Los bajos fondos de Brassaï toman la Mapfre
La Fundación Mapfre recorre la trayectoria del fotógrafo en una extraordinaria retrospectiva
Brassaï (1899-1984) fue un flâneur en la penumbra parisina. Le gustaba la noche, y en el París de entreguerras se zambulló en los bajos fondos al encuentro de la vida canalla de cafés y burdeles, chulos, prostitutas y perdonavidas, parejas que se arrullan bajo sórdidos puentes y vagabundos solitarios dormitando en los bancos de los parques; farolas y maleantes en la niebla y adoquines brillantes de lluvia...
Pero su afán no era el de documentar la realidad ni ser un fotógrafo carterista al estilo de Joan Colom o un cazador de esos momentos decisivos que perseguía Cartier-Bresson. Componía a menudo las escenas y luego se retiraba al estudio “para traducir en imágenes todo aquello que me maravillaba de la noche de París. Por eso me hice fotógrafo”, escribió.
Brassaï, que siempre había querido ser pintor, llegó a la conclusión de que los pintores de la era moderna eran los fotógrafos, y él mismo se situaba en una línea que va de Rembrandt a Goya antes de llegar al París de Degas y Toulouse-Lautrec. En el magnífico autorretrato que abre la retrospectiva que le dedica la Fundación Mapfre lo vemos en el bulevar Saint-Jacques, el cigarrillo colgando en la boca, mientras mira a través del visor de una pesada cámara fijada a un trípode.
Casi como un pintor de caballete.
“El objetivo de Brassaï y su éxito perdurable consistió en reimaginar una mitología absorbente con un rico pasado en la literatura y las artes visuales, y transponerla al medio descriptivo de la fotografía del modo más visceral e inmediato”, defiende el comisario Peter Galassi, que fue comisario jefe del departamento de Fotografía del MoMA entre 1991 y el 2011. Se trata de la primera gran exposición (hasta el 13 de mayo) organizada desde el año 2000 (Centre Pompidou) y la primera en España desde la producida en la Fundació Tàpies en colaboración con el Reina Sofía en 1993.
Brassaï nació en Transilvania (actual Rumanía), tierra de vampiros, de los que se diría heredó su gusto por la noche. Llegó a París en 1924. Su ciudad natal se llamaba Brasso, de ahí el nombre Brassaï (su nombre original era Gyula Halesz, que preservaba para su carrera como pintor y escultor). Para llegar a fin de mes trabajó como periodista, cubriendo actos deportivos para un periódico húngaro. Luego se dedicó a la fotografía para poder vender a las revistas de la época, que, gran ironía, no entendieron su trabajo, pero a él le permitió descubrir una actividad cada vez más interesante, una nueva identidad.
La exposición en la casa Garriga Nogués reúne más de 200 piezas. En la planta baja se sitúan las imágenes de Paris de nuit, libro de 1932 resultado de un encargo del editor Charles Peignot (el Pont Royal visto desde el agua, la torre Eiffel desde el Trocadero...) y las que él mismo agrupó bajo el título de Placeres y que no vieron la luz hasta los años setenta, cuatro décadas después de su realización. Los bajos fondos de París. Maleantes, transexuales, mafiosos captadas en las calles, los cafés o las salas de baile, con una incursión a Chez Suzy, prostíbulo en el construye toda una narrativa, de la llegada del cliente (en realidad, su ayudante) a la presentación de las prostitutas (interpretándose a ellas mismas) o la culminación del acto en un hotel en la Rue Quincampoix.
Está también el Brassaï de los grafitis, esos trabajos anónimos, paredes erosionadas y dibujadas por el cuchillo de algún aficionado, que fotografiaba en los muros de la ciudad y que despertaban la admiración de Dubuffet. Amigo de los grandes artistas de su época, Kandinski, Kokoschka, Henry Miller o Jacques Prévet, también fue el retratista de Dalí, con quien colaboró realizando esculturas, Matisse, Giacometti, Michaux o Picasso, a quien capturó en su estudio de esculturas de Rue La Boetie para la revista surrealista Minotaure. De ahí surgieron una amistad de por vida y un libro: Conversaciones con Picasso (1964), que el malagueño recomendaba a todo aquel que quisiera entender su trabajo. Fue admirado por el círculo de Breton, pero él se situaba en otro plano, “y comparaba de forma burlona la actitud de los surrealistas con la mentalidad crédula de una sirvienta o un conserje”, apunta Galassi. “Consideran que mis fotografías eran surrealistas porque revelaban un París fantas-
Su afán no era el de documentar la realidad, sino traducir en imágenes todo aquello que le fascinaba
Visión panorámica
mal e irreal, sumido en la oscuridad y en la niebla. Pero el surrealismo de mis imágenes no era más que una realidad fantástica por la forma en que se ve. Sólo busqué captar la realidad porque nada es más surrealista que eso”, se desmarcó el artista.
La exposición repasa también sus viajes a diferentes ciudades del mundo por encargo de Harper’s Bazaar, algunas de ellas tomadas en
Barcelona en 1955 y en las que, detrás de una niña que salta a la cuerda en la plaza Reial y una vociferante vendedora de lotería en el barrio chino, se adivina la figura distraída de Joan Miró. Un año antes captó una impactante perspectiva de Barcelona desde una posición elevada de la Sagrada Família. Galassi ha querido poner el acento en el Brassaï fotógrafo, y en concreto en el fotógrafo artista, excluyendo sus demás facetas, pero hace una excepción en el caso de los desnudos femeninos, donde incluye dibujos y una escultura. Mujeres que en las fotografías son anónimas, sin rostro, de cuerpos extraordinariamente atractivos y que, conviene el comisario, Brassaï representa en posturas de sumisión.