En la primera prensada
El aceite es para buena parte de la población un producto que pasa desapercibido en las comidas. Pero eso puede cambiar en el futuro. ¿Si otros productos de mesa de calidad se han impuesto en el mercado, porque no se tendría que imponer el buen aceite de oliva que producimos en Catalunya? Antes, permítanme una nota básica sobre el producto. No todos los aceites de oliva son iguales. Los mejores para la salud y por su sabor son los llamados “de oliva virgen”, que se obtienen por procedimientos mecánicos, sin ningún añadido, en la primera prensada. Dentro de esta categoría encontramos el “virgen extra”, que es el colmo, con muy baja acidez, y el “virgen”. Además, en el mercado hay el llamado “aceite de oliva”, que tiene mezclas variables de virgen con otros aceites producidos a través de procedimientos químicos.
La producción catalana de aceite es de media de unos 30 millones de litros anuales, toda ella de virgen (un 60%-70% virgen extra y el otro 30%-40% virgen). La mitad de la producción está certificada a través de las cinco DO existentes; la otra mitad no, pero sigue siendo aceite virgen de primera calidad. Tres cuartas partes de la producción la hacen las cooperativas, y el resto el sector privado. Todo hace que ese aceite cuente con dos atributos de mucho valor comercial: todo es producto natural y es de confianza. En términos de mercado catalán, la penetración de nuestro aceite es baja, quizás por eso muchas cooperativas exportan a granel, en cubas, a Italia, desde donde lo exportan (directo o mezclado con otros) a todo el mundo. Ahora bien, aunque hay que profundizar en el actual esfuerzo exportador directo, lo que resulta prioritario para el sector es vender más en este mercado catalán de 7,5 millones de habitantes. Primero hay que capturar la cuota de mercado de 26 millones de litros anuales, que ahora mayormente se llevan marcas comerciales típicas con una calidad real generalmente inferior
Para el sector del aceite es prioritario vender más en Catalunya, un mercado de 7,5 millones de habitantes
a la nuestra, y segundo, conseguir que una parte de los consumidores de aceite de oliva refinado y de girasol (que compran 62 millones de litros anuales) pasen a consumir virgen extra y virgen de aquí. En este reto, los principales actores son las cooperativas pero hay deberes para todos los implicados: la Generalitat (si vuelve) tendría que crear una imagen de nuestro aceite que se pudiera compartir y apoyar un plan comercial específico; las cadenas de distribución tendrían que ofrecer aceite de las cooperativas, por sentido común y por ser de km 0; las cooperativas tendrían que perder el miedo a subir precios, y a medio plazo llegar a 6 euros/litro en la garrafa de 5 litros, distanciándose del aceite refinado y de los vírgenes no siempre fiables; el consumidor tendría que dedicar 20 euros anuales a comprar sólo aceite de la mejor calidad, aprender a saborearlo y practicar un poco de autoestima por un producto que tenemos de calidad superior, como haría cualquier país del mundo. Por cierto, la restauración también podría empujar, y mucho.