Guerra civil entre refugiados
Afganos y eritreos se enfrentan a tiros en otro estallido de violencia en Calais
La crisis de los migrantes y refugiados ha vivido otros días negros en los dos extremos geográficos del mapa europeo de este drama. Mientras que frente a la costa libia se temía la muerte, tras un naufragio, de 90 personas, en Calais, dos mil kilómetros al norte, se producía otra explosión de violencia, de una ferocidad inusitada, entre refugiados afganos y eritreos, con un balance de 22 heridos, cinco de ellos por arma de fuego, de los cuales cuatro –todos eritreos– estaban en condición crítica tras ser operados.
Los enfrentamientos de Calais se iniciaron en la tarde del jueves. El desencadenante fue la tensión durante el reparto de la comida, cerca del hospital, donde suelen concentrarse los demandantes de asilo afganos. Por razones que aún no se han aclarado, se desató una pelea entre decenas de afganos y de eritreos. Este conato de guerra civil entre los desesperados varados en Calais –que están a la espera de poder trasladarse al Reino Unido, donde muchos tienen familiares– degeneró en disparos. Eso alarmó a las autoridades francesas. El ministro del Interior, Gérard Collomb, decidió desplazarse de inmediato a la ciudad norteña, donde pasó la noche, para evaluar la situación.
La batalla no se limitó al centro de Calais. Cuando corrió la voz sobre los heridos de bala, los ánimos se exasperaron. Los choques entre comunidades se reprodujeron horas más tarde en Marck, a unos cinco kilómetros. La policía logró separar a los dos bandos, que iban armados con bastones y barras de hierro. Pero el deseo de venganza seguía muy fuerte y causó nuevas peleas en otro punto de distribución alimentos y donde están los lavabos portátiles. Sólo por la noche regresó la calma, gracias a la presencia de unidades antidisturbios en la calle.
Según las primeras averiguaciones, a las que también aludió el propio ministro Collomb, los principales responsables de los incidentes no fueron migrantes o refugiados ordinarios, sino traficantes, aunque no siempre es fácil distinguirlos. Un afgano de 37 años era buscado por su protagonismo en los disparos.
Collomb habló de unos hechos “de gravedad excepcional”, de “un nivel insoportable”. “No se puede permitir que impere la ley del más fuerte”, agregó. El ministro estuvo muy áspero con el trabajo de algunas de las asociaciones humanitarias que reparten la comida. Estas oenegés, a su vez, son muy críticas
CUATRO HERIDOS MUY GRAVES El reparto de comida desató la pelea, atizada por los traficantes
REPROCHES DEL GOBIERNO El ministro del Interior francés critica el modo en que operan las oenegés
con la política migratoria del Gobierno de París. Durante la reciente visita a Calais de Emmanuel Macron, el pasado 16 de enero, los responsables de estas oenegés se negaron a entrevistarse con el presidente de la república. “Les insto a reflexionar sobre lo que ha pasado esta tarde –dijo Collomb, en referencia a las asociaciones humanitarias–. Lo que ha sucedido confirma una vez más lo que decimos, que este tipo de concentraciones causa graves problemas de orden público”. El ministro aseguró que el Estado estará en condiciones de hacerse cargo de la distribución de alimentos dentro de dos semanas. Lo hará de modo diferente, para evitar aglomeraciones y eventuales peleas.
Hay quien cree que fueron algunas declaraciones de Macron las que caldearon el ambiente . Los refugiados en otros lugares de Francia entendieron la presencia del presidente en Calais, previa a la negociación con la primera ministra británica, Theresa May, como una llamada precisamente a dirigirse a
la ciudad del norte para beneficiarse, eventualmente, de medidas de reagrupación familiar o del traslado de menores. Quizás se generaron falsas expectativas. No sentaron bien, además, las palabras calurosas de Macron hacia la policía y el anuncio de una prima a los agentes de Calais, a pesar de las sospechas, tras una inspección, sobre su excesivo recurso a la fuerza. Los elogios del presidente a las fuerzas del orden por su trabajo en Calais provocaron una reacción virulenta del escritor y cineasta Yann Moix, desde las páginas de Libération. A Moix le replicó el prefecto, quien lamentó que confunda la violencia policial con las acciones normales de mantenimiento del orden público.
La gestión de la realidad en Calais no es fácil. Las oenegés que ayudan a los migrantes y refugiados denuncian prácticas como el desmantelamiento violento de las tiendas de campaña, que agudiza las tensiones. Lo advirtió, en la radio France Info, el presidente de la asociación Salam, Jean-Claude Lenoir. A su juicio, lo peor es “el hostigamiento cotidiano” de la policía y la demolición de los campamentos. Lenoir recordó que, hace una semana, en un choque entre migrantes y policía, uno de los primeros perdió un ojo. “Hay una exasperación y una tensión enormes”, enfatizó el responsable de Salam. Estas condiciones tan precarias dejan el campo libre a los traficantes. Lenoir insistió en que la salida a la crisis no es más represión sino una política en Francia y en Europa que aporte soluciones y, entre tanto, más asistentes sociales y más intérpretes que contribuyan a mejorar la vida de la gente. “Creo en la inteligencia de los gobernantes –concluyó Lenoir–. Alertamos al señor presidente, que el hostigamiento cotidiano no es la solución (...) Es preciso que el presidente tome la iniciativa y haga propuestas para salir de este círculo infernal del hostigamiento diario”.
No existen cifras claras sobre la cantidad actual de personas que se encuentran en Calais en situación irregular a la espera de poder pasar clandestinamente al Reino Unido como polizones en un ferry u ocultos en un tren o un camión. Según las oenegés, son hoy unos 800, si bien la prefectura rebaja este número a entre 500 y 600. Se trata de una aglomeración mucho más modesta que las que ha habido en años pasados. La llamada jungla de Calais –unos campamentos improvisados y en muy malas condiciones– ha sido durante muchos un quebradero de cabeza para Francia y para Gran Bretaña, y un factor de fricción entre ambos gobiernos. Ha habido varios intentos de desmantelar la jungla, que siempre surge de nuevo. La última vez fue en octubre del 2016. Se calcula que vivían entonces unas 8.000 personas. En su visita de enero, Macron avisó que Francia no toleraría la reconstrucción del campamento ni la utilización de Calais como puerta de entrada clandestina a la vecina Inglaterra.
APELACIÓN A FRANCIA Y EUROPA Las oenegés insisten en que la represión diaria no es la política correcta ante el desafío