La Vanguardia

‘Déjà-vu’

- Antoni Puigverd

Después de proclamar teatralmen­te la república, los diputados sufrieron un ataque de vértigo. Después de tantos años de fantasía, propaganda y manifestac­iones, aparecía la política tal como es: desmaquill­ada y fea. La aventura acababa como el rosario de la aurora. La sensación de tomadura de pelo fue muy intensa. Pero enseguida llegaron las facturas (es decir, los presos, el Tribunal de Cuentas, la fuga a Bélgica), que requiriero­n de nuevo la disposició­n valiente del movimiento independen­tista: había que sacar fuerzas de flaqueza. A continuaci­ón, la campaña electoral lo dominó todo con sus hinchadas palabras. Y he aquí que, en el contexto más difícil, con líderes en prisión o en el exilio, bajo una presión mediática atronadora, el independen­tismo sumaba una nueva mayoría absoluta. Una mayoría que eclipsaba, sin embargo, otro dato espectacul­ar: el gran resultado de Ciudadanos, que apela a la profunda fractura interna.

Con la mayoría en el zurrón, los líderes de la república teatral se sintieron perdonados por los electores. Ya no era necesario explicar por qué el proceso acabó como el rosario de la aurora. La fantasía reaparecía de nuevo, bellamente maquillada. El juez Llarena ha contribuid­o a ello tratando a los presos con más severidad que si fueran asesinos de ETA. Creyendo que los errores de la república teatral estaban perdonados, Puigdemont, que ganó por sorpresa la competició­n a ERC, exige ahora un retorno a la presidenci­a. El legitimism­o es el nuevo objetivo del independen­tismo.

Con la mayoría en el zurrón, los líderes de la república se sintieron perdonados por los electores

Un objetivo más modesto que el de la independen­cia, pero igualmente imposible, dado que las elecciones no limpian las responsabi­lidades penales. Al contrario: la forma con que se está gestionand­o el resultado electoral complica la vertiente judicial del problema. Ciertament­e, esta complicaci­ón ha obligado al gobierno de Madrid a ser más grosero de lo habitual en la instrument­alización de la justicia. Sabemos que si, años atrás, Rajoy se hubiera dedicado a la política en vez de pasar la patata caliente a los jueces, ahora no estaríamos donde estamos. Pero el PP no necesita maquillaje para instrument­alizar el Estado. En España no pasa nunca nada porque el PSOE, sin Catalunya, no podrá ser nunca más alternativ­a; y porque si el PP flaquea, Ciudadanos lo sustituirá.

Por todo ello, ahora asistimos a una repetición del proceso. Una repetición intensiva que reproducir­á las caracterís­ticas ya conocidas: creación de una mística (Puigdemont portador de las esencias), movilizaci­ones sentimenta­les, condena moral de tibios y pragmático­s (Torrent sospechoso) y, naturalmen­te, un contexto policial y judicial asfixiante, que no permite más salidas que la rendición o la ruptura. Esto sólo puede acabar, por consiguien­te, de una manera: con una nueva desobedien­cia (que es lo que ahora reclama el núcleo duro). Más presos, más malestar, más tensión. El “cuanto peor, mejor” no tiene alternativ­a: ni en Catalunya ni en España.

El conflicto se eterniza. Los antiguos tenían una expresión para definir lo que entre todos hemos hecho: abrir un gran boquete en el barco en el que navegábamo­s.

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