La distancia
Pido permiso para una mínima confesión: un amable lector de LaVanguardia.com critica uno de mis últimos artículos en este diario y seguramente con muchos y justificados motivos. Igual que el cliente en el comercio, el lector siempre tiene razón. Pero había en su comentario algo que me llamó la atención: me reprocha que escriba de Catalunya a 600 kilómetros de distancia. Lo malo es que eso tiene difícil arreglo, salvo que cada tres días me vaya a escribir a la redacción del diario. Sin duda ganaría mucho en proximidad. Pero la reprimenda me sirve para alguna reflexión, que no será la de ponerme a preguntar: si no se puede escribir de Catalunya desde Madrid, ¿se puede gobernar Catalunya desde Bélgica?
Pero, como digo, no es esa la reflexión, que sería demasiado fácil, oportunista y vulgar. La cuestión es que, efectivamente, Catalunya y Madrid viven demasiado lejos. Están incomunicadas. El mayor contacto institucional que existe es el que mantiene el juez Pablo Llarena con los dirigentes catalanes llamados a declarar como testigos o investigados. El único diálogo personal público que conocemos es el que mantienen los periodistas cuando entrevistan a los políticos que siguen en libertad. Y los únicos mensajes oficiales que se cruzan entre Madrid y Catalunya son parecidos al que ayer envió el ministro Íñigo Méndez de Vigo: propongan un nuevo candidato que no tenga cuentas pendientes con la justicia.
Las peticiones y ofertas de diálogo parece que ni siquiera son tomadas en consideración. La palabra consenso es muy citada, pero no sirve de nada porque unos se plantan y dicen que la unidad de España no se negocia y los otros argumentaban antes que “referéndum o referéndum” y ahora, aunque divididos, dicen “Puigdemont o Puigdemont”. De esta forma se está creando una desconfianza difícil de superar y aquello del chiste: “De sentarnos a conversar, ni hablamos”. La carta que Roger Torrent envió a Mariano Rajoy no tuvo respuesta escrita, al menos hasta el momento de redactar esta crónica. Y así la distancia va aumentando. Y con ella, la pérdida de afectos y el desconocimiento mutuo. Un ilustre parlamentario del PP me lo decía recientemente con esta crudeza: “Madrid no entiende nada de Catalunya, pero Catalunya no entiende nada de Madrid”.
Si esto ocurriese en el ámbito político, sería grave. Si ocurre además en el ámbito popular y el informativo, es alarmante. No tiene sentido que en la sociedad de la comunicación, aunque sea también la de las fake news, haya ese nivel de distancia, de ausencia de contactos y de falta de entendimiento. Unos hablan a banderazos, otros a requerimientos judiciales, los terceros a través de declaraciones e incitaciones periodísticas y los últimos a base de bochornosas descalificaciones ideológicas. Si defender a España merece la calificación de franquista y defender la independencia de Catalunya es ser poco menos que un criminal, se entenderá fácilmente por qué se camina hacia un divorcio traumático. La convivencia dentro del Estado es algo más que la presidencia de Puigdemont. Es que no exista esa distancia entre Catalunya y Madrid.