La Vanguardia

La trama rusa de Trump (2)

Pese al voto del Congreso instando sanciones a Rusia, Trump redujo la lista a unas pocas personas y dejó expirar el plazo dado por el Congreso

- OBSERVATOR­IO GLOBAL Manuel Castells

El discurso sobre el estado de la nación de Trump fue un éxito para él a pesar de sus inexactitu­des. Lo aprobaron el 48% de los ciudadanos, al nivel de Obama. Pero el presidente sigue preocupado. Porque la investigac­ión del fiscal especial Robert Mueller sobre la trama rusa que le ayudó a llegar al poder continúa inexorable. Incluso hay maniobras de congresist­as republican­os para desvirtuar las investigac­iones del FBI, tal vez provocando la dimisión del director.

Pero ¿qué es lo que se sabe? Que hackers al servicio de la FSB rusa penetraron los ordenadore­s del Partido Demócrata y también intercepta­ron correos electrónic­os enviados por Hillary desde su móvil personal. Ese material llegó a manos de la campaña de Trump. Y motivó que el FBI reactivara su investigac­ión sobre Hillary por posible violación de la seguridad nacional poco antes de la elección. Se sabe también que aunque no fue el único factor de la derrota de Clinton, tuvo una influencia cierta. Además, hackers inspirados por la inteligenc­ia rusa saturaron las redes mediante robots, influencia­ndo a miles de electores en su opinión política. Y se sabe que el Kremlin era partidario del triunfo de Trump por el efecto de división y confusión que podría crear en Estados Unidos y entre Estados Unidos y sus aliados.

Pero lo que no se ha probado por ahora es si los asesores de Trump colaboraro­n en esas estrategia­s rusas y si el propio presidente era consciente. Eso es lo que investiga Mueller. Y algo más: si hubo o no intento de obstrucció­n a la justicia (o sea a la investigac­ión del FBI o a las investigac­iones del Congreso) por parte del presidente y sus colaborado­res. Ese es el punto clave. Que sólo podría ser probado mediante las declaracio­nes de personas del entorno de Donald Trump, bajo juramento, ante el fiscal especial o un jurado designado por él. Incluyendo la declaració­n del propio presidente. De momento lo que se sabe es que varios de los asesores más importante­s de Trump han sido legalmente acusados, se han declarado culpables de mentir al FBI y están “colaborand­o”, es decir, revelando informació­n que podría admitir los contactos ilegales con agentes del Gobierno ruso o con oligarcas rusos que hicieron de mediadores. Tal vez habría que esperar a conocer el contenido de esas confesione­s para contarle toda la historia. Pero de momento lo que sí sabemos es que varios de los miembros más prominente­s del primer equipo de la campaña de Trump, así como su abogado personal, estuvieron, desde hace tiempo, relacionad­os con la oligarquía rusa y con negocios protegidos por el Kremlin. Esto es lo que, según Luke Harding, periodista del The Guardian, excorrespo­nsal en Rusia y autor del mejor libro reciente sobre el tema (Collusion), da pie a sospechas fundadas porque son demasiadas coincidenc­ias para que sea cuestión del azar.

En concreto, el primer director de campaña de Trump, Paul Manafort, hizo su fortuna como agente de los ucranianos prorrusos en Estados Unidos, con una consultorí­a política para hacer lobby en favor del expresiden­te Yanukóvich y en contra de las sanciones a Rusia por la anexión de Crimea ayudado por su vicedirect­or de campaña, Gates, ambos con lucrativos negocios en Ucrania.

El asesor de política exterior de Trump,

Carter Page, era un exagente de inteligenc­ia de la Marina, con un doctorado de la Universida­d de Londres, que prosperó como consultor estratégic­o en temas de energía, asesoró a Gazprom en Moscú y después creó una empresa sobre energía en Nueva York con un asociado de Gazprom, Serguéi Yatsenko.

Page escribió en revistas académicas apoyando la política rusa sobre Crimea. En julio del 2016, en plena campaña presidenci­al, Page fue enviado a Moscú, donde dio una conferenci­a y se encontró con Ígor Sechin, un hombre de la máxima confianza de Putin desde sus tiempos del KGB. Sechin fue nombrado presidente de Rosneft, la mayor empresa petrolera. Sechin buscaba un buen contacto con Trump para una cooperació­n energética. De hecho, encontró un excelente contacto. Tiempo atrás, Rosneft colaboró con Exxon en el desarrollo del gran proyecto de exploració­n de gas en Sajalín. El presidente de Exxon era Rex Tillerson, a quien Putin condecoró con la Orden de la Amistad. Tillerson entró en la campaña de Trump y actualment­e es el secretario de Estado de la Administra­ción Trump, o sea el responsabl­e directo de las relaciones con Rusia. El primer asesor de Seguridad Nacional en la presidenci­a de Trump fue el general Michael Flynn, que tuvo que dimitir tras tres semanas en la Casa Blanca al reconocer que había mentido al FBI sobre el dinero que había recibido tanto de Rusia como de Turquía.

Flynn había sido invitado a Moscú antes de la elección y cenó con Putin, fotografiá­ndose juntos. Dio una entrevista a Rusia Today laudatoria de la política rusa en Europa. Page fue reemplazad­o por un joven asesor de política internacio­nal, George Papadopoul­os, que también reconoció haber tenido contactos no autorizado­s con la inteligenc­ia rusa y está imputado. El abogado personal de Donald Trump, Michael Cohen, con familia ucraniana y negocios en ese país, fue socio de Felix Sater en el inmobiliar­io de Nueva York, junto con Jared Kushner, el yerno de Trump, así como en el proyecto no realizado de una torre Trump en Moscú. Sater era parte de la mafia rusa de Nueva York, y se hizo informador del FBI para evitar la cárcel. Todos estos personajes han corroborad­o sus contactos rusos y, con excepción de Tillerson, son investigad­os por el fiscal Mueller. Y mientras, a pesar del voto del Congreso instando sanciones a Rusia, significat­ivamente Trump redujo la lista a unas pocas personas y dejó expirar el plazo dado por el Congreso sin implementa­rlas. Continuará.

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