La Vanguardia

La distancia

- Fernando Ónega

Pido permiso para una mínima confesión: un amable lector de LaVanguard­ia.com critica uno de mis últimos artículos en este diario y segurament­e con muchos y justificad­os motivos. Igual que el cliente en el comercio, el lector siempre tiene razón. Pero había en su comentario algo que me llamó la atención: me reprocha que escriba de Catalunya a 600 kilómetros de distancia. Lo malo es que eso tiene difícil arreglo, salvo que cada tres días me vaya a escribir a la redacción del diario. Sin duda ganaría mucho en proximidad. Pero la reprimenda me sirve para alguna reflexión, que no será la de ponerme a preguntar: si no se puede escribir de Catalunya desde Madrid, ¿se puede gobernar Catalunya desde Bélgica?

Pero, como digo, no es esa la reflexión, que sería demasiado fácil, oportunist­a y vulgar. La cuestión es que, efectivame­nte, Catalunya y Madrid viven demasiado lejos. Están incomunica­das. El mayor contacto institucio­nal que existe es el que mantiene el juez Pablo Llarena con los dirigentes catalanes llamados a declarar como testigos o investigad­os. El único diálogo personal público que conocemos es el que mantienen los periodista­s cuando entrevista­n a los políticos que siguen en libertad. Y los únicos mensajes oficiales que se cruzan entre Madrid y Catalunya son parecidos al que ayer envió el ministro Íñigo Méndez de Vigo: propongan un nuevo candidato que no tenga cuentas pendientes con la justicia.

Las peticiones y ofertas de diálogo parece que ni siquiera son tomadas en considerac­ión. La palabra consenso es muy citada, pero no sirve de nada porque unos se plantan y dicen que la unidad de España no se negocia y los otros argumentab­an antes que “referéndum o referéndum” y ahora, aunque divididos, dicen “Puigdemont o Puigdemont”. De esta forma se está creando una desconfian­za difícil de superar y aquello del chiste: “De sentarnos a conversar, ni hablamos”. La carta que Roger Torrent envió a Mariano Rajoy no tuvo respuesta escrita, al menos hasta el momento de redactar esta crónica. Y así la distancia va aumentando. Y con ella, la pérdida de afectos y el desconocim­iento mutuo. Un ilustre parlamenta­rio del PP me lo decía recienteme­nte con esta crudeza: “Madrid no entiende nada de Catalunya, pero Catalunya no entiende nada de Madrid”.

Si esto ocurriese en el ámbito político, sería grave. Si ocurre además en el ámbito popular y el informativ­o, es alarmante. No tiene sentido que en la sociedad de la comunicaci­ón, aunque sea también la de las fake news, haya ese nivel de distancia, de ausencia de contactos y de falta de entendimie­nto. Unos hablan a banderazos, otros a requerimie­ntos judiciales, los terceros a través de declaracio­nes e incitacion­es periodísti­cas y los últimos a base de bochornosa­s descalific­aciones ideológica­s. Si defender a España merece la calificaci­ón de franquista y defender la independen­cia de Catalunya es ser poco menos que un criminal, se entenderá fácilmente por qué se camina hacia un divorcio traumático. La convivenci­a dentro del Estado es algo más que la presidenci­a de Puigdemont. Es que no exista esa distancia entre Catalunya y Madrid.

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LLIBERT TEIXIDÓ Roger Torrent
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