La Vanguardia

¿Por qué se ignoran los riesgos de no preservar la intimidad?

- JOSÉ R. UBIETO Psicólogo clínico y coautor del libro Niñ@s Hiper

Las redes sociales están llenas de imágenes de niños y niñas, algunas puestas por ellos mismos y otras muchas expuestas por los progenitor­es. Sin olvidar millones de otras, de carácter pornográfi­co. Lo que más sorprende es que los padres ignoren muchas veces los riesgos que supone, además de no preservar su intimidad.

¿Ingenuidad, despiste, negligenci­a? Quizás hay una razón más poderosa, que desborda a menudo las intencione­s de cada madre o padre. Es el espíritu de la época que nos empuja, sutilmente, a colonizar la infancia de manera acelerada por la vía de lo híper como patrón. Los adultos promovemos, cada día más, infancias y adolescenc­ias hiperactiv­as, hipersexua­lizadas, hiperconec­tadas y al tiempo hipercontr­oladas.

Si tradiciona­lmente se adoctrinab­a a la infancia en nombre de los ideales, hoy tratamos, más bien, de imponerles un modo de goce que es el nuestro, el adulto. Queremos que sean emprendedo­res, con una identidad sexual clara y precoz, incluso con posiciones políticas, dominadore­s de varios idiomas, creativos y atrevidos para apostar o arriesgars­e. Que sean, al mismo tiempo,

perfectame­nte evaluables en sus resultados. Como correspond­e a nuestra sociedad del

rendimient­o.

Donde antes había el tabú y los velos del pudor y la vergüenza, hoy aparece la satisfacci­ón como nuestra brújula a seguir. Goce que debe ser inmediato y que exige poner el cuerpo y su imagen, mostrarlo en el escapare global que son las redes sociales. Famosos como Serena Williams, Michael Phelps o Kim Kardashian han creado perfiles propios para sus hijos, pocos días después de nacer, en la red Instagram, haciéndose eco de una moda –los bebés instagrame­rs– compartida por millones de padres y madres en todo el mundo. Algunas de estas cuentas resultan muy lucrativas para sus progenitor­es gracias a la publicidad con marcas, normalment­e de productos para bebés. “Todos productore­s y consumidor­es” podría ser el lema que igualase así a adultos y niños, borrando las fronteras entre unos y otros.

Exponerlos, masivament­e y sin tapujos, es privarles del secreto de lo infantil que es ante todo, como nos mostró Freud, un tiempo para comprender, un tiempo para hacer(se) preguntas más que para encontrar respuestas definitiva­s. Momento de juego y elaboració­n más que de trabajo productivo. Es también el tiempo en el que la sexualidad y la muerte se viven, pero necesitan ciertos velos antes de abordarlas directamen­te.

Hoy tratamos de imponer a la infancia un modo de goce que es el nuestro, el adulto

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