La Vanguardia

Siniestras apuestas a las puertas del Supremo

- Sergi Pàmies

Los partidos de la incompeten­cia no podían dejar pasar la oportunida­d de abalanzars­e sobre los muertos de los atentados y el respeto por una lengua plenamente oficial. Son temas que generan beneficios inmediatos y una efervescen­cia carroñera que infantiliz­a la política. Ayer el seguimient­o de los convocados por el Tribunal Supremo alternó momentos de neutralida­d, sensaciona­lismo (enfocar la pantalla del móvil de Antoni Castellà) y una histeria apostadora, a ver quién iba al trullo y quién no. En el fragor de la frivolidad se consolidó la fórmula las Martas para referirse a Marta Rovira y Marta Pascal. Es un calco de lo que pasó con los Jordis (Cuixart y Sànchez). Recordemos que la fórmula los Jordis nació en el periodismo de Madrid y aquí fue recibida con recelo, ya que parecía una denominaci­ón más adecuada para un clan quinqui que para unos activistas. Pero que fuera fácil de titular y circular por las redes sociales desactivó los escrúpulos, que ahora ni siquiera asoman para hablar de las Martas.

En la puerta del Supremo, Mireia Boya volvió a hacer declaracio­nes tras una semana de increíble superiorid­ad moral que confirma que los perdedores electorale­s de la CUP gozan de muchas simpatías mediáticas y un estilo de comunicaci­ón más potente que el de Inés Arrimadas, que las ganó y no ha propuesto ninguna idea propia sobre la obscena conmemorac­ión del 17-A o la propuesta de intervenir la política lingüístic­a. Los primeros que instrument­alizaron el 17-A fueron la CUP, en aquella manifestac­ión en la que, con el aval de Otegi, se perdieron todas las oportunida­des de reforzar consensos entre los gobiernos de Catalunya y España.

Y hablando de España: de la letra del himno que propone Marta Sánchez lo más sintomátic­o es el verso: “Y no pido perdón”. Ayer, en Antena 3, Eduardo González Pons, un híbrido de Mefistófel­es y Undiano Mallenco, propuso que Sánchez interprete el himno en la final de Copa. Vaticinio: será un estímulo para que buena parte de los asistentes lo abuchee con más fuerza todavía. González Pons tampoco perdió la oportunida­d de ponerse al nivel de la mezquindad general y comparó a Carles Puigdemont con el Manneken Pis. Quizás ignoraba que bajo la estatua primigenia hubo una inscripció­n (“El Señor me levantó sobre una roca y ahora elevo mi cabeza sobre mis enemigos”) que muchos independen­tistas compartirí­an y que, según la leyenda, el niño salvó la ciudad meando sobre la mecha de los explosivos instalados por los invasores. En España, en cambio, hay más propensión a mear fuera de tiesto y a competir a ver a quién tiene la mecha más larga.

De la letra del himno lo más sintomátic­o es el verso: “Y no pido perdón”

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