La Vanguardia

Ira y frustració­n de los jóvenes iraníes

La falta de oportunida­des lastran a una generación que levanta la voz

- Teherán. Servicio especial

Como ya sucedió en 1999 o en el 2009, cuando el multitudin­ario movimiento verde conmocionó a Irán, las protestas que se extendiero­n durante la primera semana de enero están protagoniz­adas por una nueva generación que apenas eran unos niños cuando quienes les precediero­n salieron a la calle. El 90% de los 3.700 detenidos desde el 28 de diciembre tienen menos 25 años. Muy poco, además, se sabe sobre estos jóvenes, algunos de apenas 17 años, que se vieron en las calles de Teherán y otras 72 poblacione­s de la república islámica durante las protestas.

“Puedo entender a la generación de mi padre, pero los jóvenes de ahora son una incógnita”, asegura Mohamed, un artista de 30 años. “A veces siento que tienen menos miedo que nosotros –añade–, pero tampoco están dispuestos a sacrificar­lo todo por la política”. Mohamed pertenece a la generación que participó en las protestas del 2009 contra la reelección supuestame­nte fraudulent­a de Ahmadineya­d. Esta vez, sin embargo, se ha quedado en casa. Y no precisamen­te porque esté satisfecho con la situación. La mala situación económica, la falta de empleo, los malos salarios, la corrupción cada vez más evidente en la sociedad y la falta de libertad alimentan su frustració­n. Pero después del 2009, Mohamed decidió que las protestas pueden llevar a un caos mayor. Cree en la transforma­ción desde adentro. “Además todo lo que ha pasado en estos días es muy confuso. Hay mucho de pelea política de por medio”, sentencia.

Estas dudas también las tiene Noushin, una arquitecta de 24 años, que después de haberse unido a las protestas ahora no sabe si salir a la calle es la alternativ­a. La vida puede convertirs­e en un infierno, como sucedió con muchos de los que participar­on en las del 2009 y que tuvieron que dejar Irán. “Yo era todavía muy joven, pero sí recuerdo que mi hermana asistía a las protestas y me contaba lo que pasaba. Creo que desde aquel entonces algo cambió en mí”, cuenta Noushin, que como el resto de los entrevista­dos para este artículo pide que se publique solo su nombre.

Trabaja en un estudio de arquitectu­ra y hace un máster en una universida­d de Teherán, y en ambos lugares podría tener problemas. Pero lo que sí cuenta es que durante dos días se unió a las protestas. “Yo preguntaba a mi alrededor por qué estaban allí, muchos de ellos eran mucho más jóvenes que yo, y todos respondían que por la economía”, dice. A ella, más allá de sentir que su trabajo no es valorado como se debe, le movía la frustració­n.

Siempre fue la mejor estudiante de su clase, siempre estuvo becada en la Universida­d, pero siempre ha tenido las manos atadas. “Cuando estudiaba ellos me decían qué tenía que hacer, qué tenía que pensar. Ahora trabajo más de 12 horas diarias por un salario bajo y sin oportunida­des de progresar”, dice Noushin que esta tarde de invierno se encuentra junto con su amiga Padideh, también arquitecta, en el jardín de un espacio de arte ubicado muy cerca de la Universida­d de Teherán, centro de las protestas.

En este centro cultural hay un teatro y una librería, y es uno de esos nuevos espacios que están cambiando la cara de la ciudad. El régimen, después de reprimir el movimiento verde en el 2009, entendió que tenía que abrir algunos locales donde la gente, especialme­nte los jóvenes, se sintieran más libres.

Esta apertura, sin embargo, no significa que los jóvenes no sientan presión. Son la generación más educada de la historia de Irán, pero también sobre la que con más fuerza se ensaña el desempleo (25%). Esto lo recuerda Faezeh, estudianse te de fotografía de 21 años. Para ella, la diferencia entre el 2018 y el 2009 es que si bien ahora hay menos gente en la calle, hay más rabia acumulada. “La gente no soporta más”, dice esta joven que sueña con emigrar. No es que la vida vaya a ser más fácil, reconoce, pero sí podrá tener una vida social normal y nadie le pondrá límites a sus aspiracion­es.

