Terror en la Berlinale
‘Utøya 22. juli’ y ‘7 días en Entebbe’ reconstruyen atentados
El festival de cine de Berlín acoge el estreno de Utøya 22. juli y 7 días en Entebbe, dos filmes con el terrorismo como temática central, aunque con perspectivas y resultados bien dispares.
El teléfono móvil suena y nadie contesta. Es el celular de una de las 69 jóvenes víctimas que cayeron abatidas el 22 de julio del 2011 en la isla noruega de Utoya, cerca de Oslo, donde un extremista de derechas sembró el terror durante 72 eternos minutos. Iba armado como si fuera un ejército. El móvil suena, sí. Es la madre de una cría abatida, que llama a su hija.
Es uno de los momentos impactantes de Utøya 22. juli, de Erik Poppe, una significativa película contra el horror en el día que el festival parecía haber reservado a su contribución anual a la historia universal de la infamia. Después, 7 días en Entebbe, del brasileño José Padilha. Habla del secuestro de un avión de Air France que iba de Tel Aviv a París y que acabó en Entebbe (Uganda), donde reinaba –corría el año 1976– el dictador Idi Amin.
Este secuestro, que ha sido llevado al cine en repetidas ocasiones, interesó a Padilha, por el papel disuasorio de los terroristas alemanes, encarnados en el filme por Rosemund Pike y Daniel Brühl. Y lo hace con una mirada menos épica y más realista, dice Padilha, del papel de Yoni Netanyahu, hermano del actual primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu. La única víctima de la fuerza de rescate israelí.
Padilha, el director de Tropa de élite (2007) y responsable de la serie Narcos, de Netflix, no llega a trascender la historia: la reconstrucción del famoso secuestro en 7 días de Entebbe es plana. Por momentos rutinaria, falta de calidez humana y sin valor crítico del hecho en sí: un filme inútil. Todo lo contrario de Utøya 22. juli, que, de forma respetuosa, consigue evitar el horror recreativo. Afronta aquel drama de la mejor manera posible; quizá desde la única manera decente: desde el lado de las víctimas. Desde su desesperación y su miedo.
“Lo ocurrido ese 22 de julio no se puede transmitir con palabras. Tenemos el rostro de las víctimas para vivir la angustia, el miedo, el desconcierto de quienes murieron o sobrevivieron a la tragedia”, explicó Poppe. Si tiene algún sentido recrearlo ahora, es, precisamente, para que no olvidemos. Para que se sepa que todavía hay víctimas, tres de las cuales acompañaron ayer, en la Berlinale, al director que ha reconstruido su dramática experiencia.
No busca Utøya 22. juli la fidelidad a los acontecimientos. Es una reconstrucción emocional. Realizada en una sola toma, como una larga escena. Los primeras imágenes muestran un atentado previo, mediante la televisión, que el asesino montó en Oslo para distraer a la policía. Allí murieron ocho personas. Una cortina de humo creada por Anders Breivik, que así se llama el fundamentalista neofascista autor del atentado.
Luego la cámara pasa a centrarse en la figura de Kaja (Andrea Berntzen), que busca a su hermana Emile. El campamento se transforma, desde que suenan los primeros tiros, en una carnicería (aunque nunca vemos la sangre), y la cámara se pega a Kaja durante esos 72 mortíferos minutos. El asesino es en el filme una figura lejana, entrevista. Son los tiros, el sonido de estos, lo que siembra el terror entre los perseguidos. El horror.