La Vanguardia

“Hubiera sido más feliz”

Sentado ante el terapeuta, hablando de drogas, ‘Toto’ decidió entregarse al prójimo

- Sergio Heredia

Una sola piedra puede desmoronar un edificio Quevedo –¿Por qué le llaman Toto? –le pregunto a Pedro García Aguado.

–Es un diminutivo familiar. Cuando yo era un niño, siempre iba de aquí para allá llamando a mi primo Alberto: ‘A...to’. Y así me quedó lo de Toto.

–Y así se le quedó el nombre en el mundo del waterpolo...

–Toto, así me llamaba también Mariano García, mi primer entrenador. Y también los compañeros. Éramos Toto, Chava, Miki...

Aquellos chavales se entrenaban tres veces al día. A las seis de la mañana, a las doce y a las ocho de la tarde. De lunes a viernes. Y en los fines de semana, partido.

Y si no había partido, entonces Mariano García se los llevaba a la Casa de Campo, en Madrid: les daba unas hachas y les hacía cortar la leña de un árbol caído.

–Así hacíamos –dice Toto.

Se pone de pie, un gigantón de 1,93 m, y simula que golpea con el hacha. Como un vikingo. Hay gente parándose a observarle. Hay quien le pide una selfie.

Nos hemos sentado al sol, en un banco de la Barcelonet­a, frente al CNB. Parece una provocació­n: Toto es un icono mediático.

–Imagínese, un montón de descerebra­dos de catorce años cortando un árbol... Pero claro, se nos ponían los hombros como rocas. Y cuando tirábamos a puerta, la pelota salía disparada. Los otros nos preguntaba­n: ‘¿Y eso?’. ‘Las hachas, tío’, respondíam­os. Mariano sacaba esas técnicas de los estadounid­enses, y de los alemanes del Este, y de los húngaros... –Se hicieron grandes, los mejores... –Lograron una mezcla: la gente de Madrid, con Jesús (Rollán), Chava (Gómez), Miki (Oca) y yo, y los catalanes. Y te motivaban a lo bestia. Mariano García me decía: ‘Ponte al lado de ese yugoslavo’. El yugoslavo era un animal, infinitame­nte más grande que yo. Mariano me sacaba una foto, y luego me la enseñaba y me decía: “Pareces un llavero”. Y yo, como una moto.

–Pues ustedes acabaron tumbando a los yugoslavos.

–Cierto, aunque tuvimos que pedirles ayuda. En algún momento, se entendió que Toni Esteller y Mariano no podían seguir llevando a la selección. Necesitába­mos más caña. Y no se equivocaro­n, se ha demostrado: con Matutinovi­c llegamos a la final de Barcelona’92. Y ya con Jané ganamos en Atlanta’96. Pasamos 10 años arriba. E incluso uno más: sin mí, ganamos en el Mundial de Fukuoka, en el 2001. Desde entonces, nada.

Le pregunto qué ocurrió. Me cuenta que ellos habían sido ganadores. Que no concebían el deporte a medio gas. Y que se dedicaban de pleno: habían sacrificad­o los estudios y ganaban dinero.

–Jesús, Chava y yo rompimos el mercado. Cuando vinimos a Barcelona, nos contrataro­n por 30.000 pesetas (180 euros). Y una beca en la Blume. Pero al año, el Canoe nos quería de vuelta en Madrid. Nos ofreció 600 euros. Fuimos al CN Catalunya y le dijimos: “¿Qué?”. De repente, pasamos a cobrar más de 700 euros. Entonces era mucho dinero. Para evitar agravios, los clubs empezaron a gastar en fichas. El nivel de la liga y de la selección se disparó. En ese escenario, Toto se desvió.

Lo ha contado mil veces. Ahí está su libro del 2008, Mañana lo dejo (Amat Editorial). Se perdió en las drogas.

–Sin ellas, siento que hubiera sido mejor y más feliz. Había partidos en que jugaba hecho unos zorros. Fui perdiendo personalid­ad. Cada vez era más inseguro. Tenía miedo a decidir, a arriesgar. Los otros no se daban cuenta, pero yo lo sabía. Y la última etapa ya fue un desastre. Me saltaba los entrenamie­ntos... Y sin embargo, qué curioso: cuando peor estaba de salud mental, me declaraban el mejor jugador de la liga. Ocurrió en el 2001. –¿Cómo podía pasar? –Tenía un equipo para mí solo. –¿Cómo ocurría eso, la droga? –Cada uno debe hablar de lo que hacía él mismo. Éramos una familia. En la selección y en los clubs había una piña. En waterpolo también existe el tercer tiempo. Aquello no era insano, salvo al final: a mí me hizo dependient­e.

De la desintoxic­ación en el balneario Blancafort, en La Garriga, Toto sacó lecciones. Le enseñaron que era un adicto, y que debía pasar el resto de su vida sin consumir. Quiso compartir aquello. Vino el libro. –Hubiera cambiado algunas cosas. Lo escribí con rabia. Puse verdades como puños, y a veces hay que medir esa verdad. Cuando hablé de Jesús (Rollán), quise que se supiera que la enfermedad había sido tremendame­nte cruel con él. Su familia se enfadó. No lo hice para vender más, como me decían, sino para que descubrier­an el trauma final de una relación entre amigos.

El libro le abrió las puertas de un nuevo mundo: la televisión. Le hemos visto en múltiples programas. Hermano mayor, Cazadores de Trolls, La isla, Eso que te ahorras, De hoy en un año... Es presentado­r de Atresmedia.

–Con Hermano mayor, acabé superado por el estrés. Y debía estar junto a mi madre, que tenía cáncer. Fíjese...

Me enseña los codos: escamas de psoriasis. –Yo estoy aquí para dar a los otros lo que me han dado a mí.

Se realiza a través de su proyecto, Aprender a educar, dirigido a padres y madres. Y de las charlas que imparte allí donde se lo piden. –¿Le importa? –nos interrumpe­n. Otra selfie.

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XAVIER CERVERA Pedro García Aguado posando para La Vanguardia en la Barcelonet­a, el lunes
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