Sin horizonte
Del mismo modo que a unos les duele España y a otros, Catalunya, a mí me duele el mendigo, de unos veintitantos, que ha permanecido sentado durante semanas en el suelo, sobre un cartón mugriento, con la espalda apoyada en la pared de una panadería del paseo de Sant Joan. También me duele la clase media venida a menos, por mucho que el Ayuntamiento de Barcelona haga informes para convencernos de lo contrario, o que los jubilados vean recortada su pensión aunque la ministra hable de revaloración obviando que pierden poder adquisitivo. Me duele, y mucho, que haya trabajadores explotados y jóvenes sin horizonte.
Pero mientras el procés dé para debates políticos, titulares y tertulias, ¿qué importa todo lo demás?
Si usted cae en la ingenuidad de leer la Constitución, entenderá enseguida que tenemos derecho a un montón de cosas que no existen para todos igual. No me refiero al derecho a decidir, sino al de tener un trabajo digno y una vivienda digna como la mía o la suya, querido lector. Y una sanidad pública ágil y de calidad que no dependa de que se repartan títulos de santo entre los médicos porque más salario no les van a pagar. (...) Qué paradoja: nunca antes habíamos hablado todos tanto de la Constitución pero ¿para qué? Sólo para envolvernos en la bandera.
Que se quiten, pues, los jóvenes mileuristas. Agazapados tras sus ordenadores, sueñan con su salvación, que sus jefes les den la limosna de la estabilidad. Si millones de personas salieran a la calle por la dignidad de los jóvenes como lo hicieron por la independencia o contra ella, quizás lograrían provocar el caos necesario para que la situación fuera otra. España, Catalunya, Catalunya, España, aparecerían en la prensa internacional como modelo de progresismo y nos evitaríamos el bochorno de la pandereta y la barretina.
Vamos camino de perpetuar los cambios a peor que nos ha dejado la crisis de la que dicen que estamos saliendo. Ahora, por ejemplo, ser mileurista ha dejado de ser un motivo de queja. Vaya. Vencido y desarmado el ejército mileurista, la aspiración de muchos jóvenes muy bien formados es pillar por lo menos 1.000 euros a final de mes, aunque están lejos de eso. Los afortunados que trabajan firman contratos de días o semanas y nunca saben cuándo cobrarán. Tal es el panorama.
A esta gente que no le hablen de emanciparse. Como mucho, podrán aspirar a compartir piso con varios a 400 euros la habitación. ¿Hijos? Oh, sí, cuando una ley permita avalar la hipoteca o el alquiler con el hígado o un riñón. Lo de salir de la nada y llegar a base de trabajar y trabajar a la más profunda de las miserias ya nos lo enseñó Groucho Marx en sus memorias.
Con todas estas contradicciones se podría escribir un artículo demagógico estupendo. Lástima que la realidad se nos haya adelantado. A Xavier, un treintañero mileurista al que conozco bien, acaban de ponerle de patitas en la calle al subirle 400 euros el alquiler de su piso en el Eixample. Del mendigo del paseo Sant Joan no sé nada desde ayer. Era jueves y llovía en Barcelona. Esta mañana estaban los cartones, él no. Volverá.
Si se dedicara la misma energía a los jóvenes y a la pobreza que al ‘procés’, todo sería distinto