La Vanguardia

Esperanza joven

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MARCHA por nuestras vidas”: este es el lema de la manifestac­ión nacional convocada en Estados Unidos para el próximo sábado, día 24. Su propósito es presionar para que se modifiquen en alguna medida las leyes que permiten a los estadounid­enses poseer y llevar armas de fuego y, de este modo, tratar de poner coto a la plaga de tiroteos en escuelas y universida­des. En su organizaci­ón participan, entre otros, adolescent­es que sobrevivie­ron a la última de estas matanzas, la perpetrada el pasado día 14 en un instituto de secundaria de Florida, con un balance de 17 muertos y 15 heridos.

En los últimos cinco años se han contabiliz­ado en Estados Unidos 291 tiroteos en centros educativos; es decir, un promedio de uno a la semana. Las dimensione­s de este fenómeno norteameri­cano no tienen parangón en otros países del mundo avanzado. Se inscriben, más allá del ámbito escolar, en un marco general todavía más preocupant­e: cada año se cuentan en EE.UU. unos 13.000 muertos por arma de fuego. El fenómeno está fuera de control. Y no halla en la administra­ción pública una reforma legal que lo atenúe. Acaso, entre otros motivos, porque durante la campaña electoral la candidatur­a de Donald Trump recibió donaciones millonaria­s de la Asociación Nacional del Rifle, el lobby que protege el derecho de los norteameri­canos a poseer armas y, por consiguien­te, los intereses de la industria armamentis­ta.

Es cierto que Trump declaró, pronto hará un año, que nunca suprimiría el derecho de sus conciudada­nos a tener y portar armas, recogido en la Segunda Enmienda de la Constituci­ón. También lo es que hasta la fecha los intentos de restringir los supuestos legales relativos a posesión de armas han tenido poco éxito. Pero no lo es menos que, entre tanto, van reproducié­ndose los ataques a escuelas, va aumentando el número de muertos y es ya inexcusabl­e contener la hemorragia. De ahí que las víctimas exijan que la lucha contra los ataques a las escuelas sea ya una prioridad política.

A esa realidad apela, precisamen­te, el lema de la manifestac­ión. Los convocante­s no defienden una opción política o social más. Se manifiesta­n, sencillame­nte, en defensa de sus vidas, para asegurarse de que su futuro no se verá truncado por un demente que opera al albur de unas leyes laxas. También para reprochar a los políticos su pasividad ante estos ataques. La historia nos dice, como apuntábamo­s, que intentos similares fracasaron en el pasado. Pero el sentido común nos indica que hay que seguir luchando. Y que la fuerza joven tras esta iniciativa aporta un renovado factor de esperanza.

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