Los Juegos del puente del mar azul de Tarragona
Dentro de pocos meses se celebrarán los Juegos del Mediterráneo de Tarragona 2018. Se trata de un gran evento deportivo internacional que, proporcionalmente, representará para Tarragona y las comarcas tarraconenses (porque hay doce subsedes) lo mismo que para Barcelona y para el conjunto de Catalunya representaron los Juegos Olímpicos de 1992: una oportunidad para situarnos en el mapa del mundo (del Mediterráneo, en nuestro caso) y para hacer un gran salto de gigante a múltiples niveles.
En efecto, los Juegos de Tarragona implican la creación de nuevos puestos de trabajo, fundamentalmente en los sectores de la construcción y del turismo en nuestras comarcas, tendrán un impacto sobre la actividad económica superior a los 900 millones de euros e implicarán un aumento del PIB de la provincia de un 2%.
Hasta aquí los grandes datos macroeconómicos del evento, pero estos Juegos Mediterráneos también tienen una gran importancia a otro nivel.
Y es que como alcalde de Tarragona estoy convencido de que estamos delante de una magnífica oportunidad para llevar a cabo algo más que una simple competición deportiva ordinaria. Situados como estamos en una tesitura realmente histórica, los Juegos de Tarragona han de tener una vertiente de impulso a la interrelación y al diálogo de todas las culturas y países de la gran familia mediterránea. Estos han de ser y serán, estoy convencido de ello, los Juegos de Tarragona, los Juegos del puente del mar azul que evocaba el poeta.
Todos somos conscientes de los peligros que hemos de afrontar las sociedades mediterráneas: el racismo, la xenofobia, el miedo al considerado distinto, el odio que se fomenta en el integrismo religioso. En Tarragona tendremos la oportunidad de sacudir las bases de la intolerancia, porque sabemos que nuestra herencia es plural y que esto supone una riqueza única, y no un factor de debilidad. Sabemos que cuando miramos al Mediterráneo miramos a un mar de cristianos, de musulmanes, de judíos y también de personas que no son creyentes. Un mar de tolerancia y de respeto. Un ágora de culturas. Un territorio de paz.
Y esto también caracteriza la identidad de Tarragona, porque nos han modelado lenguas y culturas procedentes de todos los rincones del Mediterráneo. Forma parte de nuestra esencia. Porque hemos experimentado el amargo sabor de la guerra –también de la guerra civil- y porque sabemos lo que representa el drama del exilio, queremos que nuestra ciudad sea un ámbito de concordia de donde emerjamos más fuertes y más unidos.
Los tarraconenses somos un pueblo de convicciones profundas y estamos seguros de que los viejos odios serán superados, que las fronteras tribales se acabaran diluyendo y que, a medida que el mundo se hace más interdependiente, nuestra humanidad común quedará de manifiesto y que Tarragona sabrá cumplir con su deber de denunciar la hipocresía de algunos, ya que no podemos permanecer impasibles frente al sufrimiento de aquellos que se juegan la vida cruzando el Mediterráneo en embarcaciones precarias, sometidos con frecuencia al yugo de organizaciones mafiosas. El mundo ha cambiado y nosotros debemos ser capaces de cambiar con él respondiendo a los nuevos retos que van surgiendo. De esto también van los Juegos Mediterráneos de Tarragona, que han de ser los Juegos de los valores.
Hace centenares de años, un general romano que iba a la guerra se fijó en la costa de Tarragona como un puerto natural ideal donde desembarcar tropas y construir un campamento militar. Dos mil años después, todos los hombres y mujeres de bien del Mediterráneo tendremos durante unos días los ojos fijados en Tarragona para gozar del deporte –y también de los valores que implica, como el esfuerzo, la constancia, la adquisición de hábitos saludables o el afán de superación- y tender la mano a los hermanos de este gran lago que es para nosotros metáfora y sinónimo de convivencia. Sí, bienvenidos a los Juegos de Tarragona, bienvenidos a los Juegos del puente del mar azul.