La Vanguardia

Roger Federer

TENISTA

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Roger Federer (36) elevó a veinte la cifra de Grand Slam que lustran su carrera profesiona­l. Lo hizo al adjudicars­e el Open de Australia, un hito que lo coloca cuatro peldaños por encima de su perseguido­r, Rafael Nadal.

En noviembre, en las Maldivas, Roger Federer (36) y Marin Cilic (29) disfrutaba­n de unos minutos de amable tenis en unas pistas discretas. Estaban a resguardo, lejos del mundanal ruido. De los jueces, los entrenador­es y los aficionado­s. Estaban de vacaciones.

–Aquel día compartimo­s unos golpes, estábamos solos, Marin y yo. Fue relajante y muy bonito –contaba Federer en estos días. Ayer fue otro cantar. Estaba en juego la final del Open de Australia. Y Cilic no se rindió. Ni siquiera en el último golpe, un drive ganador que el suizo había ajustado a la línea. Ya estaban los australian­os en pie, y Federer celebrando el título, cuando Cilic levantó la raqueta. Reclamaba el ojo de halcón. Fue un suspense menor –era evidente: la bola había ido dentro–, pero elocuente. Este no era un partido entre amigos.

El ojo de halcón corroboró la sentencia: la pelota fue dentro.

Y Federer volvió a llorar. Parece mentira: tantos títulos –veinte ya del Grand Slam, quién sabe si alguien llegará tan lejos algún día; Nadal le observa cuatro escalones más abajo–, y Federer sigue emocionánd­ose como un niño. Así es como se hace querer.

–¡Roger, Roger! –voceaba la gente del Rod Laver Arena.

Gritaban, incluso, cuando el suizo se preparaba para servir. En alguna ocasión, Federer había tenido que detener el mecano, ese movimiento que le lleva a botar la pelota tres veces, enviarla al aire, angular el cuerpo y retorcer la muñeca para soltar un servicio incontesta­ble. Se paraba y pedía silencio. En otras, ni caso a los vocinglero­s. Federer servía entre gritos, aislado del ruido, y la pelota salía disparada, quién sabe hacia dónde, para tortura de Cilic. 24 aces firmó el suizo. Ocho más que el croata.

Nadie quiere que acabe esta historia. “El cuento de hadas”, como lo describe el mismo Federer. El cuento de un tenista que había querido ser futbolista, que de niño se asomaba a las gradas del Basilea para contemplar al equipo de sus sueños y que había visto cómo aquello del fútbol, gracias a Dios, no cuajaba.

El mundo del deporte le estará agradecido. Su magnitud como tenista lo ha entroncado entre los más grandes deportista­s de todos los tiempos. Federer es como Pelé y Maradona, como Michael Jordan o Muhamad Alí. Como Jesse Owens.

Un deportista universal, alguien que trasciende.

¿Cómo, si no, interpreta­r el abanico de opciones que manejó ayer? ¿No le vimos modificar la estrategia punto a punto, buscando la manera de desarmar a aquel gigante croata de saque y drive hercúleos? ¿No servía a veces a 200 km/h y, a continuaci­ón, a 125? ¿No mandaba reveses a las líneas y luego cortaba el juego con una dejada? ¿Cómo sabíamos qué iba a hacer Federer en uno u otro momento? No lo sabíamos. No se puede saber. Y Cilic, tampoco.

Pero no nos confundamo­s. Cilic no fue ayer un comparsa. Fue un tipo que exigió a Federer, le obligó a elevar la entidad de su juego. Fue así, sobre todo, a partir de la segunda manga.

Hasta entonces, peccata minuta. Federer había manejado el primer set sin que nadie le tosiera. En apenas 24 minutos, había avanzado hacia el 6-2. Lo había hecho tras romper a Cilic en el primer y el tercer juego.

En ese escenario, los números hablaban en favor del suizo. Había tomado la velocidad de crucero, apenas invertía un minuto en llevarse los juegos en que servía y Cilic se movía pesaroso, apabullado por el público, que voceaba: –¡Roger, Roger!

En fin.

Se equivocó quien creía que la cosa iría en esa línea. Cilic se rehizo en la segunda manga. Se hizo fuerte en el saque y llevó la igualdad al tie break, donde tampoco se arrugó. Había partido, por mucho que Federer fuera haciendo probaturas, un mago.

Volvió el suizo a la carga en la tercera manga, muy superior, y parecía encarrilar el partido en la cuarta, al romper a Cilic en el primer juego. Lo que pasa es que se desconfigu­ró. Se evadió y entregó tres juegos al croata, que se hizo enorme. Nada temía Cilic, que ya es la tercera raqueta del mundo.

Parecía agobiado Federer al inicio del set decisivo. Tuvo que salvar dos bolas de break, con su mujer, Mirka Vavrinec, maldiciend­o en la grada. Y entonces aceleró. De ahí al final, no supimos nada de Cilic.

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LUKAS COCH / EFE Roger Federer, con su sexta copa en Melbourne, recorriend­o el Rod Laver Arena, ayer
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