La magia del agua
Pocos elementos son capaces de transformar un paisaje de forma tan radical como lo hace el agua en los ecosistemas mediterráneos. Bastan unas gotas para que el cauce seco de un torrente se llene de vida. Y ese efecto es todavía más sorprendente en los grandes llanos, donde una lámina de agua de apenas unos centímetros garantiza la presencia de decenas de especies únicas y la pervivencia de paisajes excepcionales.
La magia del agua en el Mediterráneo viene justamente de su escasez. Del frágil equilibrio en el que se sustentan muchos de los parajes que tienen una mayor biodiversidad. Los mejores amaneceres veraniegos de mi vida los he pasado en Menorca, en los pequeños pero limpios arroyos que mueren en la playa de Tirant, al norte, junto a la bahía de Fornells. Eran solo unos centenares de metros de aguas someras pero incontaminadas. Aquello era el paraíso: tortugas, patos, zancudas... Lo mínimo para que uno se sintiera como Gerard Durrell en el Corfú de los años 30...
Hay experiencias más extremas. Que dejan un fuerte impacto en quien las vive. Los atardeceres en Gallocanta, cuando miles de grullas llenan el aire de chillidos y uno puede llegar a pensar que está en la sabana africana. O helarse en las mañanas frías de Villafáfila para ver a los ánsares. Más sencillo todavía, dejar pasar el rato hasta que anochezca junto al Estany de Vilaüt, en els Aiguamolls de l’Empordà. Y quien sabe, quizás con un poco de suerte, escuchar el graznido del avetoro...
No hace falta ser naturalista para disfrutar de estas cosas. Con la curiosidad basta.
Hoy muchos de esos parajes están amenazados. Por la presión humana. Por la contaminación. Por la sequía. Y porque cuesta mucho entender que uno de los mejores placeres que da la vida es poder dejar los paisajes que has conocido tal y como estaban.
Pocos elementos cambian un paisaje de forma tan radical como lo hace el agua en el Mediterráneo