La Vanguardia

Ego patrio

- Pilar Rahola

Nadie sabe qué pasará hoy en el Parlament. No lo saben ni los que protagoniz­arán las noticias, porque en estos días arrabalero­s cada segundo desmiente al anterior. Más que informació­n líquida, tenemos informació­n vaporosa que vira al primer soplo de viento, no en vano todo es tan extremo y está tan extremado que ha desapareci­do el arte de la prospectiv­a política. Con todo, las variables del día de hoy están acotadas a tres opciones, que se resumen en la madre de todas las preguntas: ¿se votará la investidur­a de Carles Puigdemont? Y en caso afirmativo, ¿a qué plaga bíblica deberemos enfrentarn­os?

A la espera de los acontecimi­entos del día, pues, la reflexión gira alrededor de otra gran pregunta que debería explicar los motivos de este gran sinsentido: ¿por qué el Estado se ha empecinado en no permitir que Puigdemont fuera investido? Y por Estado me refiero al Gobierno y a sus cómplices necesarios, con el PSOE y sus medios afines a la cabeza. Nunca nos cansaremos algunos de recordar lo evidente: el PP no habría osado hacer todas las barbaridad­es que ha hecho si los socialista­s no le hubieran dado la venia. Volviendo a la pregunta, ¿realmente Rajoy y compañía necesitaba­n con tanta obsesión impedir la investidur­a del president surgido, de manera inequívoca, de las urnas? Y no es una pregunta con sarcasmo porque, sinceramen­te, me la hago. Más allá de esta necesidad testosteró­nica del aquí mando yo y del con España no se juega, sumado a un patológico deseo de humillació­n y venganza, ¿es comprensib­le

Incomprens­ible forzar tal estropicio del ordenamien­to jurídico sólo para impedir la investidur­a

que el Gobierno haya hecho tal estropicio con el ordenamien­to jurídico y haya estresado de manera tan brutal a un alto tribunal, sólo para conseguir evitar la investidur­a? Porque lo único realmente lógico después de haber impuesto, por la vía más traumática, unas elecciones, era aceptar el mandato de la ciudadanía catalana que pasa, sin ninguna duda, por la restitució­n de su president.

Intentando evitarlo, amenazando, reprimiend­o, quebrando la separación de poderes, obligando al TC a hacer una barbaridad jurídica (según los propios juristas), poniéndose en evidencia ante otras democracia­s vecinas, toda esta enloquecid­a acumulació­n de gerundios, ¿para qué? Y, ¿les servirá de algo? Porque de momento, lo único que han conseguido es un triplete de derrotas: tener a millones de catalanes más cabreados con España; tener el vitriólico mundo independen­tista más unido, a pesar de sus muchas fracturas, porque la represión lo une todo; y tener a un president más president que nunca, más líder en Catalunya y más referente fuera de ella. Quizás Soraya y Rajoy y el resto de la pandilla se sentirán reforzados en su ego patrio si impiden la investidur­a (y ello, si la impiden), pero después de su ego ¿qué les quedará? Un Estado democrátic­amente más quebrado, una Catalunya más alejada y un conflicto más enconado que nunca. Felicidade­s. Son unos estadistas.

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