La Vanguardia

Una casa hecha de versos

- Jordi Llavina

La noche del 18 de marzo de 1978 tuve un sueño peculiar. Supongo que, tras casi cuarenta años, sigo recordándo­lo por su singularid­ad, pero también porque se produjo en la víspera de mi décimo aniversari­o. Andaría yo excitado con la celebració­n, porque a todos los niños les gusta cumplir años y recibir algún que otro regalo. No sé: al cabo del tiempo todavía me acuerdo de esa noche, por lo demás tranquila y placentera, y muchas veces he fabulado con la misma historia que soñé, adaptándol­a a las nuevas situacione­s de mi existencia.

Sabido es que en los sueños no rigen las leyes consuetudi­narias de la física y de la moral. Un sueño disparatad­o no atiende a razones. Yo jamás he soñado con animales que hablan, ni mucho menos con automóvile­s voladores o gobernante­s del Estado íntegramen­te demócratas, pero sí con personas muertas que hacían una excepción en su eternidad para volver a nuestro tiempo y a la Tierra para aconsejarm­e algo. En las pesadillas, por cada serpiente que me muerde, por cada policía nacional que me atiza con su porra, me despeño cien veces por riscos altísimos que terminan muy abajo, en lo hondo. Despierto indemne de ese horror, sólo que con el corazón algo agitado. Freud explica, en algún lugar, esa tendencia onírica a la caída sin fondo. Tampoco mi sueño infantil –por siempre prorrogado, aumentado y anotado– tiene pies ni cabeza.

En él, tres versos formaban mi casa. No recuerdo en qué condicione­s: si pared maestra, lecho o desván. Pero disponían un hogar. Era el famoso inicio de Tot l’enyor de demà, de Salvat-Papasseit: “Ahora que guardo cama / enfermo / estoy casi contento”. Pasé exactament­e tres noches en esos versos. Fue mi experienci­a onírico-lírica fundaciona­l.

Nunca más he tenido ese sueño, pero lo he recreado en muchas ocasiones. En 1984 habité una semana entera en este verso de Vinyoli: “El mar está lleno, pero yo me paso días llenándolo de mirada”. En un viaje a Creta en el 2008, recordé estos de Gil de Biedma (viví cuatro días de alquiler en ellos): “Me acuerdo que de pronto amé la vida / porque la calle olía / a cocina y a cuero de zapatos”. ¡Qué de visitas he hecho, cual pisito franco, al estremeced­or verso de Alcover!: “Yo vivo apenas para lamentar lo que se me ha muerto”. Sólo deseo fallecer un día lejano acomodado en el célebre verso de Manuel Machado: “El mar, el mar, y no pensar en nada”.

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