Las guerras de los kurdos
Tras el fracaso del independentismo en Irak, los autonomistas de Siria luchan por sobrevivir
No ha sido el ejército regular del rais Bashar el Asad quien ha entablado la batalla contra los combatientes kurdos sirios de Royava, la Federación Democrática del norte de Siria, enzarzado en sus diversos frentes aún no extinguidos, sino las tropas del presidente turco, Recep T. Erdogan. Después del fracaso previsto de los anhelos de independencia de los kurdos de Irak, los militantes autonomistas kurdos sirios libran una lucha por su supervivencia.
Desde la derrota del imperio otomano, los kurdos dispersos en varios estados del Asia menor –Turquía, Irak, Irán y Siria– han sido juguete de intrigas de la política colonial de Europa, EE.UU. e Israel. Cuando les ha convenido han recibido su ayuda, su aliento y han sido cínicamente manipulados con promesas de libertad. Algunas veces he escrito que hay en Oriente Medio dos pueblos, el palestino y el kurdo, que han llegado tarde a los repartos históricos de la nueva era poscolonial.
A la sombra de la complicada y brutal guerra de Siria, los partidos kurdos autonomistas elaboraron en el 2014 una constitución que proclamaba su proyecto confederal, en una población de diversos grupos étnicos y confesionales. Cuatro años después fue modificada para adaptarla a un supuesto modelo constitucional que estableciese una república federal y democrática en Siria.
La cultura política árabe es refractaria a cualquier amago de federalismo, secesionismo o cantonalismo. Los kurdos de Irak fracasaron en sus sueños independentistas. No contaban con ningún gobierno que estuviese dispuesto a reconocerlos. La geopolítica ahoga sus aspiraciones. La relación de fuerzas en el mundo es implacable y no es fácil modificarla.
En cambio, EE.UU., Alemania, Francia y la OTAN han apoyado militarmente a los kurdos autonomistas de Siria. La mayoría de la población en Royava, con sus cantones de Afrin, Yazira y Korban, es kurda, pero hay también árabes, turcomanos y asirios. El Partido de la Unión Democrática (PYD) y el Consejo Nacional Kurdo son el núcleo del poder autónomo. Son aliados de EE.UU. en su guerra contra el Estado Islámico.
Los kurdos fueron víctimas de la república de Kemal Ataturk, refugiándose en Siria, como los armenios. Sufrieron la política del Baas, contraria a reconocer su identidad, y su integración en Siria no fue fácil porque no renunciaron a sus aspiraciones políticas. Hoy son alrededor de un 8% de la población de Siria. Viven en el noroeste del país, en Alepo y en el pintoresco barrio de las laderas del monte Qasium, que domina Damasco. El régimen baasista hizo esfuerzos para asimilarlos o captarlos en su administración y en sus fuerzas armadas, en las que han servido a veces en cuerpos de élite utilizados en las represiones contra los Hermanos Musulmanes. En la vida política destacó durante lustros el kurdo Jaled Bagdash, que fue secretario del Partido Comunista.
La actitud de los kurdos respecto al régimen ha sido ambigua y a pesar de haber padecido su política represiva eran conscientes de que les servía de escudo ante peligros radicales de arabización e islamización por parte de los grupos más poderosos de la oposición islamista. Al principio de las revueltas, El Asad concedió la nacionalidad a miles de kurdos marginados por la ley.
En el imbroglio de la batalla de Afrin se revelan todas las contradicciones de la guerra siria. Junto al ejército turco, que combate a los kurdos de la autonomía, hay milicianos del Ejército Libre Sirio y de otros grupos guerrilleros árabes y turcomanos de la oposición a El Asad que reivindican el retorno de sus poblaciones ahuyentadas por los autonomistas. En estos planes tácticos, como reza un popular dicho árabe, “el enemigo de mi enemigo es mi amigo”.
Para el Gobierno de Ankara los kurdos sirios autonomistas son terroristas, están vinculados con el PKK y constituyen una amenaza a su seguridad nacional, mientras que Estados Unidos les alienta como sus mejores aliados locales, contra el Estado Islámico, también objetivo militar de Turqía. Erdogan quiere aumentar su influencia en el todavía incierto futuro de Siria.