Sintecho ayer, voluntario hoy
Girona habilita el edificio de las Sarraïnes para ofrecer refugio a personas que duermen en la calle
El olor a café recién hecho mezclado con el de mobiliario nuevo invade el interior del histórico edificio de las Sarraïnes de Girona, en pleno paseo arqueológico, reconvertido durante los meses de invierno en dormitorio para personas sin techo. Jordi Esteva, uno de los 17 voluntarios que lo dirigen, nos ofrece una taza nada más llegar. Es un mañana gris, húmeda y fría. Hace una hora que se han ido la quincena de usuarios que han pasado esta gélida noche en una de las literas y camas supletorias habilitadas en este espacio que abre a diario, de 8 de la noche a 8 de la mañana. A diferencia de otros recursos sociales de la ciudad, como el centro de acogida La Sopa, aquí ni siquiera es necesario que los usuarios se registren o que acepten una cita con los trabajadores sociales. “El grado de exigencia es cero”, resalta Laura Codina, trabajadora social y educadora de calle de La Sopa, el único centro que presta servicio a personas sin hogar de toda la provincia. Lo único que se pide es respeto y buena convivencia entre los usuarios. Una advertencia escrita a mano por Jordi Esteva en una de sus noches de guardia redunda en esa idea, vital para que el proyecto funcione: “Te respetamos, respétanos. Te valoramos, valóranos. Si nos respetamos, ganamos todos”, reza el cartel. La otra principal y gran diferencia es que quienes lo gestionan son vo- luntarios que en algún momento de sus vidas también vivieron en la calle.
Jordi Esteva, de 58 años, lo hizo durante un tiempo. “He dormido entre escombros de obra, en bosques, pantanos, albergues de media España y hasta en la caseta del perro”, recuerda. Este voluntario trabajaba de camarero en Aranjuez cuando estalló la crisis y empezó su descenso a los infiernos. La relación de confianza con los usuarios es difícil de conseguir si no hubiera pasado por su misma situación. Se le nota en el trato: les mira sin compasión, les llama cariñosamente “campeones” y les ofrece el mismo respeto que él un día recibió de la directora de La Sopa, Rosa Angelats. “El día que me dijo que me iba ayudar, no me lo creía. ¿A mí? ‘Pero si nunca nadie me ha ayudado’, pensé. Vivir tanto tiempo en la calle te vuelve una persona arisca”. Gracias a su ayuda dejó de ser un sintecho y superó sus graves problemas de alcoholismo. “Me estaba convirtiendo en un bebedor acérrimo y pedí ayuda. En realidad, fui yo quien se rescató de la calle”, explica. Actualmente comparte un piso de alquiler. “He sufrido alguna recaída, pero me han hecho más fuerte. Antes sólo me quería estando bebido, ahora he aprendido a amarme también estando sobrio”, afirma. Tiene en mente escribir un libro biográfico.
Él y los demás voluntarios se han ido ganando la confianza de los usuarios desde que el 10 de enero el servicio empezó a funcionar. No se sienten juzgados ni señalados, aunque no se han adaptado a ninguno de los recursos ordinarios disponibles en la ciudad. “Nuestro objetivo es dar una repuesta y una nueva oportunidad a las personas sin techo que han rechazado los recursos ofrecidos hasta ahora”, explica la concejal de Derechos Sociales, Eva Palau. El Consistorio estima que más de un centenar de personas viven en la calle, en naves abandonadas, cajeros o portales. Algunos de los usuarios confiesan a los voluntarios aspectos de su pasado, aunque aquí nadie pregunta más de la cuenta. Unos vienen muy bebidos, otros drogados, hay quien acaba de salir de prisión y no tiene donde pasar la noche... Son algunos de los perfiles que han pasado por las Sarraïnes desde que se puso en marcha un servicio que ha llenado casi cada noche y que se alargará hasta el 15 de marzo.
No es necesario que los usuarios de este espacio se registren o acepten una cita con el trabajador social