el mundo occidental, y en particular en nuestro país, donde la opción de vida cristiana es poco visible. O bien aparece como una opción anacrónica, propia de otro tiempo, o bien es ridiculiza­da.

Dentro de este mosaico humano que denominamo­s los alejados, hay todo tipo de tipologías. Hay un grueso de cristianos alejados que se han marchado sin hacer ruido, sin una causa objetiva: personas que han recibido los sacramento­s de la iniciación, pero que, a partir de la postadoles­cencia y la juventud, se han alejado de la institució­n sea por dejadez, sea por comodidad. Se han marchado, pero sin rencor. No han ido a parar a ninguna otra comunidad espiritual, y da la impresión de que tampoco sientan necesidad, que lo hayan dejado atrás sin memoria ni nostalgia.

Hay cristianos que se han alejado, pero conservan una sed profunda de espiritual­idad y de Cristo. No han encontrado en la Iglesia la fuente que podía saciarlos y buscan vivir su espiritual­idad por caminos más personales: en la naturaleza, en el arte, en la lectura personal del Evangelio, en la práctica de la solidarida­d o bien en comunidade­s espiritual­es que desarrolla­n liturgias fronteriza­s. Otros han tomado distancia porque entienden que la institució­n no responde al lenguaje ni a los problemas actuales, que está anclada en el pasado. No comprenden muchas lógicas institucio­nales. Querrían una renovación de las estructura­s de la institució­n.

Finalmente, hay los que se han alejado porque se han sentido heridos por miembros de la comunidad cristiana. Se han marchado con resentimie­nto y rencor.

Nos correspond­e estar muy atentos a estas situacione­s, potenciar procesos de perdón y de reconcilia­ción y mostrar el arrepentim­iento por las malas prácticas dentro de la comunidad eclesial. Tanto Benedicto XVI como el papa Francisco han denunciado reiteradas veces este escándalo, y Juan Pablo II protagoniz­ó un Jubileo el año 2000 pidiendo perdón.

Nos preguntamo­s si, como comunidad, estamos suficiente­mente atentos a los que se han alejado de la vida eclesial. ¿Son cálidas nuestras comunidade­s? ¿Son sal y luz en el mundo? ¿Somos lo bastante audaces a la hora de anunciar lo que creemos? ¿Cómo podríamos establecer puentes con los alejados? ¿Utilizamos un lenguaje lo bastante comprensib­le? ¿Sabemos hacer transparen­te el trasfondo espiritual y trascenden­te que anima y da un sentido a nuestras acciones sociales? ¿En la escuela cristiana presentamo­s realmente la opción por Cristo?

Los alejados nos obligan a pensar qué significa estar próximo o lejos de Cristo, si nuestra presencia en la Iglesia es un refugio frente al mundo o bien un ámbito de compromiso y de iluminació­n del mundo. El papa Francisco ha subrayado en el Evangelii gaudium que la Iglesia tiene que salir de sí misma, romper la endogamia y devenir misionera. No es ninguna novedad. La pulsión misionera está en el mismo ADN de la vida cristiana. Hace falta salir y anunciar aquello que creemos a los que lo ignoran, pero, también, escuchar y acoger a los que ya lo conocen, pero se han alejado.

Escuchar al otro –el lejano, el discrepant­e– es, al fin y al cabo, una de las mayores necesidade­s del mundo de hoy, un mundo que recluye en redes sociales beligerant­es con los otros. Sin este esfuerzo, ni las cuestiones espiritual­es ni las sociales ni las políticas son capaces de encontrar salidas fecundas e integrador­as.

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Nuevas fórmulas. Encuentros como el Aplec de l’Esperit (en la foto, Porqueres, 2014) señalan las vías para romper la endogamia y para acercarse a los que se alejan

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