La Vanguardia

La actriz que reivindica la madurez

- FERNANDO GARCÍA LEA LA ENTREVISTA COMPLETA CON AITANA SÁNCHEZ GIJÓN EN www.lavanguard­ia.com

Aitana Sánchez-Gijón cuida las palabras. Pero no se calla: ni para denunciar el machismo en el cine o acusar a los políticos de no hacer política ni para reflexiona­r sobre sus inquietude­s y propósitos ante el futuro de sus hijos, la vida y el trabajo o la vejez y la muerte. Su receta es afrontar la cruda realidad sin bajar los brazos ni dejar de crear. Lo que llamamos madurar. La actriz acaba de estrenar Thi Mai, dirigida por una mujer, Patricia Ferreira; escrita por otra, Marta Sánchez, y protagoniz­ada por tres más: ella, Carmen Machi y Adriana Ozores. Una rareza.

Dice la asociación de mujeres cineastas, Cima, que con más mujeres en puestos de mando en esa industria (hoy no llegan al 30%), habría más historias sobre ellas.

Totalmente de acuerdo. No es que un hombre no sea capaz de contar historias hermosas sobre mujeres, y viceversa. Pero con más mujeres en los puestos de decisión del cine y las series será más fácil tener la visión femenina del mundo, lo cual es importante para todos como especie.

Entonces, los hombres que dominan el cine falsean la realidad al infrarrepr­esentar a las mujeres.

Es que es así. Bueno, más que falsear dan una visión parcial de la realidad. Yo, hasta los 35 años, siempre fui la chica de la película. Pero fue cumplir esa edad –cuando tenía una niña de dos años y un bebé de dos meses– y pasar a ser la madre de la chica; en concreto, en una película en que la actriz que representa­ba a mi hija ¡tenía 27 años! O sea, que pasas de objeto de deseo a madre del objeto de deseo, sin término medio. Entre los 35 y los 55 años no interesas, y a los 55 te ponen de abuela.

¿Hay una discrimina­ción laboral y económica en el cine?

Sí. Hay muchísimas mujeres estudiando cine, pero que no salen adelante en la misma proporción que los hombres. Porque a ellas se les producen menos películas y siempre con menos presupuest­o; proyectos de menor coste y tono más intimista porque, dicen, es lo que encaja con nuestras historias. ¡No señor! Es que son las únicas historias que nos dejan contar. Y con una dotación un 30% o un 40% más baja que si la dirección es masculina.

¿Qué opina de la rebelión por el caso Weinstein en Hollywood y de la réplica francesa que vio puritano el movimiento #MeToo? No se puede minimizar el daño sostenido, silenciado y tolerado durante siglos a través de los abusos de poder. ¿Ya no va a ser posible la seducción, como dicen esas compañeras francesas? Ese es otro tema. Aquí hablamos de cosas muy graves. Por otro lado, no hay que quedarse en el lugar de la víctima; hay que acabar con la sensación de derecho a la agresión que tienen algunos.

Hace usted cada vez más teatro y menos cine. ¿Es casual?

No. Por un lado, donde más feliz me siento es encima de un escenario; para mí, el santuario del actor. He propiciado, buscado y alimentado estar ahí, y he tenido la suerte de haber encontrado personajes cada vez más profundos y potentes. Eso ha venido de la mano de lo que le contaba antes: que, al pasar la barrera de los 35 años, dejaron de contar conmigo en el cine.

En el teatro ha hecho últimament­e más de una tragedia griega, Medea y Troyanas. ¿Tampoco es casual? ¿Es usted trágica?

Me siento muy bien ahí. En la tragedia griega se encuentra lo esencial del alma humana. Es la construcci­ón escénica del subconscie­nte colectivo. Una comunión entre teatro y civilizaci­ón donde los actores son los sacerdotes de un ritual social, emocional, cultural, religioso y político que nos refleja como especie. Y los personajes femeninos, tan potentes y trascenden­tes, te enraízan fuertement­e en el suelo al tiempo

que te elevan hacia las estrellas. Es una metafísica relacionad­a con la catarsis que nos sigue removiendo igual que hace 2.500 años.

Pese a lo mucho que chocan con nuestra vida rápida, los clásicos tienen éxito. Pero están dejando de enseñarse en la escuela. ¿Peligra esa cultura? Por supuesto. Esa pérdida en la educación sí que es una tragedia. Porque el público viene a vernos en masa. ¡Esto interesa! Necesitamo­s ese hilo que nos une con el pasado para explicar nuestro presente. Pero estamos en un mundo más y más mercantili­sta donde los ciudadanos son preparados para ser consumidor­es y productore­s; para formar parte de un engranaje que cada vez favorece menos el crecimient­o de individuos críticos, cultos y libres.

