Paradojas de la política
NO deja de ser una paradoja que Corea del Norte y Corea del Sur se hayan sentado a la mesa para intentar buscar en la participación conjunta en los Juegos de Invierno un elemento de distensión –nunca firmaron un tratado de paz tras la guerra que les enfrentó entre 1950 y 1953– y que el mundo independentista y el Gobierno no cuenten con interlocutores para reconstruir una relación. Cuando Telecinco captó con una de sus cámaras el móvil de Toni Comín, con mensajes de Carles Puigdemont, sorprendió la referencia a un supuesto “plan Moncloa” que contemplaría la salida de los presos, pues parece más un deseo que una realidad, porque la separación de poderes en el Estado de derecho no ofrece ningún margen.
Mariano Rajoy se ha quejado en el último año de que no tenía interlocutores para buscar una salida al contencioso catalán, más o menos como Puigdemont, que ha considerado que sus peticiones nunca han sido atendidas. Ambos políticos se han visto a solas en dos únicas ocasiones: una pública, a las pocas semanas de ser nombrado Puigdemont y otra privada, en enero del 2017, que se mantuvo en secreto hasta que este diario la publicó en portada. Pero la química fue escasa. Ni siquiera se intercambiaron el número de los móviles. Así que no fue hasta el atentado de agosto que se los dieron mutuamente, a fin de comunicarse cualquier novedad sobre los autores de la masacre. Para que haya un “plan Moncloa” que permita buscar salidas políticas, se necesita un Govern estable que, sin renunciar a nada, no se mueva al margen de la ley, pero también encontrar interlocutores que actúen como bomberos en pequeños fuegos que acaban siendo grandes incendios. Si Kim Jong Un puede alardear de misiles y anunciar que sus esquiadores desfilarán bajo una bandera unificada, no debería ser imposible encontrar aquí mediadores. Por más que Einstein advirtiera que es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio.