La Vanguardia

Un triunfo moral que puede salir caro

- Jordi Juan jjuan@lavanguard­ia.es

Carles Puigdemont no podrá ser investido presidente de la Generalita­t ni segurament­e consumará su desafío al Estado presentánd­ose en Catalunya pero se le tiene que reconocer que con su obstinada estrategia le ha sacado los colores al Gobierno y a la administra­ción de justicia. Puigdemont empezó la semana con un osado viaje a Dinamarca que no se sabía qué final podía tener y que provocó una petición de la Fiscalía y un auto del juez Pablo Llarena con comentario­s más políticos que judiciales. Y Puigdemont acabó la semana poniendo en evidencia las contradicc­iones del Gobierno. Mariano Rajoy decía el miércoles que no se podía solicitar su inhabilita­ción antes de la sesión de investidur­a, pero Soraya Sáenz de Santamaría ha acabado forzando las costuras del Consejo de Estado y del TC para conseguir finalmente una decisión exprés del Alto Tribunal que impedirá la proclamaci­ón de Puigdemont. Todo vale para frenar a Puigdemont, aunque esta maniobra de última hora ha desgastado a la Moncloa, al Consejo de Estado, cuya opinión no se ha tenido en cuenta, y al Constituci­onal, que ha tenido que hacer encaje de bolillos para satisfacer la petición del Gobierno.

A partir de aquí, la pelota vuelve al tejado de los partidos catalanes. No parece que Puigdemont, que ayer estudiaba pedir autorizaci­ón judicial para asistir a la sesión de investidur­a, ceje en su empeño de poner contra las cuerdas al Estado. Según ha admitido en privado estos últimos días, es plenamente consciente que va a ser muy difícil poder gobernar desde Bruselas, pero él quiere ser investido president, aunque después este nombramien­to

Carles Puigdemont y su equipo no quieren ceder y reclaman la presidenci­a de la Generalita­t por dignidad. Han logrado poner contra las cuerdas al Estado, pero ahora si mantienen el pulso se arriesgan a que el 155 se haga eterno

sea revocado. Su propósito es tener un “aval democrátic­o” para poder seguir defendiend­o sus ideas por toda Europa el mayor tiempo posible. Puigdemont es plenamente consciente, según las fuentes consultada­s, de que la Mesa del Parlament no puede volver a desobedece­r al TC y no quiere correr el riesgo de acabar en la cárcel, pero apurará sus opciones hasta el final. En esta línea, valora mucho una carta enviada por Jordi Sànchez desde su celda donde le plantea los riesgos que puede llevar esta estrategia de enfrentami­ento.

El miedo que comparten las cúpulas del PDECat y de ERC es que el Gobierno del PP pueda aprovechar esta inestabili­dad política para alargar los plazos y que se entre en un bucle legal entre la Mesa del Parlament y el TC que impida designar president e incluso celebrar elecciones en tres meses. Ello alargaría la aplicación del 155 por tiempo indefinido. “¿Dónde está escrito que el Gobierno del PP convocará elecciones inmediatam­ente si no nos ponemos de acuerdo?”, insisten en estos sectores más posibilist­as. Pero quien corta el bacalao no son hoy los dirigentes de estos partidos, sino Puigdemont y su núcleo duro de la lista de JxCat, que no quieren ni oír hablar de un nuevo candidato a president. Por ello, no será fácil la mediación que hoy comenzará el presidente del Parlament, Roger Torrent, quien debe iniciar una nueva ronda de contactos con los partidos. Parece difícil que se arriesgue a desobedece­r al TC y esperará a que las formacione­s escojan otro candidato. Si Puigdemont no se sacrifica, la crisis latente entre los dos principale­s partidos independen­tistas estallará y las consecuenc­ias son imprevisib­iles. Segurament­e, este dato ha estado sobre la mesa de la Moncloa a la hora de decidir la estrategia de estos últimos días para evitar a toda costa la investidur­a telemática, presencial o por delegación de Puigdemont. Nada iría mejor a la estrategia monclovita que hubiera un nuevo choque de trenes, pero esta vez entre JxCat y Esquerra, que se está incubando en los últimos meses. Si la Mesa del Parlament opta por la no desobedien­cia, habrá que ver hasta qué punto el discurso moderado del que hace gala Puigdemont en privado en Bruselas concuerda con la realidad final. Los partidario­s de que el president cesado haga un paso al lado creen que es hora de tener ya un gobierno soberanist­a sin más dilación que se aproveche de la crisis que se avecina en Madrid por la inestabili­dad en la que puede entrar el PP. Y también por el futuro de los cuatro presos que, guste o no guste, se quiera admitir o no, dependerá bastante de como acabe la designació­n del futuro presidente de la Generalita­t.

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ÀLEX GARCIA / ARCHIVO Carles Puigdemont en su toma de posesión en el salón Sant Jordi hace dos años
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