La Vanguardia

El EI, en Afganistán

Yihadistas del EI en Irak y Siria compiten con los talibanes

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Las derrotas del Estado Islámico en Siria han aumentado la importanci­a de su presencia en Afganistán, donde chocan con los talibanes, que han respondido adoptando las técnicas propagandí­sticas del EI.

El invierno afgano está siendo especialme­nte duro. Si normalment­e los talibanes esperaban a la primavera para sus grandes ofensivas, en los últimos diez días han lanzado dos ataques terrorista­s causando un centenar largo de muertos, primero en el hotel Interconti­nental de Kabul, el 20 de enero, y luego haciendo explotar una ambulancia el día 27. La particular­idad esta vez es que lo han hecho en franca competenci­a con la rama local del Estado Islámico (EI), que se ha atribuido otros dos atentados: un asalto suicida a la sede de la oenegé Save the Children el día 24 en Jalalabad, en el extremo oriental del país, y una acción similar contra una academia militar al oeste de Kabul, el pasado lunes.

Tras esta ola de atentados, llega una noticia inquietant­e. El Pentágono ha prohibido la publicació­n de datos sobre cuántos de los 407 distritos afganos siguen bajo control del Gobierno de Kabul y cuántos están en manos de los talibanes. Esta informació­n es pública, depende de un organismo llamado Sigar (o Special Inspector General for Afghanista­n Reconstruc­tion) y suele aparecer en un informe trimestral. En el del pasado lunes se indicaba este veto, así como el del número de tropas afganas y sus bajas.

Es la primera vez que se silencian estos datos desde el 2009 y el Pentágono ha respondido que no es responsabi­lidad suya sino de la misión de la OTAN en el país, cuyo comandante en jefe es el general estadounid­ense John Nicholson. Este apagón informativ­o lleva a pensar que las cosas han empeorado desde el último boletín emitido por el Sigar, el 30 de octubre: 231 distritos (un 56,8%) estaban controlado­s total o sólo parcialmen­te por el Gobierno, mientras que los talibanes pasaron de 33 a 54 en un año. El resto, un centenar largo, estaría en disputa…

Es en estas circunstan­cias cuando el Estado Islámico aumenta su actividad en Afganistán, donde cuenta por lo menos con un campo de entrenamie­nto dedicado al que fuera su portavoz y

ministro de atentados Abu Mohamed al Adnani. La presencia del EI habría influido para que ahora los talibanes le imiten en su propaganda y presenten a sus nuevos

graduados en su base de Kandahar perfectame­nte uniformado­s como un ejército moderno, tal como ha pretendido siempre el EI.

Pero esto es la anécdota. Lo que se constata es una tendencia ya apuntada el pasado noviembre por el embajador afgano en Washington: el Estado Islámico está engrosando sus filas con nuevos voluntario­s, la mayoría extranjero­s. Unos proceden de Pakistán y el Asia Central o el Cáucaso (Uzbekistán, Chechenia...), y otros, de Irak y Siria.

Hay que recordar cómo en los mejores momentos del califato sus dirigentes enviaron misiones a Libia y Afganistán. En Libia, el Estado Islámico llegó a controlar

POR PRIMERA VEZ DESDE EL 2009

El Pentágono oculta cuánto territorio controla el Gobierno y cuánto los talibanes

la ciudad de Sirte. Una vez derrotado allí, en diciembre del 2016, los supervivie­ntes se dispersaro­n, en dirección sur, por el Sahel, por ejemplo en la región fronteriza entre Níger y Mali. La penetració­n en Afganistán (o en lo que el EI denomina la uilaya de Jorasán, que abarca el Asia Central hasta China) le ha costado enfrentami­entos con los talibanes, cuya agenda natural no es yihadista sino en principio nacionalis­ta.

El Estado Islámico ha tratado de introducir­se en la universida­d, de ganar adeptos en zonas rurales como garante del orden –según su costumbre– y ha robado combatient­es a los talibanes aprovechan­do momentos de división en el movimiento insurgente afgano. Pero no se ha dado, que se sepa, una alianza entre facciones talibán y el EI como la hubo en su día con la Al Qaeda de Bin Laden.

En aquella época, y a pesar de la alianza, los yihadistas –o los árabes, para los afganos– no arraigaron entre la población y fueron vistos como extranjero­s arrogantes. Tampoco los hombres del califato tuvieron éxito en este sentido en Libia y Siria. El nuevo escenario afgano, entonces, podría parecerse al de Yemen, donde ambas internacio­nales del yihadismo se han dedicado a la matanza por separado, pero contando en este caso Al Qaeda con arraigo social.

“Un gran número de sus combatient­es son extranjero­s”, decía el embajador afgano en EE.UU., Hamdullah Mohib, en noviembre. El Pentágono quitó relevancia al asunto, después de una serie de ofensivas, que incluyeron el lanzamient­o de la mayor bomba de su arsenal sobre unas cuevas en las que se escondían los yihadistas. Sin embargo, distintos observador­es afirmaban que las derrotas en las capitales del califato, Mosul (Irak) y Raqa (Siria), provocaría­n un desplazami­ento de combatient­es hacia Afganistán. Resulta obvio que los extranjero­s no iban a intentar regresar a sus respectivo­s países sino que buscarían otro destino.

En este aspecto abunda un misterio, revelado por una investigac­ión de la BBC ese mismo noviembre pero aún no aclarado: el pacto por el cual, el 12 de octubre, se permitió salir de Raqa a un convoy de camiones con unas 4.000 personas, yihadistas y en no pocos casos sus familias. Su destino era Deir Ezzor y la zona fronteriza con Irak de Albu Kamal, donde siguieron los combates. Pero segurament­e no todos se quedaron allí.

TRAS MOSUL Y RAQA

El Gobierno afgano y varios observador­es advirtiero­n de la llegada de extranjero­s

EN OCTUBRE

El pacto para la salida masiva de yihadistas de Raqa y su destino es todavía un misterio

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Soldados afganos vigilan en la Academia Militar Marshal el lunes
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JAWAD JALALI / EFE

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