Fabra: imprescindible en el pasado, perdurable en el futuro
Hoy Pompeu Fabra habría cumplido ciento cincuenta años. La Secció Filològica del Institut d’Estudis Catalans quiere recordar, precisamente este día, hasta qué punto fue importante la tarea que Fabra hizo por la lengua catalana.
Fabra fue en su época una persona imprescindible. El contexto histórico de comienzos del siglo XX en que emprendió la tarea de codificación de la lengua catalana fue crucial. Pocas veces confluyen la voluntad, la oportunidad y la posibilidad. La época de esplendor económico debida a la industrialización y a la voluntad de un pueblo de devenir autónomo condujo a la creación de la Mancomunitat de Catalunya bajo la insigne figura de Enric Prat de la Riba, entonces presidente de la Diputación de Barcelona. Catalunya no tenía estado, sino que formaba parte del Estado español; pero en el imaginario colectivo la condición de Estado existió gracias a la lúcida visión nacional de Prat de la Riba, que consiguió crear un espacio político y administrativo económicamente viable y culturalmente idiosincrático. La Mancomunitat se convirtió, así, en el marco que permitió crear el 18 de junio de 1907 una institución como el Institut d’Estudis Catalans, el ente que catalizó la recuperación del patrimonio cultural por medio del estudio científico y de una tarea de difusión social de la lengua. La creación del Institut en el año 1907 fue posible gracias a la voluntad de Prat de la Riba de disponer de un organismo de alta investigación que velara por el patrimonio cultural. También tuvo un papel significativo el éxito que alcanzó el I Congrés Internacional de la Llengua Catalana, que en 1906 reunió en Barcelona a la mayor parte de los filólogos catalanes y a muchos extranjeros con el objetivo de analizar el catalán desde una óptica científica, en tanto que sistema lingüístico diferenciado de las lenguas del entorno, pero al mismo tiempo próximo a las otras lenguas románicas por su raíz común.
Este espacio político y económico específico llevaba aparejado un elemento indispensable de identificación: una lengua propia, única para todo el territorio. Para esta tarea, Prat contó con una institución, el Institut d’Estudis Catalans, y con una persona rigurosa, perseverante y leal: Pompeu Fabra i Poch. Y en el entorno de Fabra, los miembros de la Secció Filològica creada en 1911.
El tesón de Fabra y su talante dialogante hicieron posible que la diversificación ortográfica y gramatical de la época se convirtiera en un código unificado y funcional. La publicación de las Normes ortogràfiques en 1913, de la Gramàtica de la llengua catalana en 1918 y del Diccionari de la llengua catalana en 1932 aseguraron la base necesaria para que el catalán fuera una lengua apta para todas los cometidos.
Pero la presencia de Pompeu Fabra no acabó entonces ni ha acabado todavía. El espíritu de Fabra y su concepción de la lengua sigue gravitando sobre la tarea de la Secció Filològica actual. Las herramientas lingüísticas que hoy día condensan la normativa del Institut son también fabrianas: la mirada al conjunto de la lengua, la flexibilidad en la manera de prescribir y la integración de las variedades territoriales, pero sin perder de vista los límites necesarios ni el sentido de la unidad lingüística. Debido a esta pervivencia, Fabra está muy presente en la normativa representada hoy por el Diccionari de la llengua catalana (1995, 2007), la Gramàtica de la llengua catalana
(2016) y la Ortografia catalana
(2017).
El día en que Pompeu Fabra habría cumplido ciento cincuenta años debíamos recordar la magnitud de su tarea y la grandeza de su figura. Representó la fortaleza, el rigor y la visión adecuadas para salvar la lengua catalana de aquello en que podría haberse convertido si no se hubiera intervenido en el devenir natural de la historia: una lengua híbrida, descoyuntada, cada vez más reducida a la comunicación oral informal y, por tanto, progresivamente alejada de las lenguas de cultura.
Hoy, que celebramos el aniversario de Pompeu Fabra, es imprescindible que recordemos una vez más que, al no “abandonar nunca ni la tarea ni la esperanza”, hizo posible que, a pesar de las vicisitudes, la lengua catalana esté hoy plenamente viva, una lengua para una realidad que defenderemos con la misma tenacidad como con la que Fabra actuó.