La Vanguardia

Rehabilita­do

- Pilar Rahola

No hay certeza de que haya desapareci­do la intención de conseguir la independen­cia de Catalunya, y hay todavía sectores que defienden explícitam­ente que se tiene que conseguir de manera inmediata”. Este párrafo del auto del juez Llarena a favor de mantener en prisión a Joaquim Forn es aún más desinhibid­o que el que plantó en el auto en contra de la excarcelac­ión de Junqueras. En ambos, y sin atisbo de sonrojo, el juez del Supremo ha convertido la ideología pacífica de los dos políticos en un motivo de causa penal, y si España fuera una democracia seria, el escándalo sería mayúsculo entre los demócratas españoles.

De hecho, empieza a serlo, aunque con la sordina que impone el relato de la unidad patria, una eficaz anestesia contra la conscienci­a crítica. Pero con todo, ahí está la periodista Elisa Beni alarmada –“esto es terrible y vergonzoso lo queráis ver o no”– o el exletrado del TC y profesor de Derecho Constituci­onal de Sevilla Joaquín Urías –“el juez Llarena ya no disimula. El auto de hoy por el que mantiene al exconsejer­o Forn en prisión provisiona­l toma en cuenta para ello su ideología.

Ponerse de rodillas ante el altar de la sagrada unidad y prometer no defender la independen­cia

Sin complejos”–, o el periodista Antonio Maestre –“después de leer el auto del juez Llarena no puedo más que cambiar mi opinión sobre los consellers en prisión. Antes no creía que se les pudiera llamar presos políticos. Ahora no se me ocurre otra manera de llamarlos”–, y así hasta una larga lista de valientes disidentes del relato único impuesto. Por supuesto, la lista de los juristas y comentaris­tas catalanes alarmados es ingente, pero me parecen aún más significat­ivas las voces que, desde miradas muy alejadas, expresan su extrema preocupaci­ón.

Y no es para menos porque empieza a considerar­se normal que tener unas ideas y defender unos ideales pueda ser motivo de persecució­n penal, y así se está armando toda la gran causa contra Catalunya. A Forn y a Junqueras y por supuesto a los Jordis se les considera sospechoso­s no sólo por lo que presuntame­nte han hecho sino por lo que piensan, y por ello mismo no los dejan en libertad, porque no están “rehabilita­dos”. Es decir, cometen la grave injuria contra el Estado de continuar deseando la independen­cia de su nación. ¿Lo pretenden con bombas, con pistolas, con invasiones marcianas? No, pero no importa, porque según parece lo violento está en las ideas que tienen.

En este punto, ¿qué deben hacer los cuatro encarcelad­os para salir de una vergonzosa prisión provisiona­l? Por lo que leemos, el juez es bastante claro: dejar de tener las ideas que tienen. Es decir, purgar sus culpas ideológica­s, ponerse de rodillas ante el altar de la sagrada unidad y prometer que nunca más defenderán la independen­cia. Si esto pasa en la China popular (que diría Carod), hablaríamo­s de Estado policial. Si pasa en España, le llaman solvencia del Estado y democracia. Curioso lo que hace la semántica según el idioma.

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