El hombre que supo ahorrar espacio
Un anciano se apea del autobús de línea, al que ha entrado con su tarjeta de jubilado, y se dirige convencido hacia un lujoso local de Estocolmo, donde se celebra una importante entrega de premios. Los de seguridad, que le han visto bajarse del autobús, no le dejan pasar, hasta que alguien le reconoce. Es Kamprad, el fundador de la principal empresa sueca y uno de los hombres más ricos del mundo.
Esta anécdota ejemplifica la vida de este excéntrico y controvertido millonario que fue Ingvar Kamprad, fallecido ayer en su casa de Älmhult, a los 91 años, después de convertir un pequeño negocio de mobiliario en un pueblo remoto de Suecia en uno de los principales símbolos de la sociedad contemporánea.
Para unos, el dueño de Ikea era un tacaño enfermizo, que vestía ropa de segunda mano comprada en los mercadillos, conducía hasta hacía poco un Volvo de 1993 y se llevaba de los bares i restaurantes los sobres de sal y azúcar. Eso explicaría que su Fundación Ikea, una de las más ricas del planeta, no esté entre las más generosas, de acuerdo con un artículo publicado por The Economist. Y que todo sea un entramado fiscal, en el que fue pionero, para canalizar los ingresos de la empresa hacia la familia fundadora.
Para otros, sin embargo, Kamprad era un defensor a ultranza de la ecología y la vida sostenible. Un hombre que en el supermercado escogía siempre los yogures y botellas de leche a punto de caducar, puesto que odiaba que se echara a perder la comida, elegía viajar en transporte público y reutilizaba folios usados por una sola cara. “Se trata de ser conscientes de los costes; somos gente generosa, pero no queremos pagar más de lo necesario”, le justificaba Marcus Engman, director de diseño de la empresa.
Ese hombre preocupado por el planeta, que acuñó el lema “malgastar recursos es un pecado mortal”, acabó admitiendo que tuvo un pasado nazi, cuando un libro lo reveló en toda su crudeza. “El peor error de su vida”, según el comunicado oficial que hizo público Ikea. Así se supo que no sólo fue un miembro activo del partido nacional socialista sueco, sino que los servicios de seguridad llegaron a ficharle. Su relación se alargó hasta tiempo después del final de la Segunda Guerra Mundial, cuando las muchas atrocidades de Hitler ya eran bien conocidas.
En el año 1950, por ejemplo, fue a la boda de Peter Engdahl, líder del partido, y le escribió una carta en la que se decía orgulloso del movimiento nacionalista. Pero para cuando su empresa empezó a despegar, todo aquello quedó tapado.
Ejemplo de hombre hecho a sí mismo, Kamprad explicaba que ya con cinco años vendía cerillas a sus vecinos, luego pasó a adornos de Navidad, semillas… Hasta que en 1943, con 17 años, fundó una tienda de muebles. La bautizó con sus iniciales y las de dos lugares importantes de su vida: la granja donde creció, Elmtaryd, y su pueblo natal, Agunnaryd, en el sur de Suecia. Ocho años después Ikea ya disponía de su primer catálogo de muebles.
El paso que lo cambió todo fue en 1956 cuando empezó a vender el mobiliario en paquetes lisos fáciles de montar. La idea le vino al ver a uno de sus empleados quitándole las patas de una mesa para que cupiera en el coche de un cliente. Pensó que se podría ahorrar espacio y saldría ganando.
Su espíritu ahorrador le llevó también a economizar en costes empezando a comprar la mayor parte de los muebles en la comunista Europa del Este, primero en Polonia y más tarde en la por entonces República Democrática Alemana.
Años después se destapó que Ikea no había investigado un secreto a voces: que los alemanes
“Malgastar recursos es pecado mortal”, decía Kamprad, que vestía de segunda mano y se llevaba el azúcar del bar
La idea del paquete plano le vino viendo un empleado que sacaba las patas de una mesa al meterla en un coche
del Este utilizaban prisioneros políticos para la fábrica que les suministraba, y que siguieron trabajando forzados hasta que cayó el muro de Berlín en 1989. Nuevas disculpas.
El resto, si ha fundado usted la república independiente de su casa, ya lo sabrá. Hoy los almacenes gigantes de Ikea son la principal bandera promocional de Suecia, adelantando a Abba. La compañía vende por un valor superior a los 38.000 millones de euros anuales, tiene más de 163.000 trabajadores en todo el mundo, y su catálogo se postula como más leído que la Biblia.
Kamprad se había trasladado a vivir a Suiza para seguir ahorrando, con una fortuna calculada en 64.000 millones de euros. Pero el 2011, después de enviudar, decidió regresar a Älmhult, la localidad sueca donde Ikea tiene su sede central, un pueblo en el que sus 9.000 habitantes trabajan directa o indirectamente para él. La empresa la llevaban ya sus hijos, pero a Kamprad le gustaba pasear por allí, saludar a una gente agradecida que le conocía bien y recordarles que “derrochar es uno de los mayores males de la humanidad”.