Colau, presupuestos en solitario
EL PSC, que hasta mediados de noviembre fue socio de gobierno de BComú en el Ayuntamiento de Barcelona, votará en contra de los presupuestos que la alcaldesa Ada Colau presentará en el pleno municipal de hoy. Aun a pesar de que tuvo una participación destacada en su elaboración, durante la segunda mitad del año pasado. Con este rechazo socialista, resultarán inútiles los esfuerzos que había hecho BComú para lograr la abstención del PDECat y de ERC y así sacar adelante sus cuentas, también con la abstención del PSC. Sencillamente, el presupuesto no contará con los apoyos suficientes. De manera que la alcaldesa deberá, por segunda vez en este mandato, recurrir a una cuestión de confianza, mediante la cual, si no median sorpresas, su formación conseguirá aprobar dentro de un mes las cuentas para el 2018, con el único respaldo de los 11 concejales –de un total de 41– que tiene en el Ayuntamiento barcelonés.
Este rechazo del PSC tiene escasas consecuencias para BComú, que podrá sacar adelante los presupuestos siguiendo el camino alternativo apuntado en el párrafo anterior. Tampoco las tiene para el conjunto de la ciudadanía, que dispondrá de un plan económico, el de BComú, aunque sea por la vía del nulo consenso. Pero es obvio que, en términos políticos, sí tiene consecuencias, porque viene a subrayar una vez más la soledad de la alcaldesa, que debe gobernar la ciudad con un cuarto de las fuerzas políticas que la conforman.
Barcelona seguirá su curso. Pero lo hará sobre lo que de hecho es una anomalía: los barceloneses son gobernados siguiendo los criterios de una fuerza que, en lo relativo a apoyo popular, representa tan sólo a uno de cada cuarto ciudadanos. Lo cual es legal, y una consecuencia directa de las últimas municipales. Pero, a la vez, es también un sinsentido. Sería mucho más sensato que los criterios de gobierno de la ciudad se acercaran al criterio medio del conjunto de los barceloneses. Aunque para eso hiciera falta un reverdecer de la idea de consenso, que se plasmara en un programa de gobierno y unos presupuestos de más amplia base; es decir, en una cultura del consenso político que ahora mismo parece quedar muy lejos de nuestra escena.
El consenso es una idea en retroceso en nuestro país, donde parecen querer imponerse idearios y líneas de acción aun cuando no representan al conjunto de la sociedad. Este abandono del consenso no augura buenos resultados. Es más, es un error. Lo es ya en su fase teórica. Y lo es en su fase práctica, porque suele venir acompañado de políticas parciales, en ocasiones extremas, a menudo abocadas al corto recorrido. Tarde o temprano, esas políticas diseñadas por un sector minoritario del abanico político pueden acabar siendo revertidas.
Es sabido que el Ayuntamiento de Barcelona sufre un gran fraccionamiento político. Y que la polarización política de la sociedad catalana no contribuye en absoluto a establecer alianzas. Al contrario, fomenta su disolución: baste recordar que el pacto entre BComú y el PSC se fue al garete porque poco más de dos mil personas así lo decidieron en una consulta, y no porque fuera improductivo para la gestión municipal, sino porque dichas personas consideraron inadmisible la actitud del PSC ante la entrada en vigor del artículo 155. Pero es obvio que esta atomización, y en particular su exacerbamiento, no será positiva para la ciudad, y que todo lo que se haga para paliarla con un mayor afán de consenso redundará en bien de los barceloneses.