El candidato que cae por un piso feo
El apartamento tríplex que seguramente forzará a Luiz Inácio Lula da Silva a retirarse de las elecciones presidenciales es un inmueble bastante modesto en la ciudad playera de Guarujá, a una hora y media de São Paulo, destino de veraneo de las clases populares de la gran megalópolis brasileña. En comparación con las torres de lujo de Magaratiba, o Angra dos Reis, donde veranean los políticos de la vieja élite en Brasil, el piso de Guarujá es poco llamativo. Se encuentra en un bloque cualquiera en una calle por donde pasan vendedores ambulantes. El ex alcalde de Río hasta bromeó en una conversación telefónica grabada por la policía que Lula tenía “alma de pobre” por elegir veranear en la playa de Guarujá. Y lo cierto es que Lula y su mujer Marisa, excriada, que murió de cáncer el año pasado, tienen raíces muy humildes.
Cuesta creer que el presidente de Brasil más querido de todos hasta hace solo seis años vaya a ser inhabilitado de la política y encarcelado por ese piso francamente feo. Pero los jueces de la investigación de corrupción Lava Jato, encabezados por Sergio Moro, no han pasado de largo ningún delito en su operación de limpieza del sistema político en Brasil. Sobre todo si el delito lo cometió un político del Partido del Trabajo.
Han condenado a Lula por recibir un soborno de medio millón de euros, que es el valor de la modernización del apartamento en Guarujá cuya propiedad, según los jueces, es “atribuible” al expresidente. Lula y sus abogados han recurrido la decisión ante el Tribunal Supremo. Califican la investigación como lawfare, una guerra judicial por la cual un grupo de jueces politizados han desmantelado el proyecto de la izquierda brasileña, empezando por la destitución de Dilma Rousseff en el 2016, y rematado ahora con la condena a doce años de cárcel para Lula.
En conversaciones privadas muchos colaboradores de Lula reconocen que la familia del expresidente, sobre todos sus hijos, se ha enriquecido a partir de su acceso al poder. Pero el asunto del tríplex parece relativamente inocuo. “Lula ha sido condenado en un juicio penal montado obviamente para impedir su vuelta a la presidencia”, afirma el periodista José Augusto Ribeiro, biógrafo de dos presidentes brasileños. Esta politización de la justicia “recuerda lo que ha pasado en Catalunya”, añade. Por supuesto, hay muchos otros en Brasil que aplauden la condena por demostrar que nadie está por encima de la ley. Lula lidera las encuestas a nueve meses de las elecciones.
¿Por qué habría tanto deseo de evitar la victoria de Lula? Por muchas razones, pero quizás la más obvia quedó nítidamente resaltada el día de la condena, el pasado 24 de enero, cuando la Bolsa de São Paulo batió su récord histórico. El expresidente, de 71 años, se ha comprometido a anular las impopulares reformas en el mercado de trabajo, de privatización y la liberalización puestas en marcha por el Gobierno de Michel Temer. Por tanto, su encarcelamiento, si se produce en las próximas semanas, cotizará al alza también.
Lula personifica la transformación social que se produjo en Brasil bajo sus mandatos (del 2003 al 2011) conforme se integraron a la sociedad formal miles de excluidos. Muchos de ellos, al igual que el ex presidente, procedentes del nordeste del país, una región que aún padecía hambruna en los años setenta. Tras huir con su familia de la pobreza del nordeste, empezó a trabajar en la industria metalúrgica en São Paulo, donde se convirtió en el principal líder de los sindicatos y en el primer líder del Partido del Trabajo, una alianza de trabajadores, campesinos, intelectuales de izquierdas y grupos de la liberación, fundado en 1980. Treinta millones de brasileños salieron de la pobreza durante sus presidencias.
Pese al asedio legal, Lula no ha parado en los últimos meses. Habla desde su caravana que recorre el país con una pasión que había perdido tras salir de la presidencia y después de superar su batalla contra el cáncer. Pese a la condena, insiste en que presentará la precandidatura en febrero, aunque ya no cuenta con el apoyo aplastante de la primera década, su exclusión y encarcelamiento provocarían una crisis para la castigada democracia brasileña. Hasta Michel Temer reconoce el peligro: “Lo mejor para Brasil sería que Lula pudiera presentarse y que perdiese”.
El tríplex motivo de la condena está en un bloque de pisos modesto en una calle de venta ambulante EL QUE FUE EL PRESIDENTE MÁS QUERIDO DE BRASIL ESTÁ ENVUELTO EN UN PROCESO POR LA REFORMA DE UN APARTAMENTO MUY POCO GLAMUROSO EN LA PLAYA