Radares contra la soledad
Los ciudadanos son clave en la supervisión del bienestar de los ancianos
De vez en cuando salta la noticia: “Hallado un anciano en su casa días después de su fallecimiento”. No es la muerte lo que nos alarma en esta información sino la percepción de un final de vida en soledad. Las pasadas Navidades, el juez de València Joaquín Bosch alertaba en un tuit de que cada vez con más frecuencia realiza levantamientos de cadáveres de personas mayores a quienes nadie ha echado de menos durante días. Las luces de la casa encendidas de día o noche o, más definitivo, el agrio olor alertan a los vecinos, que llaman a los bomberos.
Según el Instituto de Medicina Legal, cuyos médicos forenses realizan la autopsia para determinar la causa de la defunción, no puede afirmarse que haya habido un aumento de muertes en soledad. “La cifra es muy variable”, explica Aina Estarelles, directora de la entidad. “A falta de analizar los datos de Barcelona del pasado ejercicio –continúa–, se produjeron en Tarragona ocho autopsias de personas mayores frente a las 21 del año 2016. En cambio, en Lleida han subido de tres a diez el año pasado”.
En todo caso, son la señal de un aislamiento social indeseado, padecido por una parte de la población. Aunque lejos de lo que se está produciendo en países más fríos con población envejecida como el Reino Unido, que carece de cultura familiar mediterránea, en España la falta de conciliación familiar y el no reconocimiento de los cuidadores no profesionales o la residencia en otra ciudad impiden cada vez más atender a la generación con necesidades.
Las administraciones locales se están ocupando diversificando los servicios. En el caso de Barcelona, donde viven solos 42.800 mayores de 80 años (214, de más de 100 años), se ofrecen servicios a domicilio, comidas en casa o en compañía, paseos, se detectan pisos sin ascensor o se les enseña a utilizar móviles y tabletas.
El servicio estrella es la teleasistencia 24 horas, conocida popularmente como “la medallita”, que permite al anciano llamar en auxilio si se encuentra en situación de riesgo. “Este es un servicio excelente –indica Carles Noguera, subinspector del área de prevención de Bomberos de Catalunya–, porque permite atender rápidamente las caídas del residente o los incendios, servicios que van en aumento”.
Japón, el lugar con más viejos en su población, reconoce el límite de los recursos públicos y ha apelado a la complicidad de los ciudadanos para mantener la calidad de vida de los ancianos. Según un reportaje de The Guardian, en la ciudad de Matsuda, los residentes jóvenes se han convertido en personas sensibles
que saludan a la gente mayor, a la que observan con delicadeza por si tienen signos de demencia. Se organizan en patrullas para repartir folletos y si ven una casa con varios periódicos acumulados, llaman a la policía.
Además, han abierto cafeterías “amigables” para que se reúnan los ancianos. En seis años han detectado 180 casos de personas perdidas con cuyos familiares han contactado gracias a una etiqueta QR pegada en la ropa del anciano.
En Barcelona también se pide la complicidad de comercios como farmacias y panaderías, y de voluntarios para que supervisen el bien- estar del mayor con cierta atención sobre su aspecto o su comportamiento y avisen a los servicios sociales si conviene. El programa Radares está activo en 35 barrios que se extenderán a 53 en el 2019. “No queremos que la gente mayor se vaya de la ciudad y estamos trabajando para que puedan quedarse en Barcelona”, subraya Laia Ortiz, segunda teniente de alcalde de Barcelona.
“La preferencia de los españoles mayores, en un 90%, es vivir en su casa aunque estén solos, y como segunda opción, en casa de un hijo o familiar”, manifiesta Pilar Zueras, investigadora en el Centre d’Estudis Demográfics de la UAB. “Al aumentar la esperanza de vida de los hombres está creciendo el número de hogares con dos ancianos, lo que es, junto a recibir una pensión y cuidar la salud, un factor que protege del aislamiento”, sostiene. El punto más preocupante en el futuro demográfico son los hombres y las mujeres sin descendencia, que van a aumentar en 20 años.
En Barcelona viven solas 214 personas de más de 100 años y 42.800 que superan los 80