La Vanguardia

Aquel enero del 39

- Oriol Pi de Cabanyes

Hace unos cuantos años el hijo de Agustí Centelles se puso en contacto conmigo, que había escrito recienteme­nte sobre Robert Capa, por si quería conocer a la muchacha que, durante la guerra, su padre, encargado de hacer unas fotos de propaganda, hizo posar delante de un encerado como si fuera la señorita de un grupo de niños fugitivos del frente de Madrid.

Montserrat Bargués tenía quince años en 1937, cuando sus padres, para que comiera cada día, la colocaron de auxiliar en la colonia de Asistencia Infantil, el programa de acogida para niños refugiados que había organizado en un chalet requisado de Pedralbes la pedagoga Maria Solà (con ayuda de los cuáqueros de Estados Unidos, tal vez por mediación de Josep Pijoan).

Fui a visitar a la señora Bargués en su piso del Eixample, junto a la Pedrera. Con buena memoria, recordaba que el director de aquel centro de acogida era Antoni Nadal Rodó, el futuro editor de Fotogramas, que luego casó con la chica que toca el piano en otra fotografía de ese mismo reportaje de Centelles.

Siendo todavía adolescent­e, Bargués hizo de pequeña secretaria de María Luz Morales. La periodista (que había sustituido a Gaziel en la dirección de La Vanguardia) le dictaba a pie sus arengas radiofónic­as. Muchos años después, en carta a su joven mecanógraf­a, María Luz Morales decía tenerla identifica­da por el recuerdo de sus “alpargatit­as bordadas (sí: todos calzábamos alpargatas en aquellos días ..., pero teníamos el corazón rebosante de generosida­d y esperanza ...)”.

La señora Bargués recordaba especialme­nte aquella mañana que, en plena guerra, alguien abrió el clausurado monasterio de Pedralbes a aquel pequeño grupo de niños y niñas y les tocó al órgano, solemne, La Santa Espina ... Era mosén Andreu Ramírez, organista de la catedral de Vic (de quien entonces ella ignoraba su condición sacerdotal, hasta que el día de la Victoria se sorprendió al verle con sotana, recibiendo a los vencedores).

El 26 de enero de 1939 era jueves. No hacía nada de frío. Por la radio, Mussolini anunció a su país y al mundo que Barcelona había caído en manos de los “nacionales”. Las tropas vencedoras entraron por la Diagonal, y Montserrat fue al Cinc d’Oros (también conocido popularmen­te como Plaza del Lápiz) y vio pasar al ejército ocupante, los moros y los requetés al frente.

Por el camino, le cautivó un gran abrazo en medio de la calle de dos hombres muy blancos de piel, que ella supuso dos topos recién salidos de su escondite después de mucho tiempo... Cuarenta y ocho horas antes la señora Solà y su marido, Sellarés, habían recogido sus pertenenci­as y se marchaban con un coche muy pequeño ...

“También en esta bonita ciudad –escribe Peter Handke en la Historia de un lápiz– hubo un día en que varias personas corrieron extrañamen­te de un lugar a otro, gritando o en silencio. Y fue esta la historia de la guerra”.

Siendo todavía adolescent­e, Montserrat Bargués hizo de pequeña secretaria de María Luz Morales

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