Provocación, vergüenza ajena y radicalidad
Gerard Piqué escogió un traje de persona mayor (color gris, chaleco a juego, solapas generosas y corbata ancha) para solemnizar su renovación, representada esta vez en un formato novedoso y que incluyó un paseo por el césped del Camp Nou y su palco presidencial (guiño) y la asistencia de familiares y las cúpulas directiva y ejecutiva del club. Todo muy serio. El guion original incluía no meter los pies en el charco del derbi pero Piqué no pudo resistirse (no hay traje capaz de ceñirle las opiniones y al de ayer no le pegaban nada unas botas de agua) y aportó apenas dos apuntes, normales en él pero llamativos en boca de cualquier otro futbolista, gremio de tipos de discurso anodino con excepciones. Comentó el central que no se arrepentía de haber dicho que el Espanyol es de Cornellà y no de Barcelona y puso como ejemplo al Joventut, que es de Badalona y no de Barcelona. “Una obviedad”, añadió.
Es muy probable que la opinión de Piqué suene a provocación escuchada con oídos y sensibilidad perica, entre otras cosas porque lo es. Piqué recibe insultos en Cornellà, a él, a su pareja y a sus hijos, y devuelve ese odio con un contragolpe ingenioso para el barcelonista tipo y antipático para el españolista equivalente.
Hay un problema en este tipo de coñas aparentemente inocuas. Que las instituciones se las tomen en serio (el comunicado del Espanyol hablando de xenofobia roza la vergüenza ajena porque frivoliza sobre un tema mucho más grave y cercano) y que la rivalidad entre dos aficiones sea malinterpretada por su parte más radical y descerebrada, que existe aunque ambos clubs actúen como si no fuese así.
En el último derbi se hicieron coincidir unos cuantos chalados en los aledaños del Camp Nou para tirarse cosas y repartirse golpes. Ojo con subestimar esos peligrosos episodios.