La Vanguardia

El que canta…

- Remei Margarit R. MARGARIT,

Cuando yo era pequeña, en la masía de mis abuelos –un caserón muy grande– por la noche, si tenía que ir a buscar alguna cosa a mi habitación, que estaba lejos de la sala de estar, lo hacía encendiend­o todas las luces y cantando para sacarme el miedo de encima, no sabía si entre las sombras de la casa podía haber algún fantasma o tan sólo un ratón. Digo esto porque tenemos un dicho: “El que canta, su mal espanta”, que siempre es vigente.

Y en el mundo político también es aplicable, el que alborota más es el más asustado; el no parar de hacer cosas para llamar la atención es un intento de ahuyentar el espanto como una huida hacia delante sin saber con certeza hacia dónde ir ni qué hacer, el caso es huir. Así que no se puede confundir una huida por miedo con una estrategia política, como a veces se presenta para no perder acólitos ni resonancia. Malamente el que busca resonancia como sea, porque a mayor alboroto, mayor espanto. Y como que la condición humana es ambivalent­e y contradict­oria, una lucha desaforada por el poder puede ser un disfraz para una gran debilidad interna de quien se ha encontrado atrapado entre el rechazo de los que considerab­a su gente y la consecuenc­ia de sus actos imprudente­s.

Siempre es necesario el ejercicio de la modestia, pero hay momentos en la vida en que se necesita más modestia para saber qué es lo más importante, no sólo para uno mismo, sino también para los demás, sin mentir ni creerse redentor de nada. El mesianismo o el intento de subvertir un orden democrátic­o, obviando las leyes acordadas por todos, tiene su precio y ello es sabido, más aún por quien se dedica a la política. Si las leyes que configuran una Constituci­ón quedan obsoletas, es al poder legislativ­o al que toca reformarla­s en consenso. La democracia siempre es imperfecta, como toda construcci­ón humana, pero todos los otros sistemas de gobierno son peores, de manera que sólo se puede trabajar con esos mimbres porque no hay otros que valgan. Si hay voluntad política para gobernar por el bien común, se encuentran soluciones y acuerdos. Si lo que prevalece es a ver quién causa más alboroto, se tendrá que buscar otros actores que pongan la honestidad por encima de su narcisismo o su miedo.

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