Vieja escuela, a pie de obra
GONZALO LÓPEZ ALBA (1959-2018) Periodista y escritor
Había días tormentosos, y otros luminosos. De los primeros debió ser el pasado lunes, cuando la noticia –él, que daba por hecho que el periodista nunca es la noticia, pese a los que tanto gustan de mirarse el ombligo–, corrió entre los compañeros de siempre, como una sacudida. Como un latigazo. El día de la gran nevada en Madrid.
Mejor recordar los días luminosos. Radiante, por ejemplo, en noviembre del 2010, en aquella terraza de Lima, frente al océano inmenso, oasis en medio del interminable viaje de ida y vuelta en el día a Perú, sin apenas parada, ni mucho menos fonda, tras suspenderse en el último minuto, ya embarcados, un desplazamiento de Zapatero. Sin parar de hablar durante horas y horas, a uno y otro lado del charco. O sus divertidas peripecias –aunque en el momento no le divirtió nada– para salir de Pekín, en abril del 2011, e ir a perderse unas semanas aún más allá. Largos días y largas noches, en polideportivos, palacios de congresos y plazas de toros, hoteles, restaurantes y aeropuertos por toda España, de mitin en mitin, y en los pasillos del Congreso o echando horas en Ferraz. El antiguo y el nuevo testamento del PSOE, como los bautizó, le susurraban al oído. Al día siguiente, su firma daba crédito a un titular de aúpa. Muchos se enfadaban, él escuchaba sus gritos alejando prudentemente el oído del teléfono, gajes del oficio. Eso es una noticia, lo que alguien no quiere que se sepa.
Radiante y muy ilusionado –aunque luego la ilusión se fuera disipando–, cada vez que te dedicaba uno de sus libros. El primero, texto de referencia para la profesión, El relevo (2002), la mejor crónica de la llegada de Zapatero a la dirección del PSOE. Un libro con el que quiso homenajear “a todos los periodistas que trabajan a pie de obra”. Es decir, también a sí mismo. Vieja escuela. Mil veces le dije que escribiera el final de aquella historia, cómo se fue Zapatero. Mil veces respondió que no tenía salud ni dinero para volver a emprender semejante empresa. Aunque ahora pensaba volver a las andadas.
Y, al final, las novelas. Los años felices (2014), dedicada “a los que bien me han querido y bien me quieren”. Y My dear love (2017), dedicada “a las mujeres que me amaron y a las que amé”. En estos tres volúmenes, de su puño y letra, el autógrafo ya habitual: “Para mi colega y sin embargo amigo”.
Nacido en Villafranca del Bierzo, en 1959, aunque siempre situó su cuna en Cacabelos, estudió Periodismo ya en Madrid. Debutó en Radio Cadena Española y en OTR/Press, y a partir de entonces labró su larga carrera en las redacciones de ABC, Diario 16, El Sol y Público, y colaboró después en El Confidencial, Interviú, Tinta Libre o La Vanguardia. Su gran ambición, siempre, era pulir su columna semanal, Interiores, que fue apareciendo en medios sucesivos. Radiante y feliz, también, cuando recibió el premio Luis Carandell de periodismo parlamentario en el 2007.
Y decidió desaparecer, tras las últimas primarias del PSOE. Siete meses de año sabático, dijo, que sólo resumió como un punto y aparte. Pero ahora regresaba, en Vozpópuli ,en Infolibre y hasta en una tertulia de TVE, pese a que siempre rehusó ser tertuliano. Vieja escuela, en tiempos de precariedad laboral del oficio. Y ha vuelto a desaparecer, pero ahora es un punto y final. Gonzalo López Alba falleció el pasado lunes en Madrid, el día de la gran nevada. Descansa en paz, colega y sin embargo amigo.
En el 2002 publicó ‘El relevo’, la mejor crónica de la llegada de Zapatero a la dirección del PSOE