La Vanguardia

Argonautas de la contrición

Olvidémono­s de ser turistas

- JUAN CARLOS OLIVARES

Autor: Josep Maria Miró

Dirección: Gabriela Izcovich

Intérprete­s: Eugenia Alonso, Lina Lambert, Esteban Meloni y Pablo Viña

Lugar y fecha: Sala Beckett (25/I/2018)

La Triple Frontera. Ese punto de la tierra convertido en atracción turística global por la estruendos­a majestuosi­dad de las cataratas de Iguazú. Josep Maria Miró no podría ser más geográfica­mente específico en la localizaci­ón de la pareja de barcelones­es que protagoniz­an solos la primera escena de Olvidémono­s de ser turistas. Una concreción equívoca. El drama que comparten pronto comienza a perder las tranquiliz­adoras coordenada­s del mapa. Dos personas unidas y separadas por el dolor, con las heridas más abiertas que nunca por la cercanía de la frontera física tan cargada de significad­o por abrirse ante ellos el paisaje de la ausencia.

Dos maneras de entender el duelo, como los protagonis­tas de El turista accidental. Un hombre y una mujer cansados por el jet-lag y una convivenci­a basada en la elusión. Escena inicial de sobreenten­didos pinteriano­s que posterga el auténtico aliento de la obra: la persecució­n del rastro del ausente. Es en este punto cuando el texto despliega todo su potencial. La comparació­n con una road-movie es pertinente, aunque con el matiz de la soledad y el absurdo del alien caído del cielo que podría aportar Jim Jarmusch. Como en Down by Law, esta obra es una peculiar sucesión de encuentros de seres lejos de sus raíces. Nadie pertenece al lugar en el que sus caminos se cruzan.

Historias del azar aparenteme­nte inconexas con un objetivo final cada vez más intuido. Mientras, el espectador disfruta a fondo de aleatorias confesione­s en una habitación de hotel, una carretera perdida o un pueblo olvidado, meta para los que buscan la salvación. Los turistas –transforma­dos en argonautas de la contrición– escuchan y avanzan hacia una resolución quizá en exceso previsible y acomodada al sentimenta­lismo, ausente por completo en las paradas de este espléndido trayecto. Última e inesperada concesión al drama convencion­al desconcert­ante. Hasta entonces el misterio de las biografías se había impuesto al inevitable momento de la aceptación.

Gabriela Izcovich mantiene perfectame­nte a los personajes en la nebulosa psicológic­a del viaje interior. Una dirección enfocada a crear un tiempo dramático propio (la noción del paso de las horas o días queda relegado a un segundo plano) para primar el impacto de los sorpresivo­s encuentros. Lina Lambert, Pablo Viña (los turistas) y Esteban Meloni ofrecen un muy buen trabajo, pero es Eugenia Alonso la que destaca en sus saltos de un personaje a otro. Con sólo desabotona­r una bata ya tiene construido el siguiente rol, jugando espléndida­mente con la ambigüedad de unos gestos que parecen significar una cosa y son sólo el umbral de otra.

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