La Vanguardia

Cómo alcanzar el bienestar

- Joaquín Luna

Si lee usted esta columna, yo le garantizo que tendrá ansías de bienestar al terminar, siempre y cuando siga los consejos y no opte por las páginas de actualidad política ni por tirarse al Sena.

¿Qué me autoriza a perpetrar semejante despropósi­to? El ejemplo de mi barrio. Nunca Gràcia fue más pionera y tendencios­a y a las pruebas me remito: la pecaminosa sala Martin’s se transforma­rá en marzo en una clínica de cirugía estética y donde generacion­es de noctámbulo­s se dejaron el sueño y la vergüenza pronto saldrán personas renovadas.

Y aquí no termina la transforma­ción. La tienda de disfraces, máscaras y artilugios El Relámpago, cerrada en noviembre tras 76 años de existencia, se convertirá... en un salón de peluquería, depilación, bronceado y tratamient­os corporales, según informa L’Independen­t, impagable semanario de Gràcia, órgano de la ceba y pulso del barrio y de mi CE Europa, que gana fuera lo que pierde en casa.

El que no tiene bienestar es porque no quiere y es antiguo. En Gràcia lo tenemos claro y en lugar de bailoteos –el

No da bienestar ser bajito, divorciars­e del jefe ni confundir a la novia de un capo ruso con una turista

Martin’s nació sala de fiestas antes de convertirs­e en meca gay– y máscaras apostamos por el bienestar de proximidad, con sus cambios de papada, prolongaci­ones del pene y depilacion­es con fines ulteriores.

El bienestar es al siglo XXI lo que las revolucion­es al XX: una ilusión colectiva de final incierto. Todos estamos llamados a gozar del bienestar, al alcance –dicen– de cualquier bolsillo y nueva utopía de la clase media.

Usted sea optimista y siga mis consejos. ¿Qué le puede aportar bienestar? Llamarse Botín y poseer un banco en Santander, ser cuñado de Messi, tener una novia luxemburgu­esa, acostarse todos los sábados con una novelista de éxito o en su defecto con miss Carolina del Sur, ser el creador de Google, comer caviar, vivir del cuento, morir de éxito...

Por el contrario, hay pequeños detalles que obstaculiz­an el bienestar y conviene evitar en la medida de lo posible. Llamarse Higinio o Ramira, ser bajito y peludo, ganar unas oposicione­s a letrado del Parlament, divorciars­e del jefe de recursos humanos de tu empresa, tener alopecia y apellidars­e Calvo, adoptar un hijo acordeonis­ta, confundir a la esposa de un capo de la mafia rusa con una turista de Gelsenkirc­hen, capturar percebes, morir de un catarro mal curado...

El problema generaliza­do es que mucha gente confunde bienestar con libertinaj­e y hay merluzos que añorarán un antro en el que primero cantaba boleros Lorenzo González y después montaron un cuarto oscuro o una tienda familiar que permitía salir del paso a quienes detestan disfrazars­e de Zorro, bucanero o vampiresa, que somos muchos y ya se nos cae encima el dichoso carnaval.

La cuestión, niños y niñas, no es vivir –o morir– con dignidad, sino vivir y morir con bienestar.

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