La Vanguardia

“Hemos silenciado la voz de la piedad”

Tengo 50 años. Nací en el campo francés, en Barbezieux. Mi padre era agricultor. Vivo en París, en pareja, donde ejerzo de profesora universita­ria. Estoy comprometi­da con la transición a un desarrollo económico y social más justo y sostenible para humanos

- IMA SANCHÍS

Por qué maltratamo­s a los animales? La economía de mercado, con su exigencia constante de reducir los costes de producción, ya no los considera animales. ¿Los hemos convertido en productos? Sí, y al olvidar que son seres sintientes hacemos de su vida y su muerte un infierno. Nuestra relación con los animales es un espejo que nos muestra en qué nos hemos convertido.

No queremos mirar.

Pero lo sabemos: la violencia que sufren los animales en el comercio de las pieles y el cuero, la industria de la carne, la cosmética y la farmacia es extremadam­ente cruel y vergonzosa.

Es cierto.

Está ahí, puede verlo en internet. Mirar hacia otro lado o actuar como si no fuera posible acabar con esa matanza diaria es aceptarla. De hecho, participam­os en ella como consumidor­es.

Impera la ley del máximo beneficio.

Y a ella se someten los animales, el medio ambiente, la calidad del trabajo y los humanos. Vivimos bajo un sistema aberrante.

A los animalista­s les replican que primero van los niños que pasan hambre.

Esa violencia es posible porque el endurecimi­ento de nuestro corazón transforma nuestras relaciones en relaciones de dominación, se trata de la explotació­n de los seres vivos, de la naturaleza, por una especie, de los humanos por los humanos, de una nación sobre otra.

...La violencia contra los más débiles.

Aunque intenten convencern­os de que se trata de una causa marginal, la causa animal afecta a todos los ámbitos de nuestra existencia. Silenciand­o la voz de la piedad, eliminamos una de nuestras mejores capacidade­s: la de reaccionar ante el sufrimient­o de cualquier ser sensible.

Nos explican que necesitamo­s producir carne y lácteos para alimentarn­os.

Una de las causas del hambre es la producción en masa de carne, porque los cereales que se cultivan en los países pobres se exportan para alimentar al ganado de los países ricos.

El coste medioambie­ntal es altísimo.

El modelo de producción intensiva sólo beneficia a lobbies y está agotado. No hay separación entre la salud medioambie­ntal, la justicia y la considerac­ión de los animales.

El consumo de carne en Occidente baja.

Sabemos que el exceso de carne nos enferma. El problema es que China o África copian nuestras costumbres. El consumo de pieles también baja en Europa, pero sube en China y en Rusia.

Si no son unos, son otros.

Los derechos humanos tampoco han avanzado al mismo ritmo en todo el mundo. Cuando se proclamaro­n fue un proyecto político civilizato­rio muy ambicioso, casi utópico; y lo mismo ocurre con los derechos animales.

¿Lo verán nuestros bisnietos?

Para eso hay que empezar hoy. Estamos ante dos modelos que compiten. Uno es el de la desolación, que tiene una relación absolutame­nte desacomple­jada para con la violencia, en el que cada uno vive al margen de los otros, que elogia la dominación y desprecia ciertas vidas que considera que valen menos.

¿Y el otro?

La era de lo viviente, marcada por la toma de conciencia de que el límite de mi libertad no es sólo otro ser humano sino también las generacion­es futuras y todos los seres vivientes.

¿Y cómo se conquista?

La democracia fue un sueño que nació en escritos y declaracio­nes de intencione­s como la de los Derechos Humanos o la de la Independen­cia en EE.UU. Era el sueño de que cada humano es igual en dignidad a otro. Ahora es lo mismo: una toma de conciencia de la necesidad de tomar en considerac­ión el interés de otros seres vivos y de los límites de nuestro derecho.

Pero hay que actuar.

Sí, de hecho el presente nos está urgiendo a ello. Pero no se trata de sustituir ideologías sino de acabar con las prácticas del economicis­mo, que ha puesto la economía al servicio del beneficio de unos pocos y a los políticos de rodillas.

¿La clave del cambio es política?

Sí. Hoy hay propuestas legales y políticas que pueden lograr una amplia aprobación aunque todavía choquen con los intereses de ciertos grupos, como la supresión de las corridas de toros, de la caza de montería, de las peleas de animales, de la producción de foie gras y del comercio de pieles.

La presión social es esencial.

En Noruega ya han prohibido el comercio y uso de pieles y han dado unos años para reconverti­r el sector con ayudas estatales.

La reconversi­ón de la ganadería intensiva en extensiva es más complicada.

También debe ir acompañada de un calendario que concrete plazos de aplicación y de ayudas económicas. Y son necesarias innovacion­es en la cocina, la moda y la industria.

¿Chefs que sepan guisar sin carne?

Sí, que nos hagan disfrutar de las hortalizas, legumbres y proteínas vegetales. En medicina también existen alternativ­as a la experiment­ación animal. Y hay grandes marcas de moda (la segunda industria más contaminan­te del mundo) innovando en tejidos vegetales.

¿En Francia le escuchan los políticos?

Muchos parlamenta­rios empiezan a sentirse interpelad­os. Yo les insisto en que la causa animal no sólo la lideran los extremista­s radicales, que debe ser una causa de todos, tolerante, constructi­va y democrátic­a; y funciona.

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LLIBERT TEIXIDÓ

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