Los catalanes hacemos cosas
Ramon Aymerich publicaba una excelente columna el pasado sábado sobre el buen momento que vive la manufactura catalana, “a la que hemos dado más de una vez por moribunda”.
Contra muchos pronósticos catastrofistas, seguimos siendo una economía industrial. Efectivamente, el primer trimestre de 1996, que es el primer dato desagregado que nos ofrece el INE, trabajaban en Catalunya 625.500 personas en la “industria” (un concepto algo más amplio que la manufactura). El último dato, del trimestre pasado, es de 622.900. Como la cifra está creciendo muy rápidamente, (un 17% desde que comenzó la recuperación), seguramente hoy ya es más alta que la de hace veintiún años. No es poco, teniendo en cuenta que hoy las fábricas han subcontratado muchas actividades (contabilidad, limpieza, la logística...) a empresas cuyos trabajadores ya no se contabilizan como industriales.
Seguimos siendo un país industrial, y es importante subrayarlo ahora que se extiende la preocupación porque el turismo presenta algún signo de ralentización: las exportaciones representan, en Catalunya, siete veces los ingresos por el turismo. Son más importantes las excelentes cifras que nos están proporcionando los puertos catalanes que las cifras –también excelentes– que nos proporcionan los aeropuertos. Tenemos una industria tan exportadora que pocos países europeos (Holanda, Alemania) pueden exhibir un peso superior respecto del PIB.
Nuestra manufactura ocupa un 17% de los trabajadores, entre Alemania (19%) y Austria (16%). Es un dato positivo porque ahora sabemos que la manufactura es más innovadora y más productiva (y, por tanto, que paga mejores salarios) que la mayor parte de los servicios. Ahora bien, no toda la manufactura es innovadora y es productiva, y, de hecho, el peso de la manufactura en Portugal es del 18% y en Rumanía del 20%.
Si tenemos que estar satisfechos de nuestra industria no es sólo por cuanto crece, sino por cómo crece. Por primera vez se da en Catalunya un proceso de industrialización basado en el conocimiento, por lo que las noticias sobre start-ups catalanas donde interviene alguna cifra millonaria de euros se han convertido en rutinarias en los medios de comunicación.
Este hecho no es fortuito, sino el resultado de un programa ambicioso y persistente, insólito en España, ejecutado por la Generalitat y por nuestras universidades a lo largo de una quincena de años. Un síntoma: Catalunya presenta una de los mejores resultados en Europa en captación de financiación para la investigación (el cuarto después de Suiza, Israel y Países Bajos). Tres instrumentos: captación de talento internacional para trabajar aquí, jóvenes que hacen el doctorado entre la universidad y una empresa (desde el 2012) y líneas de financiación para el desarrollo de nuevos proyectos empresariales (desde el 2015).
El caso es que lo estamos consiguiendo.
Contra muchos pronósticos catastrofistas, seguimos siendo una economía industrial