La segunda lágrima
Virgencitas fluorescentes, enanos de jardín, cojines de peluche rosa con forma de corazón,... Durante años se habló mucho del kitsch como fenómeno estético o, para decirlo mejor, antiestético. En Apocalípticos e integrados, Umberto Eco lo definió como una manera de comunicar que no sólo buscaba estimular efectos sentimentales, sino también sugerir la idea de que, disfrutando estos efectos, se tenía una experiencia selecta. Y también recordó lo que había dicho Hermann Broch, el autor de La muerte de Virgilio: que este tipo de comunicación nunca podría prosperar sin la existencia de una persona también kitsch que precisa el tipo de mentira que ofrece. Este desplazamiento de la mirada hacia el sujeto receptor está detrás de las disquisiciones sobre el kitsch que marinan la historia de La insoportable levedad del ser. En esta novela de Milan Kundera se explica la fenomenología de la sentimentalidad kitsch a través de la metáfora de la segunda lágrima. La experiencia kitsch empezaría con una imagen básica: unos niños corriendo por el césped, el recuerdo del primer amor o la patria traicionada, por ejemplo. Ante esta imagen, el kitsch provoca dos lágrimas de emoción. La primera lágrima afirma: “¡Qué hermoso: los niños corren por el césped!”. La segunda dice: “¡Qué hermoso es estar emocionado con todos los que se emocionan viendo como los niños corren por el césped!”. Según Kundera, es esta segunda lágrima, que resulta de la complacencia en una primera emoción real o fingida, la que convierte el kitsch en kitsch.
Kundera también apunta que “en el reino del kitsch impera la dictadura del corazón”. Pero conviene no olvidar que, bajo esta dictadura, se puede vivir de maneras diversas. El discurso posmoderno sobre el kitsch subrayó esta diversidad señalando la posibilidad de una relación no ingenua, sino irónica con el objeto o el enunciado que busca provocar el sentimentalismo. La sensibilidad posmoderna consagró la transversalidad de un kitsch que se podía consumir de una manera seriamente sentimental por la multitud y de una manera más juguetona o cínica por quienes se veían como élites. Y quizás esta transformación es la que ha permitido que esta manera de comunicar se convierta en un vehículo idóneo de las políticas nacionalistas. Avishait Margalit, de la Universidad Hebrea de Jerusalén, a quien la editorial Arcadia acaba de traducir al catalán el magnífico ensayo De la traïció, publicó en 1988 en The New York Review of Books un artículo sobre el recurso al kitsch en la representación que el Estado de Israel hacía de la historia de los judíos y de su estatus de víctimas para modelar los sentimientos. El artículo, que recordaba la metáfora de la segunda lágrima, se titulaba The kitsch of Israel y analizaba el uso de distorsiones de la realidad para provocar efectos emocionales políticamente aprovechables. Siguiendo sus pasos, se podría escribir otro titulado El kitsch de Catalunya. Catalunya tal vez será esos días escenario de una traición. Pero ya hace tiempo que se ha convertido en un emblema mundial del kitsch político.
Catalunya ya hace tiempo que se ha convertido en un emblema mundial del kitsch político