Querida Elena Francis
Le escribo la presente con el convencimiento de que usted, aunque críe malvas y esté en los cielos, sabrá orientarme en estos momentos de zozobra vital y, una vez más, iluminará con sus consejos el túnel oscuro en que se ha convertido mi vida desde que apareció ella, la República.
Quiero, de paso, reivindicar su buen nombre ante la generación mejor preparada de la historia. Usted, doña Elena Francis, fue la primera influencer de España, con la diferencia de que no se presentaba por el morro en las fiestas del marqués de Villaverde ni en el parador nacional de Sos del Rey Católico con exigencias.
–¡Soy doña Elena, influencer number one! ¡A mí me las den todas!
Desde hace dos años, ha irrumpido en mi vida una mujer llamada República cuyo furor uterino –no se ofenda– ha alterado la vida rutinaria de este oyente suyo.
Soy un cincuentón divorciado, padre de un hijo, el típico hombre pachorra que vivía feliz sin darle vueltas a las cosas. Me conformaba con alguna bacanal, perseguir estilistas de Albacete y contárselo a los amigos en las cenas de los jueves a la espera de conocer alguna buena mujer, de las que van al cielo, a diferencia de las que se vienen a todas partes.
Hoy, vivo desesperado. Me levanto con la República, como sopas con la República y me acuesto con la República sin que despierte mis instintos carnales. Vamos, que me he casado con esta señora sin darme cuenta y lo cierto es que no siento ni frío ni calor.
Con franqueza, doña Elena: ¿no cree que si la República se esforzase un poco en la cama, yo sentiría esa pasión, ese fuego y esas ganas de salir de buena mañana a manifestarme por calles y plazas con mi bandera estelada? Un desesperado.
Querido desesperado:
Le agradezco la galantería y no le digo yo que no me agrade lo de influencer, aunque si cree que por eso voy a salir de casta y arrojarme en sus brazos para que cometa un adulterio, va usted muy apañado.
La República es una mujer y como todas las mujeres ha llegado a su vida para reparar las noches de soledad, esos jueves con desconocidas que no le infunden nada bueno y para evitar que los domingos sólo le preocupen los resultados del CE Europa y los chuts al travesaño de Messi.
Con el tiempo, la República conquistará su corazón y poco a poco despertará una recta pasión que no debería confundir con el agotamiento, la tabarra o la matraca. Ella le quiere, y como futura madre de sus hijos dese por jodido. Sus virtudes de perseverancia, afecto y radicalidad democrática terminarán por despertar el cariño y desbloquearán ese corazón masculino que hoy no sabe apreciar tan ilusionante panorama.
Querido oyente, no se desespere. Le aguardan muchos días, meses y años de felicidad conyugal.
Casta ‘influencer’, ¿no cree que si ella, la República, se esforzase más en la cama yo sentiría pasión?