Francia se empantana en Mali cinco años después de su victoria militar
Los yihadistas mantienen en jaque al país africano con continuos ataques
Occidente tropieza sistemáticamente con la misma piedra en sus operaciones militares: gana en un primer momento las guerras, pero sus victorias acaban siendo un espejismo porque es incapaz de garantizar luego la paz. Le ocurrió a Estados Unidos y a sus aliados en Afganistán e Irak –y aún pagamos las consecuencias– y le está pasando lo mismo a Francia en Mali, aunque el conflicto no tiene la misma envergadura.
Cuando se cumplen cinco años de la operación Serval, lanzada por François Hollande, el conflicto en Mali desafía la pretensión de una pax francesa en el Sahel, tradicional área de influencia de París. Los terroristas islámicos siguen amenazando la existencia de un Estado que apenas es ya digno de ese nombre. No cesan los ataques y atentados suicidas contra las tropas francesas
y los cascos azules de la ONU.
Emmanuel Macron hubo de citar la situación en Mali durante su reciente discurso a las fuerzas armadas, en la base naval de Toulon, porque varios soldados franceses
habían resultado heridos días antes en una acción kamikaze. El jefe del Estado recordó que, “con la mundialización (los franceses prefieren ese término en lugar de globalización), los intereses de nuestro país no se limitan sólo a la defensa de nuestro territorio y las zonas próximas”. “Sabemos que defender nuestro territorio es a veces luchar contra los terroristas que fomentan los atentados a miles de kilómetros de aquí –agregó Macron–. Al mismo tiempo, el mundo se fractura, un cierto número de estados se fragmentan y ceden el terreno al oscurantismo, al terrorismo y a todos los tráficos que les acompañan. Desde el Levante hasta el Sahel, estamos plenamente comprometidos contra las nuevas amenazas”.
La opinión pública francesa está muy atenta a los despliegues en África porque hay memoria histórica de otras aventuras anteriores. No todas terminaron felizmente. El diario Le Figaro abrió ayer su portada con este asunto y dedicó dos páginas a un exhaustivo informe sobre la situación. Su diagnóstico fue severo. “Cinco años después de Serval, Al Qaeda causa la gangrena en Mali”, advirtió el rotativo.
La operación Serval –luego rebautizada como Barkhane– tuvo como objetivo inicial ayudar a las tropas de Mali a repeler la ofensiva de grupos armados islamistas que habían tomado el control de Azawad, la región norteña del país. El despliegue consiguió, en efecto, detener el temido avance de los yihadistas hacia la capital, Bamako. Hubo triunfos claros como la reconquista de la mítica Tombuctú, la ciudad de los 333 santos, el 27 de enero del 2013. Poco después, Hollande fue acogido allí como un héroe. Siguieron otras acciones exitosas, entre ellas la liberación de cinco rehenes del Comité Internacional de la Cruz Roja.
Poco a poco, sin embargo, como
París vive en el Sahel una experiencia parecida a la de EE.UU. en Irak y Afganistán
también ocurrió en Irak y en Afganistán, el enemigo reapareció, con emboscadas y atentados, aprovechando la fragilidad del Estado, su conocimiento del terreno y las rencillas entre comunidades. Según algunos expertos, Francia se equivocó al propiciar, demasiado pronto, la celebración de elecciones y al apoyar al presidente Ibrahim Boubacar Keita pese al estigma de la corrupción que pesaba sobre él.
El exdiplomático Laurent Bigot, citado por Le Figaro, no dudó en establecer el paralelismo entre la apuesta de Hollande por Boubacar Keita y la que hicieron George W. Bush y el Pentágono a favor de Hamid Karzai, en Afganistán, a finales del 2001, aún en plena invasión del país centroasiático, meses después de los ataques del 11-S.
En el pantano de Mali, Francia se enfrenta también a otros viejos fantasmas, incluso a la pesadilla de Argelia, una guerra mal digerida de la que ha transcurrido ya más de medio siglo. En París se sabe que Argel hace un doble juego, que su actitud antes los grupos islamistas del Sahel es ambigua y contradictoria. Por un lado se le considera como socio oficial en la lucha antiterrorista, pero por otro se sabe que ofrece bases de repliegue a los yihadistas. De nuevo surge la comparación con la guerra afgana y el doble juego que durante años mantuvo Pakistán con su aliado americano.