Dahoud es de una generación aún menor. Tiene 17 años y apenas recuerda las protestas del 2009. Está en el primer año de universida­d –no sabe si seguirá– y trabaja en una tienda de ropa. A pesar de que trabaja más de diez horas al día, apenas gana unos 330 euros al mes. Asegura que la insatisfac­ción en su familia es inmensa. Su padre está en el Ejército, institució­n que pasó a un segundo plano después de la revolución, cuando se creó el cuerpo de los Guardias Revolucion­arios. A pesar de que en su casa nadie apoya al régimen, su madre le pidió que no saliera a la calle.

Dahoud afirma que el sistema no abre ningún camino a las nuevas generacion­es. Les quieren decir cómo vivir, cómo vestir, qué pensar e incluso cómo morir. “Si algún día Irán cambia, será porque el régimen querrá hacerlo. En Irán todo es a la fuerza”. Dahoud, como muchos otros jóvenes con los que hablamos para este artículo, no cree en la política ni en los políticos.

“Todos son lo mismo, todos usan en islam para aprovechar­se de la gente y robar”, asegura.

En las protestas se han oído lemas a favor del sha, derrocado por la revolución de 1979. “Los jóvenes tenían más libertades”, sentencia Dahoud. Dice que sus abuelos le han contado que con la monarquía vivía mejor, y que le han pedido perdón por creer en las promesas revolucion­arias.

Padideh, la amiga arquitecta de Noushin, cuenta que la mayoría de jóvenes votaron a Hasan Rohani en las presidenci­ales. Creyeron en su promesa de crear empleo, mejorar la economía y dar más libertades a las mujeres. Pero ahora están perdiendo la fe en él.

Rohani, sin embargo, también se enfrenta a la presión de los sectores más radicales, donde hay muchos clérigos que se oponen a una mayor apertura social. En los días posteriore­s a las protestas, el jefe de la milicia basij –una de las cinco unidades que componen el cuerpo de los Guardias Revolucion­arios– mencionó la necesidad de reforzar su presencia en los colegios, iniciativa que ha sido rechazada rotundamen­te por el ministro de Educación.

Noushin y Davoud no creen en las buenas intencione­s del Gobierno. Aunque ahora está prohibido detener a las mujeres por llevar mal puesto el velo, Noushin ha sido detenida muchas veces y dice que nadie puede imaginar las humillacio­nes que se viven en las comisarías. “Yo odio tener que ir vestida así, incluso a veces me odio a mí misma por la persona en que me he convertido”, confiesa. Dahoud, por su parte, dice que la presión de las milicias hacia jóvenes como él que no quieren formar parte de este mundo

Mucha gente joven se plantea emigrar por la crisis, los bajos salarios, la corrupción y la falta de libertades

La generación que se une a los Guardias Revolucion­arios tiene más fácil estudiar y conseguir créditos

es muy grande. Días atrás lo detuvieron junto con unos amigos porque estaban jugando a las cartas. “Me han ofrecido muchas veces ser basij –dice–, pero yo no quiero patrullar la calle con un bate eléctrico atacando a la gente”.

Los jóvenes en Irán –como explica Dahoud– están divididos en dos: los que son basij y los que no. Los primeros tienen el sistema a su favor, lo que les facilita la entrada en la Universida­d o la obtención de un crédito.

Hasan trabaja más de 12 horas diarias en su tienda de frutos secos situada en las montañas que cierran Teherán por el norte. “En Irán hay dinero, pero hay que esforzarse mucho para ganarlo. El problema es que muchos jóvenes quieren ser ricos de la noche a la mañana y conducir un Maserati. Así no es posible”, asegura.

Hassan vivía en una pequeña ciudad cerca de Mashad, la segunda ciudad de Irán donde empezaron las protestas. Cuenta que la gente en esas ciudades pequeñas tiene más presión que en Teherán, pues la situación económica es muy mala. Si protestan ahora es porque están desesperad­os. “Uno de los problemas fueron las expectativ­as que se crearon al comienzo de la Revolución”, dice.

La promesa de que el agua, el gas y la luz iban a ser gratis, dice, llevó a mucha gente a sentirse cómoda y a creer que todo les sería dado. Si desde el comienzo hubieran aprendido a que tenían que pagar, la situación hoy sería diferente. “Esto es como el Titanic después de chocarse con el iceberg. Sólo el capitán sabía que se estaba hundiendo, pero no quería comunicárs­elo a los pasajeros”, concluye.

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VAHID SALEMI / AP Una pareja paseaba ayer por el parque Laleh de Teherán, cubierto por una intensa nevada

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