Millones de cuentas falsas inundan Twitter
Los perfiles irreales de seguidores son una práctica perseguida
En abril del 2017, Jack Dorsey –director ejecutivo de Twitter– dijo que detrás del 5% de los perfiles de esta red social no había una persona, sino bots: cuentas programadas para tuitear e interactuar con otras cuentas de forma automática. A finales del tercer trimestre del 2017, Twitter declaraba 330 millones de usuarios, por lo que –según los cálculos de Dorsey– había 16,5 millones de bots, aunque en octubre de este mismo año un estudio de las universidades de Carolina del Sur e Indiana estimaba que la proporción de bots era entre el 9% y el 15%, y que la cifra de perfiles controlados de forma automática estaba entre los 30 millones y los 48 millones.
Las redes sociales –todas– conocen perfectamente el fenómeno y periódicamente hacen limpieza y suprimen muchos de estos perfiles controlados de forma remota. Lo hizo Instagram en el 2014 cuando eliminó casi 19 millones de cuentas entre bots y perfiles falsos –Justin Bieber perdió 3,5 millones de seguidores y Kim Kardashian, 1,3 millones–, y lo hizo Twitter también el pasado fin de semana, cuando algunos usuarios con bastantes seguidores empezaron a explicar en la propia red social que estaban perdiendo seguidores a razón de decenas de miles por minuto.
Por regla general, esto no es algo que las redes sociales hagan de forma proactiva como sí hacen eliminando cuentas que se dedican al acoso, a promover el extremismo y el discurso de odio.
De todas formas, los bots no tienen porqué ser necesariamente algo malo, todo depende de para qué se usen. Muchas empresas se relacionan con sus clientes en las redes sociales o crean servicios de atención al cliente mediante
bots, y aunque hay ejemplos de malfuncionamiento –como Tay, el bot de Microsoft que profirió comentarios racistas y nazis en Twitter– en general hacen un buen trabajo. El problema es cuando se usan para publicar spam, seguir cuentas de forma automática o hacer me gusta y favorito automáticamente.
Por otra parte, otro de los fenómenos contra los que luchan las redes sociales
Se calcula que en el 2017, el número de perfiles no reales en la red social se situaba entre los 30 y los 40 millones
son los seguidores falsos, que se pueden comprar en empresas que ofrecen este servicio sin ningún tipo de complejos. Basta con introducir “comprar seguidores” en cualquier buscador para dar con ellas. Y no es caro: el precio de 1.000 seguidores se sitúa entre los 10 y los 15 euros. Conseguir que nos sigan 10.000 personas más cuesta menos de 100 euros. Estas empresas aseguran no sólo que su actividad es legal (ver información adjunta), sino que además dicen que no
Conseguir 1.000 ‘followers’ más cuesta sólo entre 10 y 15 euros; y 10.000 más, menos de 100 euros
contraviene la política de uso de las redes sociales, lo cual es muy discutible. Por ejemplo, las políticas de uso de Twitter prohíben expresamente la compraventa y la apropiación de nombres de usuarios, así como “la creación de cuentas con el propósito de venderlas”. Además, Twitter advierte de los riesgos de esta práctica, ya que “puede comprometer la cuenta, puede implicar publicar automáticamente mensajes que contienen direcciones de internet con spam, estar obligada a seguir otras cuentas de manera aleatoria y agresiva, retuitear y marcar con me gusta otros tuits, obtener seguidores falsos o que están comprometidos, estar obligado a autentificar aplicaciones adicionales, por lo que puede acumular grandes cantidades de bloqueos y ser suspendida”.
El proceso de compra es muy simple. En muchos casos no hace falta proporcionar nuestras credenciales, pero tampoco nadie nos pedirá que demostremos que la cuenta para la que estamos comprando los followers es nuestra. Esto permite que cualquiera pueda adquirir seguidores para una cuenta que no es suya, con el fin de denunciar después que ese perfil tiene un montón de seguidores falsos y desatar así una campaña contra la reputación digital de ese usuario.
De todos modos, la compra de seguidores es toda una tentación para los aprendices de influencer o los vanidosos que quieren aparentar músculo. Lo que quizás no sepan es que en las redes también es verdad eso de que es más fácil atrapar a un mentiroso que a un cojo.
Según Gemma Vallet –directora de Innovación de PHD Media y directora del Máster en Social Media Branding & Digital Strategy de La Salle-URL– “los seguidores otorgan notoriedad en términos de mercado, cobertura y reputación”, y por eso las marcas siguen dando mucha importancia al volumen de seguidores. No hace tanto tiempo las tarifas que podía cobrar un influencer se basaban en los seguidores que tenía, y mucho menos en la calidad de los mismos. “Las marcas no tenían en cuenta cuántos de esa masa de seguidores se ajustaban al perfil de su público objetivo susceptible de convertirse en ventas. Eso creó un mercado inflacionista, donde cualquier persona a partir de 250 mil seguidores podía cobrar mucho dinero”, explica Vallet. De todos modos, las marcas son muy conscientes de que es muy fácil hinchar
Las marcas quieren usuarios con menos seguidores, pero más ajustados a su público objetivo
los números de un perfil de redes sociales, y ahora son mucho más cautas, ya que cada vez son “más reticentes a pagar a alguien de quien no tienen la certeza que les dará un retorno de la inversión”, añade esta especialista en marketing. Esta cautela se materializa en dos tendencias.
Por un lado, “las marcas cada vez confían más en microinfluencers, personas que no tienen grandes cifras de seguidores, pero sí de mucha calidad y muy ajustados al mercado al que quieren dirigirse”, dice Vallet. Por seguidores de calidad hay que entender “usuarios que no se comportan como bots –que pueden suponer un problema de reputación–, seguidores que interaccionan y que tienen una conversión en compras”, explica Gemma Vallet.
Del otro, del mismo modo que Google Analytics se ha convertido en el estándar para medir el tráfico de un sitio en internet, hay plataformas que se han convertido, a su vez, en el estándar para medir la calidad de los followers en las redes sociales y que las empresas y las agencias de marketing digital usan para analizar a los influencers antes de contratarlos. Son plataformas como Sprout Social, Social Hub, Curalate o Agora Pulse. Esto ha provocado que los influencers “se hayan profesionalizado y que ofrezcan analíticas sobre su actividad como parte de su tarjeta de visita y que, por ejemplo, muchos tengan mánagers que son expertos en márketing digital, que cuando negocian con las marcas van con este tipo de información por delante”, dice Vallet.