La Vanguardia

Las chicas que engañaron a Mengele

La madre de Tzecha y Amalia Reichman les salvó la vida: al llegar a Auschwitz oyó que los nazis buscaban gemelos y les ordenó separarse

- HENRIQUE CYMERMAN BENARROCH Jerusalén. Correspons­al

Visitar Auschwitz-Birkenau con mis hijos, mis nietos y mi bisnieta, todos ellos seres libres en Israel, significa que vencimos a los nazis. Es el dulce sabor de la victoria”, declara emocionada Tzecha Reichman, de 90 años, que acaba de visitar el lugar en el que asesinaron a su madre en las cámaras de gas, y del que estaba segura que tanto ella como su hermana gemela, Amalia, no saldrían con vida.

Su hija Ofira Azrieli, de 47 años, la mira con cariño y le promete que hará todo lo posible para perpetuar el recuerdo de la mayor tragedia de la historia de la humanidad. “Yo no soy una historiado­ra, pero decidí dedicar mi vida a contar todas las terribles vivencias que mi madre, mi tía y mi padre me explicaron por primera vez sólo cuando mi hermano y yo ya éramos adultos”. Pero aclara: “Durante toda mi infancia sentimos que había una nube sobre nuestro hogar, pero ellos no querían darnos detalles”.

Las gemelas Tzecha y Amalia nacieron en Polonia, cerca de la ciudad de Lodge, en un pequeño pueblo llamado Pabianitze. Antes del estallido de la II Guerra Mundial, su familia, que poseía varias fábricas, vivió una cómoda vida, en la que Tzecha creció rodeada de ocho hermanos. “Un día llegaron los nazis y nos obligaron a mudarnos a todos los judíos a un gueto, donde vivimos apiñados durante años. Mucha gente empezó a morir de frío, hambre y enfermedad­es”. En 1944, las dos gemelas, la hermana mayor y su madre fueron llevadas al campo de la muerte en los trenes que transporta­ron a millones de judíos hacia su fin. Al bajar del vagón, el instinto materno salvó las vidas de las jóvenes. Oyó que los nazis buscaban zwillinge (gemelos). Lo último que les dijo la madre a Tzecha y Amalia fue que tenían prohibido volver a estar en el mismo lugar en Auschwitz y debían alejarse una de la otra.

Más tarde supieron que el doctor Mengele, apodado ángel de la

muerte, llevaba a cabo despiadado­s experiment­os con humanos. Pretendía descubrir la secuencia completa del ADN humano para clonar una nueva raza aria y los gemelos eran uno de sus objetivos. Los infectaba con todo tipo de bacterias, les hacía pruebas de resistenci­a al dolor o los cosía unos a otros para “crear siamerano ses”. La madre fue llevada de inmediato a las cámaras de gas, y las niñas sobrevivie­ron durante largos meses por separado sin ser descubiert­as por Mengele.

En el momento de la liberación del campo, las chicas pesaban sólo 20 kilos a sus 17 años. Las llevaron a Suecia, donde durante dos años las trataron y curaron antes de partir hacia Israel en 1947, en vísperas de la declaració­n de independen­cia. Ofira Azrieli, la hija de Tzecha, cuenta que era la única niña de su clase a la que sus padres nunca le permitiero­n participar en los campamento­s de los

boy scouts en el bosque. Para ellos la naturaleza equivalía a la muerte. “Yo no entendía por qué todos mis compañeros pasaban dos semanas acampados durante el ve- haciendo actividade­s juveniles y yo no tenía permiso. Tampoco entendía por qué en mi casa todos comíamos tanto; era una auténtica obsesión por la alimentaci­ón, y yo les decía a mis padres que nuestra casa parecía un supermerca­do. Mucho más tarde, me explicaron que quien pasó hambre como ellos convierte la comida en una auténtica prioridad para sus seres queridos”.

El Congreso Mundial Judío reunió el pasado sábado, día en memoria del Holocausto, fotos de al menos seis millones de personas que sujetan un cartel con el lema We Remember (Nosotros recordamos). Ofira, que dedica su vida a la memoria, ha fotografia­do a cientos de personas en Israel y envió sus imágenes al evento: “Me estremece pensar que en el futuro alguien dude que algo así ocurriese a mediados del siglo XX. Me preocupa que un hecho como la Shoah vuelva a afectar no solamente al pueblo judío sino a otros pueblos del mundo. Tenemos la misión de contar las historias reales vividas entonces, aunque no seamos historiado­res”.

En Israel viven cerca de 200.000 supervivie­ntes del Holocausto. Cada día fallecen de media unos 40. La edad mínima de los supervivie­ntes es de más de 70 años y la mayoría ya supera los 80 o incluso los 90 años. En los últimos tiempos, se amplió el término supervivie­nte de la Shoah, incluyendo a todos los países que estuvieron bajo el régimen nazi, como los del norte de África –Libia, Túnez o Marruecos–, a pesar de que allí no hubo guetos.

De lo que no cabe duda es que también los hijos e incluso los nietos de los supervivie­ntes llevan consigo la herencia del exterminio: “Mi abuela tenía mi edad, 17 años, cuando estuvo con su gemela en Auschwitz. Lo primero que pensé al visitar ese lugar fue que yo no hubiese logrado resistir como ellas”, dice Yair, el nieto de Tzecha. Ofira añade que su madre siempre le dijo que el hecho de que lograra traer hijos al mundo con todo lo que pasaron es de por sí un milagro. “Vivo sabiendo que no faltó mucho para que yo no pudiera nacer”, dice Ofira.

“Estar en Auschwitz con mis hijos, mis nietos y mi bisnieta significa que vencimos a los nazis”, dice la anciana

“Yo no hubiese logrado resistir”, dice Yair, nieto de la supervivie­nte, que tiene 17 años, como ellas entonces

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FAMILIA REICHMAN AZRIELI Tzecha Reichman, supervivie­nte de Auschwitz de 90 años, con su hija Ofira Azrieli

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