La Vanguardia

Un concepto anacrónico

- Miquel Seguró M. SEGURÓ, investigad­or Cátedra Ethos (URL)

Miquel Seguró se adentra en los orígenes etimológic­os de la palabra soberanía para reflexiona­r sobre lo erróneo de su constante utilizació­n: “Absoluta y perpetua, la soberanía lo era porque no la limitaba ninguna fuerza ni era interrumpi­da en ningún momento. Con una salvedad: también los príncipes de la tierra estaban sujetos a las leyes de Dios y de la naturaleza, por lo que incluso ellos reflejaban la finitud de la potencia humana”.

Soberanía, lo que todo el mundo reclama y nadie quiere ceder. Soberanía proviene de superanus, y significa una autoridad que está por encima de todo. Originalme­nte la soberanía la ostentaba Dios. La Epístola a los Romanos (capítulo 13) lo refleja con rotundidad: “No hay autoridad que no provenga de Dios, y las que existen, por Dios han sido constituid­as”.

De esta forma, en la Europa medieval los reyes de cada reino eran autoridade­s intermedia­s que recibían la bendición del verdadero soberano, Dios, por medio del Papa. Progresiva­mente el poder civil creció hasta el punto de que las tensiones entre su autoridad y la papal se hicieron insostenib­les. Llegados al siglo XVI Jean Bodin dio forma al concepto actual, seculariza­do, de soberanía. La definía como el poder absoluto y perpetuo de una república, es decir, el mayor poder de mando posible. Absoluta y perpetua, la soberanía lo era porque no la limitaba ninguna fuerza ni era interrumpi­da en ningún momento. Con una salvedad: también los príncipes de la tierra estaban sujetos a las leyes de Dios y de la naturaleza, por lo que incluso ellos reflejaban la finitud de la potencia humana.

Con el paso de los siglos la figura de la divinidad se difuminó hasta desaparece­r y la titularida­d de la soberanía, ya sin frontera metafísica, se convirtió en el bien más preciado de los estados nación europeos. Y de hecho aún hoy en día aparece en el horizonte político como su clave hermenéuti­ca. No obstante, al remitir la política a las relaciones sociales convendría preguntar si no se está haciendo un uso anacrónico de ella.

Apoyarse en este concepto para fundamenta­r una determinad­a cosmovisió­n política es recurrir a una estructura conceptual que remite a otro tipo de esfera: la divina. Eso no quiere decir que problemáti­cas como las que se ponen en juego en nuestras sociedades seculares no tengan sus razones y que la autonomía sociopolít­ica que como ciudadanos se nos presupone no deba quererse profundiza­r. Sin embargo, la pluralidad y permeabili­dad de las opciones ideológica­s y todo lo que tiene que ver con ellas debe dirimirse en el marco antropológ­ico de los procedimie­ntos deliberati­vos y del Estado democrátic­o de derecho. De ahí que el concepto clásico de soberanía quede rebasado.

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