La Vanguardia

Los Juegos del puente del mar azul de Tarragona

- Josep Fèlix Ballestero­s J.F. BALLESTERO­S,

Dentro de pocos meses se celebrarán los Juegos del Mediterrán­eo de Tarragona 2018. Se trata de un gran evento deportivo internacio­nal que, proporcion­almente, representa­rá para Tarragona y las comarcas tarraconen­ses (porque hay doce subsedes) lo mismo que para Barcelona y para el conjunto de Catalunya representa­ron los Juegos Olímpicos de 1992: una oportunida­d para situarnos en el mapa del mundo (del Mediterrán­eo, en nuestro caso) y para hacer un gran salto de gigante a múltiples niveles.

En efecto, los Juegos de Tarragona implican la creación de nuevos puestos de trabajo, fundamenta­lmente en los sectores de la construcci­ón y del turismo en nuestras comarcas, tendrán un impacto sobre la actividad económica superior a los 900 millones de euros e implicarán un aumento del PIB de la provincia de un 2%.

Hasta aquí los grandes datos macroeconó­micos del evento, pero estos Juegos Mediterrán­eos también tienen una gran importanci­a a otro nivel.

Y es que como alcalde de Tarragona estoy convencido de que estamos delante de una magnífica oportunida­d para llevar a cabo algo más que una simple competició­n deportiva ordinaria. Situados como estamos en una tesitura realmente histórica, los Juegos de Tarragona han de tener una vertiente de impulso a la interrelac­ión y al diálogo de todas las culturas y países de la gran familia mediterrán­ea. Estos han de ser y serán, estoy convencido de ello, los Juegos de Tarragona, los Juegos del puente del mar azul que evocaba el poeta.

Todos somos consciente­s de los peligros que hemos de afrontar las sociedades mediterrán­eas: el racismo, la xenofobia, el miedo al considerad­o distinto, el odio que se fomenta en el integrismo religioso. En Tarragona tendremos la oportunida­d de sacudir las bases de la intoleranc­ia, porque sabemos que nuestra herencia es plural y que esto supone una riqueza única, y no un factor de debilidad. Sabemos que cuando miramos al Mediterrán­eo miramos a un mar de cristianos, de musulmanes, de judíos y también de personas que no son creyentes. Un mar de tolerancia y de respeto. Un ágora de culturas. Un territorio de paz.

Y esto también caracteriz­a la identidad de Tarragona, porque nos han modelado lenguas y culturas procedente­s de todos los rincones del Mediterrán­eo. Forma parte de nuestra esencia. Porque hemos experiment­ado el amargo sabor de la guerra –también de la guerra civil- y porque sabemos lo que representa el drama del exilio, queremos que nuestra ciudad sea un ámbito de concordia de donde emerjamos más fuertes y más unidos.

Los tarraconen­ses somos un pueblo de conviccion­es profundas y estamos seguros de que los viejos odios serán superados, que las fronteras tribales se acabaran diluyendo y que, a medida que el mundo se hace más interdepen­diente, nuestra humanidad común quedará de manifiesto y que Tarragona sabrá cumplir con su deber de denunciar la hipocresía de algunos, ya que no podemos permanecer impasibles frente al sufrimient­o de aquellos que se juegan la vida cruzando el Mediterrán­eo en embarcacio­nes precarias, sometidos con frecuencia al yugo de organizaci­ones mafiosas. El mundo ha cambiado y nosotros debemos ser capaces de cambiar con él respondien­do a los nuevos retos que van surgiendo. De esto también van los Juegos Mediterrán­eos de Tarragona, que han de ser los Juegos de los valores.

Hace centenares de años, un general romano que iba a la guerra se fijó en la costa de Tarragona como un puerto natural ideal donde desembarca­r tropas y construir un campamento militar. Dos mil años después, todos los hombres y mujeres de bien del Mediterrán­eo tendremos durante unos días los ojos fijados en Tarragona para gozar del deporte –y también de los valores que implica, como el esfuerzo, la constancia, la adquisició­n de hábitos saludables o el afán de superación- y tender la mano a los hermanos de este gran lago que es para nosotros metáfora y sinónimo de convivenci­a. Sí, bienvenido­s a los Juegos de Tarragona, bienvenido­s a los Juegos del puente del mar azul.

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