El piano herido y el hipopótamo de barro
La Fundació Tàpies acoge algunas de las performances más emblemáticas de Allora & Calzadilla en su primera muestra española
Sentado sobre el lomo de un hipopótamo de barro, un joven lee el periódico del día. Cada vez que se topa con una noticia escandalosa (un crimen, un desahucio, un nuevo acto de corrupción...) hace sonar un silbato, como si se tratara de un árbitro que señala una infracción en medio del partido... La instalación de Allora & Calzadilla, el tándem artístico formado por Jennifer Allora (Estados Unidos, 1974) y Guillermo Calzadilla (Cuba, 1971) se titula Hope Hippo y fue creada para la Bienal de Venecia del 2005 con fango de la Laguna. Desde entonces, este antimonumento –respuesta perecedera y vulnerable a la estatuaria ecuestre clásica– ha renacido en diversos lugares y con diferentes lodos (estuvo en Atenas en la última Documenta) y ahora vuelve a reactivarse en la Fundació Tàpies, institución convertida de pronto en una gran caja de resonancia donde el sonido del silbato es una nota musical más de una fascinante partitura sonora y visual.
Hope Hippo forma parte de la primera exposición de Allora & Calzadilla en España, un colectivo muy consolidado y querido dentro del ámbito del arte contemporáneo pero poco conocido para el gran público, cuya presencia en Barcelona no debería pasar desapercibida.
Residentes en Puerto Rico y artífices de una práctica artística experimental, comprometida políticamente y al mismo tiempo de una gran sensibilidad poética, su obra se materializa en una gran variedad de medios (performance, escultura, vídeo, sonido, fotografía...) y forma parte de las colecciones de grandes museos como el Pompidou de París, la Tate de Londres o el MoMA de Nueva York.
A este último pertenece, por ejemplo, Stop, Repair, Prepare: Variations on ‘Ode to Joy’ for a Prepared Piano (2008), una performance-escultura-recital-danza, que se encuentra entre sus trabajos más celebrados; presente también en la muestra de la Tàpies que ha comisariado su director, Carles Guerra, junto a Sara Nadal-Melsió. Lúdica y al mismo tiempo política, Allora & Calzadilla ponen en escena la inesperada danza de un hombre y un piano herido, un Bechstein de cola al que se la ha practicado un agujero en la caja y desde cuyo interior el pianista interpreta el cuarto movimiento de la Novena sinfonía de Beethoven mientras se desplaza por el espacio. El músico (Luca Leracitano y/o Adrià Bravo) toca al revés, hacia atrás, con la dificultad añadida de que el hueco ha eliminado dos octavas de cuerdas, reduciendo la parte central del teclado.
La elección por parte de los artistas del Himno de la alegría no es casual: fue una de las piezas preferidas de Hitler, adoptada por Ian Smith como himno nacional de una Rodesia que abrazaba el apartheid, figuró entre las pocas músicas occidentales a las que dieron entrada los chinos durante la Revolución Cultural, y hoy es el himno de una UE en dificultades. La acción dura unos veinte minutos y, como el resto de las performances, se activa en días y horarios determinados (consultar en www.fundaciotapies.org).
La exposición, de carácter eminentemente musical y sonoro, se expande por todo el edificio y tiene otro de sus grandes momentos en Lifespan (2014), una piedra de 4.000 años de antigüedad suspendida del techo por un hilo que se pone en movimiento con el aliento de tres cantantes del Cor de Cambra del Palau de la Música, que interpretan mediante silbidos y resoplidos una pieza de David Lang. El sonido y también la luz vuelve a ser protagonista de Wake Up (2007), donde un grupo de trompetistas de vanguardia reinterpretan Reveille, el toque de diana militar que indica a los soldados que es hora de levantarse.
La muestra se completa con una serie de vídeos, entre los que destaca el inquietante Apotome (2013), centrado en Hans y Parkie, dos elefantes que llegaron al museo de Historia Natural de París en 1798 como botín de guerra y a los que ese mismo año ofrecieron un concierto exclusivamente para elefantes con el objeto de medir científicamente los efectos de la música en los animales. Los artistas evocan la historia en el propio museo, donde Tim Storms, el hombre con la voz más baja del mundo, canta frente a los animales disecados del museo.
La exposición reúne piezas de carácter eminentemente sonoro y se expande por todo el edificio