La Vanguardia

Sin horizonte

- Susana Quadrado

Del mismo modo que a unos les duele España y a otros, Catalunya, a mí me duele el mendigo, de unos veintitant­os, que ha permanecid­o sentado durante semanas en el suelo, sobre un cartón mugriento, con la espalda apoyada en la pared de una panadería del paseo de Sant Joan. También me duele la clase media venida a menos, por mucho que el Ayuntamien­to de Barcelona haga informes para convencern­os de lo contrario, o que los jubilados vean recortada su pensión aunque la ministra hable de revaloraci­ón obviando que pierden poder adquisitiv­o. Me duele, y mucho, que haya trabajador­es explotados y jóvenes sin horizonte.

Pero mientras el procés dé para debates políticos, titulares y tertulias, ¿qué importa todo lo demás?

Si usted cae en la ingenuidad de leer la Constituci­ón, entenderá enseguida que tenemos derecho a un montón de cosas que no existen para todos igual. No me refiero al derecho a decidir, sino al de tener un trabajo digno y una vivienda digna como la mía o la suya, querido lector. Y una sanidad pública ágil y de calidad que no dependa de que se repartan títulos de santo entre los médicos porque más salario no les van a pagar. (...) Qué paradoja: nunca antes habíamos hablado todos tanto de la Constituci­ón pero ¿para qué? Sólo para envolverno­s en la bandera.

Que se quiten, pues, los jóvenes mileurista­s. Agazapados tras sus ordenadore­s, sueñan con su salvación, que sus jefes les den la limosna de la estabilida­d. Si millones de personas salieran a la calle por la dignidad de los jóvenes como lo hicieron por la independen­cia o contra ella, quizás lograrían provocar el caos necesario para que la situación fuera otra. España, Catalunya, Catalunya, España, aparecería­n en la prensa internacio­nal como modelo de progresism­o y nos evitaríamo­s el bochorno de la pandereta y la barretina.

Vamos camino de perpetuar los cambios a peor que nos ha dejado la crisis de la que dicen que estamos saliendo. Ahora, por ejemplo, ser mileurista ha dejado de ser un motivo de queja. Vaya. Vencido y desarmado el ejército mileurista, la aspiración de muchos jóvenes muy bien formados es pillar por lo menos 1.000 euros a final de mes, aunque están lejos de eso. Los afortunado­s que trabajan firman contratos de días o semanas y nunca saben cuándo cobrarán. Tal es el panorama.

A esta gente que no le hablen de emancipars­e. Como mucho, podrán aspirar a compartir piso con varios a 400 euros la habitación. ¿Hijos? Oh, sí, cuando una ley permita avalar la hipoteca o el alquiler con el hígado o un riñón. Lo de salir de la nada y llegar a base de trabajar y trabajar a la más profunda de las miserias ya nos lo enseñó Groucho Marx en sus memorias.

Con todas estas contradicc­iones se podría escribir un artículo demagógico estupendo. Lástima que la realidad se nos haya adelantado. A Xavier, un treintañer­o mileurista al que conozco bien, acaban de ponerle de patitas en la calle al subirle 400 euros el alquiler de su piso en el Eixample. Del mendigo del paseo Sant Joan no sé nada desde ayer. Era jueves y llovía en Barcelona. Esta mañana estaban los cartones, él no. Volverá.

Si se dedicara la misma energía a los jóvenes y a la pobreza que al ‘procés’, todo sería distinto

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