Manu, un viejo conocido de ‘La Vanguardia’, protagoniza la campaña del Ayuntamiento de Barcelona para fomentar el periodismo social La foto de la invisibilidad
La segunda vez que vi a Manu y no lo saludé, tenía excusa porque en realidad lo que vi fue una foto. La de esta página. Uno de los muchos paneles publicitarios que el Ayuntamiento ha repartido por Barcelona para promocionar los premios Montserrat Roig de “periodismo y comunicación social”. Periodismo social, ¡qué risa! No recuerdo a Mercè Conesa (1954-2009), una extraordinaria compañera de El Periódico de Catalunya, ejerciendo otra cosa que no fuera el periodismo social. Ni defendiendo otro tipo de trabajo a José Martí Gómez, Eugeni Madueño o Bru Rovira, otras piedrecitas blancas en nuestro camino, el de los pulgarcitos del oficio, sobre todo los de esta casa, donde tantos años trabajaron antes de emprender nuevos retos. “Catalunya será cristiana o no será”, dijo el obispo Torras i Bages. El periodismo será social o no será. Y sin necesidad de premios. Manuel Rodríguez, Manu , es un viejo conocido de La Vanguardia. Acaba de cumplir 56 años. Es el quinto de seis hermanos. Nació en Ourense y creció en Andalucía. Fue legionario y camarero en bingos del grupo Cirsa. Ha aparecido en dos reportajes de este diario, el 26 de enero y el 5 de mayo del 2013. En total, cinco páginas. Y 14 fotos, de Marc Arias y Laura Guerrero. La del panel es de la serie del primer reportaje, El hombre invisible. Se le ve abrazando a Rambo, uno de sus tres perros, los tres amigos que nunca le han fallado. Rambo es hermano de Sheilita e hijo de Sheila.
Era una madrugada fría. Unos días antes lo convencí para que nos dejara compartir 24 horas de su vida y averiguar si, como dijo una vez Gregorio Morán, citando a Friedrich Hölderlin, “el hombre es un dios cuando sueña y un mendigo cuando reflexiona”. Llegué al paseo Picasso, frente al invernáculo, muy temprano. Manu aún dormía. Sheila, la única con el privilegio de acurrucarse junto a él (sus hijos estaban cerca, pero bajo otras mantas) detectó la presencia de un extraño, de un posible peligro, y comenzó a gruñir. Muchas noches, en especial las más frías, las trabajadoras del centro de urgencias y emergencias sociales trataron de convencerlo sin éxito para que fuera a un albergue.
“¿Y dónde dejo a los perros?”. Sus niños, como él los llama siempre.
Es imposible imaginar que Manu hubiera resistido todo lo que ha resistido si no hubiera tenido una obligación constante, un anclaje con la realidad. Ese vínculo eran y son Rambo, Sheilita y Sheila. La concejalía de los servicios sociales acaricia la idea de construir un albergue para los sintecho con mascotas. Pero el proyecto tardará en ser una realidad. Montserrat Roig (1946-1991), la escritora de las cerezas y las violetas, nos descubrió que también hubo catalanes en los campos del horror nazis. Seguro que ella estaría encantada si la dotación económica de los premios con su nombre se destinase mejor a adelantar obras como las de este refugio.
Cuando se publicó el primer reportaje, Manu ya llevaba cinco años malviviendo de la chatarra y durmiendo en la calle. Cinco años. Es decir, 1.825 días. O 43.800 horas. O 2.628.000 minutos. Así estuvo aún tres meses más hasta que logró un pisito temporal de 55 m2 en l’Hospitalet de Llobregat. Adiós a la calle ,se tituló la segunda crónica, con un evidente exceso de triunfalismo.
Anna puede competir en fidelidad con Rambo, Sheilita y Sheila. Esta mujer, con un corazón de oro y que rehúye todo tipo de protagonismo, acudía casi a diario al Born porque se preocupaba mucho por Manu. Periódicamente le entregaba termos de café o sopa, además de dinero, comida, ropa y pienso para los perros. Pero su mayor regalo fue demostrarle que no era invisible. Y lo hizo justo a tiempo, cuando él creía que nadie lo veía y que “podía desaparecer como el humo”.
Gracias a Anna, supe que los meses de estancia en el apartamento se acabaron sin que tuviera tiempo de encauzar su rumbo. Había firmado un contrato como ayudante de cocina, pero cuando en el restaurante descubrieron que volvía a dormir en la calle lo despidieron. Paradójicamente, en ese momento comenzó una de sus mejores etapas. De nuevo por mediación de esta vecina, su ángel particular, logró vivir en una pequeña cabaña de una protectora de animales de fuera de Barcelona. A cambio de un techo, cuidaba un huerto y vigilaba a otros seres tan maltratados por la suerte como él. Guardo una foto de esa época en el móvil. Se le ve con un cachorrito, feliz como un niño.
La primera vez que lo vi y no lo saludé, no tuve excusa. Fue hace poco, en la Ciutadella, donde vuelve a dormir con sus hijos. Anna ya me había avisado. Lo de la protectora también acabó pronto y mal. Pero una cosa es saberlo y otra asomarse al abismo. Sheila no gruñó. Quizá porque me reconoció o porque es cinco años más vieja. Me fui antes de que él se diera cuenta, empujado por una mezcla de pudor, tristeza y cobardía. Y recordé el final del primer reportaje. Ver a todos los Manu del mundo, decía, no es difícil: “Para comprobar que no son invisibles, sólo hace falta abrir los ojos”. Aquel día, yo los cerré y descubrí qué difícil es el periodismo social de verdad.
EL HOMBRE...
Es el quinto de seis hermanos, tiene 56 años, fue legionario y trabajó de camarero
...Y SUS ‘NIÑOS’ Prefiere dormir en la calle, con sus perros, a los que ama, antes que ir a un albergue
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