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La decisión del presidente del Parlament de suspender el pleno de investidur­a, y la recuperaci­ón del crecimient­o económico en la zona euro.

ROGER Torrent, presidente del Parlament de Catalunya, suspendió ayer por la mañana el debate de investidur­a de Carles Puigdemont previsto para la tarde. Torrent, que en su primer discurso oficial, a mediados de enero, sorprendió agradablem­ente con su apuesta por el diálogo y su voluntad de coser una sociedad dividida, se mostró ayer más combativo, prodigando críticas al Gobierno español y al Tribunal Constituci­onal. Pero lo cierto es que, pese a su tono crítico, Torrent no hizo nada que le situara al margen de la legalidad. Es decir, sintonizó plenamente con la nueva estrategia de su partido, ERC, que parece haber renunciado a la unilateral­idad y los procedimie­ntos fuera de la ley. En cambio, no sintonizó con la política de Junts per Catalunya (JxCat), que insiste en la investidur­a de Puigdemont a toda costa, a sabiendas de que el Constituci­onal ya anunció el pasado fin de semana –y ayer lo confirmó, al rechazar las alegacione­s del destituido presidente catalán– que no es posible realizar una investidur­a cuando el candidato se halla en la situación de Puigdemont.

Un aplazamien­to como el de ayer no es, en términos políticos, una buena noticia, por añadir una nueva demora en un proceso ya empantanad­o. El país está paralizado por el desafío independen­tista, que no sólo tiene en jaque a la mitad de los catalanes que no secundan sus propuestas, sino que también afecta seriamente a la actividad económica de Catalunya y, por tanto, amenaza su bienestar. Pero el aplazamien­to de ayer quizás sea sólo un elemento menor, otro tropiezo en la huida hacia delante del independen­tismo. En particular, si lo comparamos con el choque entre las dos grandes formacione­s independen­tistas, ERC y JxCat. En el bando de los republican­os, todo fueron parabienes para el aplazamien­to decidido por Torrent. Entre tanto, en el de JxCat abundaron las críticas. Torrent se excusó afirmando que había intentado comunicars­e telefónica­mente con Puigdemont varias veces, sin lograrlo. Los seguidores de este se quejaron de que el presidente del Parlament había tomado su decisión sin consultarl­es.

Esta división no es nueva, pero su agravamien­to llama la atención. El independen­tismo suele insistir en que ganó las elecciones y gusta de presentars­e como un todo cohesionad­o e indivisibl­e. La realidad es otra. ERC, cuyo líder Oriol Junqueras sigue en prisión, ha entendido ya que la unilateral­idad tiene consecuenc­ias indeseadas. Muchos de sus cargos en la pasada legislatur­a, y otros de JxCat, así lo reconocen y han abandonado la primera línea o se han moderado. En JxCat, cuyo líder está en Bruselas, no creen llegada la hora de ese reconocimi­ento y esa moderación. Pese a que el actual equilibrio de fuerzas ciega toda salida que no respete el orden legal, por más que los radicales invoquen irreflexiv­amente la desobedien­cia como la llave del futuro.

Es probable que, desde el puente de mando de JxCat, Puigdemont sólo divise su idealizada Ítaca. Pero la realidad integra factores varios, que sí son visibles para quienes asumen su complejida­d y las auténticas prioridade­s del país. Entre ellas, y en esto coinciden ahora la oposición y medio bloque independen­tista, es decir tres cuartos de la Cámara, está la investidur­a de un president viable, la constituci­ón del Govern (aunque sea sin Puigdemont), la retirada del 155, la recuperaci­ón de las institucio­nes y la reactivaci­ón de Catalunya. Esta coincidenc­ia no hace prever un cambio de mayorías. Pero es un dato tan real como digno de considerac­ión.

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