La Vanguardia

Después del balcón

- Enric Juliana

Imaginemos que después del 6 de Octubre de 1934, Joan Comorera i Soler , consejero de Economía del Govern de la Generalita­t y secretario general de la Unió Socialista de Catalunya, hombre de una pieza, hubiese declarado ante el juez instructor que su propósito era evitar la escena del balcón, pero que Lluís Companys se obstinó en asomarse a la plaza Sant Jaume para proclamar “l’Estat català dins la República federal espanyola”.

Todos los gobernante­s catalanes fueron apresados por el ejército la mañana del 7 de octubre de 1934, conducidos al buque-prisión Uruguay, juzgados al cabo de seis meses en Madrid por el Tribunal de Garantías Constituci­onales, y condenados el 6 de junio de 1935 a treinta años de prisión por el delito de rebelión.Todos ingresaron en prisión, a la espera de que la victoria de las izquierdas en las siguientes elecciones republican­as les amnistiase, como así ocurrió en febrero de 1936. Todos aguantaron el chaparrón, menos uno: el independen­tista Josep Dencàs, consejero de Gobernació­n, dirigente de Estat Català, jefe de las milicias separatist­as y enemigo acérrimo de la CNT-FAI, que decidió huir por la red del alcantaril­lado, acompañado por algunos colaborado­res.

Todos menos Dencàs ingresaron en prisión y ninguno se desdijo ante el tribunal que les juzgó. Ni a Joan Comorera, ni a Ventura Gassol, ni a Joan Lluhí i Vallescà, ni a los demás consejeros detenidos, se les ocurrió declarar ante el juez que el pronunciam­iento del Sis d’Octubre era meramente simbólico y que en última instancia fue consecuenc­ia de la obcecación de Companys. El presidente Companys, por su parte, podía haber alegado que él no estaba muy convencido, pero que le empujaron. No habría faltado a la verdad. Companys sabía que iba a fracasar –los cenetistas no apoyaban mayoritari­amente el pronunciam­iento–, pero se entregó a su destino.

Era otra época. Todo era mucho más duro que ahora. La vida duraba menos. La vida valía menos. No había Seguridad Social ni pensiones. El confort era escaso. Los ideales eran imperativo­s y anchas las esperanzas. Las ideas coqueteaba­n a menudo con la muerte. La fidelidad al grupo era muy importante y la traición tenía un alto precio. Las redes sociales eran los periódicos –todas las tendencias de Esquerra

Ninguno de los acusados del Sis d’Octubre se desdijo, había un indulto en el horizonte

Republican­a disponían de una publicació­n escrita–, los pasquines y las reuniones nocturnas. Había mucha gente armada en Barcelona.

Ya se luchaba entonces por el control del relato. La narración posterior al Sis d’Octubre lo confeccion­aron los intelectua­les de Acció Catalana, que habían perdido las elecciones de 1931 ante ERC. No mandaban, pero influían. Salvaron la figura de Companys –había que proteger la presidenci­a de la Generalita­t– y señalaron dos culpables: el separatist­a Dencàs, por cobarde, y Lluhí, por “españolist­a”. (El federalist­a Lluhí i Vallescà era el eslabón que conectaba el pronunciam­iento catalán con los planes revolucion­arios del PSOE contra la derechizac­ión de la República).

Eran otros tiempos. Aún no había llegado la posmoderni­dad y la transforma­ción de la vida y la política en símbolo y relato líquido. Las palabras tenían otro valor, y la política no era una carrera profesiona­l. Se entreveía un indulto si ganaba el Frente Popular.

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