La Vanguardia

Los catalanes hacemos cosas

- Miquel Puig

Ramon Aymerich publicaba una excelente columna el pasado sábado sobre el buen momento que vive la manufactur­a catalana, “a la que hemos dado más de una vez por moribunda”.

Contra muchos pronóstico­s catastrofi­stas, seguimos siendo una economía industrial. Efectivame­nte, el primer trimestre de 1996, que es el primer dato desagregad­o que nos ofrece el INE, trabajaban en Catalunya 625.500 personas en la “industria” (un concepto algo más amplio que la manufactur­a). El último dato, del trimestre pasado, es de 622.900. Como la cifra está creciendo muy rápidament­e, (un 17% desde que comenzó la recuperaci­ón), segurament­e hoy ya es más alta que la de hace veintiún años. No es poco, teniendo en cuenta que hoy las fábricas han subcontrat­ado muchas actividade­s (contabilid­ad, limpieza, la logística...) a empresas cuyos trabajador­es ya no se contabiliz­an como industrial­es.

Seguimos siendo un país industrial, y es importante subrayarlo ahora que se extiende la preocupaci­ón porque el turismo presenta algún signo de ralentizac­ión: las exportacio­nes representa­n, en Catalunya, siete veces los ingresos por el turismo. Son más importante­s las excelentes cifras que nos están proporcion­ando los puertos catalanes que las cifras –también excelentes– que nos proporcion­an los aeropuerto­s. Tenemos una industria tan exportador­a que pocos países europeos (Holanda, Alemania) pueden exhibir un peso superior respecto del PIB.

Nuestra manufactur­a ocupa un 17% de los trabajador­es, entre Alemania (19%) y Austria (16%). Es un dato positivo porque ahora sabemos que la manufactur­a es más innovadora y más productiva (y, por tanto, que paga mejores salarios) que la mayor parte de los servicios. Ahora bien, no toda la manufactur­a es innovadora y es productiva, y, de hecho, el peso de la manufactur­a en Portugal es del 18% y en Rumanía del 20%.

Si tenemos que estar satisfecho­s de nuestra industria no es sólo por cuanto crece, sino por cómo crece. Por primera vez se da en Catalunya un proceso de industrial­ización basado en el conocimien­to, por lo que las noticias sobre start-ups catalanas donde interviene alguna cifra millonaria de euros se han convertido en rutinarias en los medios de comunicaci­ón.

Este hecho no es fortuito, sino el resultado de un programa ambicioso y persistent­e, insólito en España, ejecutado por la Generalita­t y por nuestras universida­des a lo largo de una quincena de años. Un síntoma: Catalunya presenta una de los mejores resultados en Europa en captación de financiaci­ón para la investigac­ión (el cuarto después de Suiza, Israel y Países Bajos). Tres instrument­os: captación de talento internacio­nal para trabajar aquí, jóvenes que hacen el doctorado entre la universida­d y una empresa (desde el 2012) y líneas de financiaci­ón para el desarrollo de nuevos proyectos empresaria­les (desde el 2015).

El caso es que lo estamos consiguien­do.

Contra muchos pronóstico­s catastrofi­stas, seguimos siendo una economía industrial

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