La Vanguardia

Recortes en el Chelsea

Roman Abramovich ya no quiere gastar tanto dinero en el Chelsea, y el gran proyecto del club es un nuevo estadio; llega la austeridad

- Rafael Ramos

El rival de hoy del FC Barcelona tiene por delante un futuro de estrechece­s después de que su propietari­o, el magnate ruso Roman Abramovich, haya decidido cortar el grifo de millones con que ha mantenido durante décadas al club londinense en lo más alto del fútbol europeo, una posición que peligra todavía más por la construcci­ón de un nuevo estadio que exigirá un gran desembolso.

Roman Abramovich tiene una fortuna valorada en unos diez mil millones de euros, una colección de lujosos apartament­os londinense­s y fabulosas mansiones en la campiña inglesa, yates de todos los tamaños... Pero sufrió un golpe con la crisis financiera de hace una década del que no se ha recuperado por completo. Su liquidez, dicen, no es la que era, y además se ha asustado. Y el resultado es que ya no invierte en el Chelsea como antaño.

En mayo del 2012, tras conquistar un poco de rebote la Champions de la mano de un entrenador interino del que casi no se ha vuelto a hablar (Roberto di Matteo, cesado por el Aston Villa hace un par de años), el Chelsea era el equipo más rico del mundo y el futuro parecía suyo. Tanto es así que la sensación belga Eden Hazard, codiciado también por el City y el United, optó por Stamford Bridge como el mejor escaparate personal y la opción más segura de ganar títulos. Hoy quizás se arrepienta un poco de esa decisión, y de hecho coquetea con irse al Real Madrid más pronto que tarde. Tal vez se junte en el Paseo de la Castellana con Pochettino y con Harry Kane...

La decadencia económica del Chelsea es evidente en los números y en los fichajes. La totalidad de sus ingresos anuales, unos 250 millones de euros, se van en nóminas, y en cualquier caso están muy por debajo de los del City, el United, el Arsenal y el Liverpool. En las dos últimas ventanas de traspasos ha invertido 60 millones de euros en jugadores (sólo un poco más que el West Bromwich, el Huddersfie­ld y el Watford), habiéndose convertido en un club vendedor. Que vende bien, pero que al fin y a la postre vende.

No es la película que se había hecho Antonio Conte cuando se sentó en el banquillo de Stamford Bridge, pero empezó a verla tras ganar la liga del año pasado, cuando los refuerzos que pidió le fueron negados, y él negoció para sí mismo una subida de sueldo pero se negó a prorrogar el contrato, contribuye­ndo a una sensación de inestabili­dad que ha pasado factura sobre el terreno de juego. El italiano, un tipo de carácter, no se entiende bien con Marina Granovskai­a, mujer de confianza de Abramovich y la persona que gestiona el club y tiene la última palabra sobre los fichajes. El oligarca ruso ha perdido la paciencia (que no le sobra) con su técnico, y ya le habría mandado con la música a otra parte de no ser porque carece de alternativ­as obvias (al parecer Luis Enrique ha dicho que el puesto no le interesa hasta el verano), y porque el equipo sigue vivo en la Champions. Y ya otra vez protagoniz­ó un milagro europeo, después del cese de Guillermo Villas Boas y la llegada de Di Matteo.

Conte está frustrado porque los blues ni siquiera han pujado seriamente por los mejores jugadores que ha habido últimament­e en el mercado (Neymar, Mbappé, Dembélé, Coutinho, Alexis, Aubameyang...), y no parece tener intención de hacerlo tampoco por Griezmann, Lemar, Lewandowsk­y, Isco, Bale... El cambio de Diego Costa por Álvaro Morata no ha aportado gran cosa, en todo caso ha hecho perder agresivida­d al ataque del Chelsea. Bakayoko no ha dado resultado. Danny Drinkwater es más un jugador para el Leicester que para un aspirante al trono europeo al que si le quitas a Eden Hazard se queda en un equipo del montón.

Comte optó por desafiar a Abramovich, que es como hacerse el harakiri. Pidió el control de los fichajes, y la participac­ión de su hermano Daniele. Cuando le dijeron que no, empezó a tuitear los nombres de los jugadores que quería. Exigió refuerzos en enero, y sólo consiguió a Ross Barkley (un descarte del Everton), Olivier Giroud (un descarte del Arsenal) y Emerson Palmieri (más un proyecto que una realidad). Se queja de que tiene una escuadra demasiado pequeña. Abramovich despidió a Mourinho dos veces por mucho menos que todo esto. En cualquier momento le aplicará su 155. No le dirá spasibo (gracias) ni prozdavlen­iya (enhorabuen­a), sino do svidaniya (adiós).

Nadie puede acusar a Abramovich de tacaño, porque desde que compró el Chelsea se ha gastado 1.200 millones de euros en jugadores, ha puesto dinero de su propio bolsillo para equilibrar las cuentas de resultados cuando no cuadraban, y de la nada ha convertido al club en una potencia europea. Ahora le esperan años de austeridad, porque la construcci­ón de un nuevo estadio va a costar una fortuna (durante tres o cuatro años el equipo jugará en Wembley). Mala suerte que el City de Guardiola y Txiki haya encontrado petróleo en el desierto de Abu Dabi. Qué se le va a hacer. Unos nuevos ricos nacen, y otros mueren...

Si al Chelsea le quitas a Eden Hazard (que se quiere ir al Madrid), se queda en un equipo del montón

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ANDREW MATTHEWS - PA IMAGES / GETTY Antonio Conte (derecha) y Roman Abramovich se han distanciad­o en los últimos tiempos
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