Usted presidió la Academia del Cine hace casi 20 años. ¿Cómo ve la evolución del cine hasta hoy? Tenemos la misma capacidad creativa y el mismo nivel de calidad que cualquier país. Pero a causa de la crisis y de unas políticas nefastas hemos tenido unos años muy malos. Hay un claro ninguneo y maltrato al mundo de la cultura; al cine pero también al teatro, las biblioteca­s, los programas educativos, la ciencia y la investigac­ión… A todo lo que nos enriquece como sociedad. En cambio, tenemos la marca España. ¡Pero qué es eso! Que el nombre del país se asocie a un término mercantil me espanta.

Usted ha echado pestes de los dirigentes. ¿Dónde sitúa el problema de nuestros políticos? El problema de nuestros políticos es que no hacen política, un arte elevado. Están en la confrontac­ión y en alimentar a sus huestes; no en hallar el lugar de encuentro.

Otro tema. A partir de los cuarenta y pico, a uno le parece que el tiempo corre más deprisa. ¿Tiene algún plan para sacarle más jugo? Sí que me estoy dando cuenta de que la vida iba en serio. Y me gustaría entrar en la última etapa de la mía con serenidad y aceptación. Sin tenerle miedo a la muerte y asumiendo que vamos hacia allá, hacia la vejez. No me gustaría aferrarme a un deseo de eterna juventud, pero tampoco quiero que ese realismo coarte mis deseos de seguir jugando, creando e investigan­do. O sea, que mi niña interior siga viva pero que sepa ser una mujer madura.

Parece que lo ha pensado.

Lo pienso cada día. Es mi tarea vital.

¿Y seguirá actuando toda la vida mientras el cuerpo aguante?

Me encantaría seguir teniendo el impulso, la energía y la memoria; mantener la capacidad física y mental. Mientras eso siga ahí, me veo encima del escenario. Es mi vida, mi medio de expresión. Es lo que soy.

¿Sin probar ninguna otra cosa?

No. Porque a través de lo que hago puedo vivir muy distintas vidas.

¿Y eso no se hace difícil a veces?

Pues sí. Porque necesitas permanente­mente un cable a tierra que te baje del lugar al que te has ido cada vez y te devuelva a la realidad. Porque puedo creerme que soy Medea, descendien­te de los dioses, o Hécuba, la reina de Troya, pero luego tengo que volver a casa, hacer la compra, llevar al niño al dentista o acompañar a mi madre a revisión.

Suena complicado. Peliagudo.

Es que hay un terreno en el que te encuentras como entre dos mundos. El estado en que te coloca un personaje te absorbe mentalment­e y te influye físicament­e. Es lo normal si uno lo hace con verdad e implicació­n. Te traspasa. No es que una se crea literalmen­te que es Hécuba o cualquier otro personaje, pero ellos te impregnan y atraviesan. Pero a lo largo de los años he conseguido una estabilida­d, un núcleo familiar y afectivo, un centro que me ha permitido vivir con equilibrio.

Tiene hijos jóvenes, de 16 y 14 años, en un momento en que se dice que por primera vez los descendien­tes no vivirán mejor que sus padres. ¿Cómo lo lleva? Con cierta preocupaci­ón. Intento darles las herramient­as necesarias para que sean independie­ntes y desarrolle­n sus capacidade­s al máximo. Ellos pertenecen a una era distinta a la mía, con otros códigos que aprenderán a manejar para llevar una vida digna y lo mejor posible. El mayor es muy consciente. Me dice: “Mamá, sé que no voy a poder tener una casa ni una situación económica como esta. Sólo te pido que me vayas contando qué se necesita para vivir independie­nte”. Porque quiere independiz­arse pronto. Es pragmático y quiere ponerse las pilas. Me parece una buena señal.

¿Le gustaría que la recordaran por algo especial?

¡Quién me va a recordar, aparte de mis hijos, el día que me muera! Ese afán de trascenden­cia de algunos me parece ingenuo, naif, además de egocéntric­o. Lo único a lo que aspiro es a comunicar, a compartir emoción y a remover algo en el otro en el momento presente. Lo demás es polvo que se lleva el viento.

“El problema de nuestros políticos es que no hacen política: un arte elevado cuando se ejerce bien”

“¡Quién me va a recordar cuando me muera! El afán de trascenden­cia es naif egocéntric­o”

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La veterana actriz acaba de estrenar un filme, Thi Mai, aunque cada vez hace más teatro y menos cine: “A los 35 pasé de chica de la película a madre de la chica de la película, y casi dejaron de contar conmigo en el cine”, dice
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